Si alguno de ustedes cree en algún momento que lo están tomando por inocente, inútil, incapacitado para la reflexión, naif, iletrado, irrelevante, socialmente ciego, inactivo, dominable, corderito (ni siquiera cordero), quizá no esté tan equivocado.
Todos nuestros dirigentes, salvo pocas y esperanzadoras excepciones, deben creer que todo lo afirmado en el primer párrafo sobre nosotros, ciudadanos de todo estrato social, edad y etnia es verdad. Es que de otra manera no se entienden los vaivenes a los que nos tienen acostumbrados.
A favor de la gobernabilidad / la justa distribución, la democracia / el respeto de las instituciones, la justa distribución (no es ociosa la reiteración) / el bienestar de la patria, la dignidad salarial / el derecho, nos tironean de un lado a otro como botín codiciado.
Buscan legitimar con nuestro aval sus intereses más públicos pero también los más secretos.
¿Cómo lo sé? No necesito saberlo y creo que ustedes tampoco. Basta con mirar y escuchar atentamente y observar las variaciones del discurso según la ocasión y el auditorio. A veces son tan evidentes las intenciones que más que la astucia para adaptarse a las circunstancias choca el grave insulto a la inteligencia y experiencia del ciudadano común.
El carnaval ya pasó, las caretas están de más.
Maduremos y llamemos las cosas por su nombre. Todos sabemos que crecer es doloroso, pero es preferible a seguir arrastrando los viejos usos de viejas épocas que, pese a quien le pese, dieron como resultado esta sociedad dividida por intereses mezquinos.
Sé y sé que ustedes saben que el cambio es posible, no porque lo haya dicho Obama, sino porque de otra manera tendríamos que dejar caer la toalla.
Dejar caer la toalla, darse por vencido no es, para mí, una opción posible. Creo, de corazón, que para muchos de ustedes tampoco.