La Administración de Biden sienta las bases para una relación más pragmática con La Habana.
Cuba y EEUU caminan discretamente hacia un nuevo acercamiento de resultado todavía incierto. Sin grandes cambios ni anuncios vistosos, después de dos años en la Casa Blanca, la Administración Biden comienza a sentar las bases de una relación más pragmática y distendida con La Habana, con diálogos de alto nivel entre ambos Gobiernos y la flexibilización de las medidas de asfixia más agresivas decretadas por su predecesor, Donald Trump.
Pese a que en este tiempo Biden no cumplió con su promesa electoral de regresar a la política de “compromiso constructivo” de Barack Obama, parece haber llegado un nuevo momento de deshielo light, con tímidos pasos en la línea de favorecer una relación bilateral civilizada y gestos normalizadores que el Gobierno cubano considera positivos aunque insuficientes.
Dice William LeoGrande, el respetado autor de Back Channel to Cuba, libro que recorre la historia de las negociaciones secretas realizadas entre ambos países desde 1959, que lo que estamos viendo hoy “es un nuevo momento en la política de Biden hacia Cuba”.
A su juicio, fue “el bochorno del boicot parcial de la Cumbre de las Américas” lo que “rompió la parálisis” de la política de Biden, “que había mantenido las sanciones de Trump durante el primer año”.
Desde entonces, asegura, “Biden ha dado varios pasos importantes para mejorar las relaciones”, entre ellas, relajar las restricciones de viaje, reanudar la emisión de visados para inmigrantes, permitir a la Western Union reanudar los servicios de envío de remesas y reabrir los diálogos bilaterales sobre temas de interés mutuo.
El último de estos diálogos se celebró hace días en La Habana e involucró a funcionarios de alto nivel del Departamento de Seguridad Nacional de EE UU, la Guardia Costera y el FBI, y sus contrapartes cubanas, para explorar áreas de colaboración en la lucha conjunta contra “el terrorismo, el tráfico de drogas, el fraude migratorio y el tráfico ilícito de personas”, entre otras esferas.
Al terminar estas conversaciones —muy criticadas por los sectores más extremistas del exilio y el lobby de congresistas y senadores cubanoamericanos—, ambas delegaciones se congratularon por la “seriedad” y “profesionalismo” de los contactos, y anunciaron que la cooperación en estas materias continuará.
En los últimos meses se realizaron también reuniones de alto nivel sobre asuntos migratorios, con resultados concretos. El consulado de EE UU en La Habana, que Trump desmanteló, ha sido reactivado y Washington volverá a conceder un mínimo de 20.000 visados de emigrante anuales —como en la era Obama— mientras que Cuba se comprometió a recibir vuelos de repatriación de emigrantes ilegales desde EE UU, una medida que podría cambiar las reglas del juego en medio de una crisis migratoria que ha roto todos los récords: el año pasado, casi 300.000 cubanos entraron a territorio norteamericano por la frontera mexicana, algo que EE UU no desea.
Es precisamente la presión migratoria la que ha hecho a Biden reformular su política hacia la isla, considera Eric Hershberg, profesor de la American University de Washington.
“Parece que la Administración ha reconocido que una política dirigida a la asfixia económica provoca miseria y como resultado, la migración.
Dado los costos políticos dentro de EEUU debido al aumento vertiginoso de la migración irregular, se ha forzado una reconsideración de la estrategia de asfixia, pero las múltiples capas de sanciones complican severamente las perspectivas de recuperación económica en Cuba”.
Para este académico, en los últimos meses “ha habido un modesto deshielo, pero todavía dista de lo que se logró en los últimos años de la Administración de Obama”, ya que aún se mantienen “sanciones draconianas”, como la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, que implica numerosos problemas logísticos para la economía y el comercio de la isla.
