domingo, noviembre 24, 2024

Opinión

Un pacto político que asegure gobernabilidad

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Por Eduardo Duhalde*

Todos los pueblos alimentan su historia con mitos. En el terreno de la política también existen creencias que se generalizan hasta transformarse en mitos, que a veces obstruyen el camino que lleva a construir una democracia plena.

Veamos dos de ellos, de indudable vigencia, que deberíamos reducir a la categoría de zonceras con la que Arturo Jauretche castigara tanto lugar común erigido en hondura del pensamiento.

Mito I: La muerte de los partidos

El primero es «el mito de la muerte del Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical». Esta mentada muerte a veces se produce en simultáneo y, a veces, muere uno de los dos, con lo cual se exalta la vitalidad del otro. Contabilizando, a la UCR se le extendieron certificados de defunción en 1930, en 1946, en 1958, en 1966, en 1973, en 1976, 1989 y en 2001; al PJ en 1955, 1958, 1963, 1966, 1976, 1983, 1999, y hace un mes atrás. Tanto en 1966 como en 1976, ambos partidos fueron declarados muertos por sendas dictaduras militares de las que sólo quedan funestos recuerdos.

En el recorrido de tanto análisis superficial, tanto el PJ como la UCR han muerto muchas más veces, al punto de que se trataría de muertos vivos tan reincidentes que empalidecerían a las más truculentas películas de terror. Sin embargo, un dato refuta por sí solo esta zoncera: en la escala institucional de la vecindad, donde se expresan con contundencia los sentimientos populares, más del 80% de los municipios son gobernados por justicialistas o radicales desde hace décadas. Esta sola referencia es demostrativa de la endeblez mitológica de los funerales partidarios.

Sin equivocarnos, podemos afirmar que existe en la Argentina un sistema bipartidista no demasiado original: Europa lo tiene, formado grosso modo por socialcristianos y socialdemócratas y Estados Unidos por republicanos y demócratas, fórmula que replicó durante mucho tiempo la mayoría de los países latinoamericanos.

Mito II: El radicalismo no puede gobernar

El segundo mito reza: «la UCR no puede gobernar y sólo el PJgarantiza la gobernabilidad». Contrastando con la realidad, los radicales -Yrigoyen/Alvear/Yrigoyen- gobernaron entre 1916 y 1930, el período más largo en el que un partido político se mantuvo en el poder mediante sufragio libre. Y hubieran continuado de no haber sido derrocados por un golpe militar. Arturo Illia gobernó entre 1963 y 1966, cuando fue desplazado por otro golpe militar, y Raúl Alfonsín gobernó entre 1983 y 1989. Este mito pretende sustentarse en la fallida experiencia de la Alianza, que nos llevó a la crisis política, social y económica más profunda de nuestra vida democrática. Y es un mito particularmente negativo, porque si fuera cierto que la UCR no puede gobernar, la responsabilidad del PJ sería casi intolerable y despertaría convicciones hegemónicas de alto costo para la sociedad argentina.

Y aquí refuto la segunda parte del silogismo. De ser verdad –que no lo es-, el hegemonismo imposibilitaría todo pacto de gobernabilidad. La fuerza política que se convence de que sola puede resolver los problemas del país, y, por tanto, descree de todo acuerdo y consenso político, deja fuera de la agenda cualquier construcción de políticas de Estado, algo que la Argentina precisa tanto como el aire que respiramos los argentinos.

Acuerdos del Bicentenario

En nuestro país, la discusión sobre los pactos es singular: a la par de que suele atribuírseles una finalidad espuria, siempre se vuelve al ejemplo de los Pactos de la Moncloa.

¿Qué impide que los argentinos suscriban pactos similares a los que tanto alaban cuando ven que los hacen otros?

Respuesta: las tendencias hegemónicas, presentes incluso en el gobierno de Raúl Alfonsín, cuando se jugó con la idea del «tercer movimiento histórico»; durante el gobierno de Carlos Menem -recordar el empeño puesto en la re-reelección-; y que han estado también en el actual gobierno, que pensaba sumar un Kirchner más otro Kirchner más…

¿El error fundante de los fracasos de los últimos años no ha sido la alquimia de los partidos mayoritarios en propuestas electorales unificadas, como ocurrió con la Alianza y la Concertación del gobierno kirchnerista?

¿No es hora de que gobernadores, legisladores e intendentes se reagrupen de acuerdo a sus convicciones originarias para iniciar por separado, pero alumbrando consensos, la marcha hacia políticas de Estado?

Hoy, la desaparición de las hegemonías -expresadas en grandes liderazgos- ha dado lugar a terreno fértil para -por fin- poder avanzar en la concreción de estos acuerdos,  que imagino  plasmados en 2011 para que el próximo gobierno  constitucional  pueda contar con la más contundente herramienta de  gobernabilidad  que haya tenido nuestra historia. El complejo escenario  político  actual -aunque suene paradójico- es un buen momento  para el  acuerdo entre el PJ y la UCR, además del socialismo  y la nueva  fuerza de centroderecha; tienen que constituir el  núcleo duro, el  primer anillo que proteja estos consensos básicos.

Pero allí no acaban las representaciones de peso. La  situación privilegiada que hoy tienen los medios de  comunicación requiere de su acompañamiento para funcionar  como un segundo anillo protector de las políticas de  Estado.  Finalmente, el tercer anillo no puede sino ser constituido  por las  iglesias representativas de la fe de los argentinos y la  sociedad civil,  a través de sus organizaciones de índole  sindical,  empresarial y no gubernamentales.

El pacto, para ser de todos, debe ser con todos. Con el  terreno  más fértil que nunca, no podemos permitirnos  perder esta  oportunidad. Es un desafío a la capacidad de nuestra  dirigencia.

*Ex presidente de la Nación.