“… sin la libertad de censurar (criticar), no hay elogio adulador posible;… sólo los pequeños hombres temen a los pequeños escritos…”
No lo digo yo (aunque coincida plenamente), mucho antes, a fines del siglo XVIII, lo escribió Pierre Augustin Carón de Beaumarchais, en Las bodas de Fígaro. El dramaturgo francés sabía bien de lo que hablaba. Él, que no era ningún santo, había sufrido en carne propia los dichos de Fígaro, el protagonista de la pieza teatral.
Se ve que nunca fue bueno para el bienestar personal o profesional criticar conductas, dichos o acciones de quienes ocupaban algún espacio de poder o estaban cercanos a ellos. Las cosas no han cambiado demasiado y por eso, como siglos atrás, sigue siendo dificultoso mantener una posición autónoma con respecto al poder político y económico.
No es queja, que quede claro. Cada oficio o afición lleva su esfuerzo, su compensación y sus malos ratos; el oficio de la prensa es uno de ellos; uno lo sabe y lo acepta. Pero también lo comunica.
La prensa libre, y digo LIBRE, ideológica y económicamente libre, e independiente es necesaria para cualquier sociedad que quiera desarrollarse saludablemente.
¿Que parte de los integrantes de la prensa puede dulcificar o agriar la información a voluntad? Es así, sin duda. ¿Que algunos cansados de sufrir persecuciones desertan? Es comprensible. También hay algunos que se venden al mejor postor, desprestigiando la tarea de informar.
Es en tiempos difíciles, de crisis, cuando comienzan a producirse los ataques y los “acercamientos” a la prensa. Lo peor es que en lugar de utilizarnos para la aclaración de dudas, el aporte de datos, llevar claridad sobre conceptos áridos o complicados, nos llenan de verdades a medias, con las que cada una de las partes del o de los conflictos pretende llevar “agua para su molino”. Esto sí es queja.
Obviamente, cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia. Pero, como también dijo Beaumarchais, la mejor manera de evitar represalias es escribir o hablar sobre una sociedad que no es la nuestra, ¡para nada!, es una sociedad ficticia que sólo cobra vida a través de su enunciación.