Según LeoGrande, entre los pasos más importantes dados hasta ahora por la Administración Biden está “la medida de normalizar la migración, para que los cubanos tengan un camino seguro y legal para entrar en Estados Unidos, en lugar de arriesgar sus vidas en el mar o pagar miles de dólares a contrabandistas de personas para que los lleven a la frontera sur de Estados Unidos”; en segundo lugar, “el restablecimiento de los servicios de envío de remesas, que facilitará mucho a los cubanoamericanos mantener a sus familias sin tener que pagar tarifas extorsionadoras a las mulas”.
Sin embargo, considera que otras disposiciones, como la relajación de las restricciones de viaje para los norteamericanos y el permiso de las visitas grupales, “no será importante hasta que Biden levante la prohibición de alojarse en hoteles propiedad del Gobierno, pues los grandes grupos de viajeros necesitan acceso a los hoteles”.
LeoGrande y Hershberg viajaron recientemente a La Habana y sostuvieron contactos con altos funcionarios del ministerio cubano de Relaciones Exteriores, y lo mismo hicieron en los últimos meses diversas delegaciones de empresarios y congresistas norteamericanos —algunos de los cuales fueron recibidos por el presidente Miguel Díaz-Canel—, interesados en aprovechar el nuevo escenario de apertura al sector privado en la isla. La mayoría considera que en Cuba también hay “un nuevo momento”, con el establecimiento en año y medio de más de 6.000 pymes, que ahora pueden cerrar acuerdos con empresarios extranjeros, incluidos norteamericanos, lo que es visto con interés en EE UU.
Además, indican los analistas, el resultado de las elecciones del pasado mes de noviembre en EE UU puede ser un parteaguas que deje las manos libres a Biden para profundizar los cambios de su política hacia Cuba.
“La derrota de los demócratas en Florida en 2022 demuestra que Biden no tiene ninguna posibilidad de ganar ese Estado en las elecciones presidenciales de 2024.
Los cubanoamericanos se han convertido en la base consolidada del Partido Republicano de Florida: son una causa perdida para los demócratas.
Esto debería permitir a Biden decidir su política hacia Cuba basándose en los intereses de política exterior de Estados Unidos y no en la política interna.
Pero los viejos hábitos son difíciles de romper, los políticos estadounidenses siempre piensan que deben obtener algo a cambio de mejorar las relaciones”, afirma LeoGrande.
Tras su reciente viaje a La Habana, este prestigioso académico de la American University se llevó la impresión de que “Cuba está dispuesta a hablar incluso sobre temas delicados como los prisioneros, pero sólo si el objetivo es un acuerdo que introduzca cambios significativos en las sanciones estadounidenses, nunca como condición previa”.
El tema de los presos políticos tras las masivas manifestaciones del 11-J de 2021 —hay más de 700 sancionados a severas condenas— es un leit motiv abordado por diversos expertos.
Ricardo Herrero, director ejecutivo del Cuba Study Group, con sede en Washington, que también viajó a La Habana recientemente y sostuvo encuentros de alto nivel, coincide con la impresión de que “se ha abierto una ventana para lograr un nuevo deshielo entre Cuba y los Estados Unidos, aunque sea diferente al de la época de Obama”.
Preguntado por cuáles podrían ser los próximos pasos, afirmó: “Con solo dos movidas por parte de cada Gobierno lograrían redefinir la relación bilateral de manera substantiva.
En La Habana, el Gobierno debería liberar a los presos políticos y garantizar la inversión extranjera en el sector privado cubano.
Por parte de Biden, su Administración debería quitar a Cuba de la lista de países terroristas y autorizar la inversión directa en el sector privado cubano.
Estas medidas no resolvieran todos los problemas entre ambos países, pero sí representarían una victoria para los derechos humanos, redefinirían el momento político, y lograrían encajar las relaciones económicas entre ambos países.
Los gobiernos solo necesitan la voluntad política para moverse lo antes posible, porque el pueblo cubano no puede esperar más”.
El País, España