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Por Jesica Rosenberg
Nunca fueron por definición una banda de rock ortodoxa pero a medida que se sucedieron los discos y los años, lo único rockero que permaneció en Babasonicos fue la actitud. El salto de Infame hacia Anoche mostraba la punta del iceberg de lo que sería un progresivo abandono de las formas estridentes en detrimento de la suavidad pop. Lejos de torcer el camino hacia destinos lejanos, Mucho, disco número once del grupo que lidera Adrian Dárgelos, afianza su vínculo romántico con el pop.
La primera impresión resulta por demás desesperanzadora: temas que se parecen entre si y que a su vez, se parecen mucho a los de su predecesor amenazan con manchar una trayectoria camaleónica y que tuvo a la experimentación como arteria central. Pero tras un par de escuchas atentas, algunas huellas terminan por alumbrar positivamente esta premisa inicial. Porque además de reforzar ese armonioso matrimonio con el pop, Mucho navega en un océano de simpleza, y para una banda que utilizó la subversión, el choque y el descolocamiento como pase de acceso al mainstream, esto no es un dato menor.
El letargo rítmico es otra de las innovaciones que trae este LP. De no saber que en el caldo de cultivo del disco había un ingrediente amargo como la pérdida progresiva de un integrante (el bajista Gabo Manelli, fallecido casi en simultáneo con el final de la grabación de este álbum) esta desaceleración podría pasar inadvertida como un ajuste funcional necesario para un leve giro estilístico, sin embargo, no es difícil imaginarse que los ánimos seguramente no estaban para la arenga o la fiesta. A excepción de “Cuello rojo”, un western-rock familiar lejano de “Desfachatados”, el juego pisco-trónico de “Microdancing” y la aspereza sónica de “Estoy rabioso”, las canciones mimosas dominan el repertorio del disco: ya sea en formato baba-bolero (“Nosotros”), pop soleado (“Yo anuncio”), con vestigios de melancolía (“Como eran las cosas”) o esas que salen del «Sindicato de Dandistas Profesionales» (ese del que Dárgelos es Presidente) como “Pijamas”.
Sutilmente atravesado por un dolor invisible en las letras –en las que siguen explorando la seducción e histeria teen con inmadurez naif- pero tal vez más palpable en su música, Mucho exorciza demonios y, con sus estribillos cálidos y melodías de ensueño, apuesta a la belleza que yace en lo sencillo. Y no se equivoca.