viernes, julio 26, 2024

Opinión

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Por Antonio Elio Brailovsky

En los últimos días una intensa protesta agraria ha bloqueado las rutas argentinas y desabastecidas carnicerías y supermercados.

El rico anecdotario de este episodio incluye cortes de ruta con tractores costosísimos, cacerolazos en Plaza de Mayo, algunos hechos menores de violencia y la destrucción de cantidades significativas de alimentos.

En estos días se unieron en el reclamo quienes se odiaban, como los latifundistas más tradicionales, los representantes de los pequeños productores agrarios  y algunos grupos de ultra izquierda. 

Esta conmoción, sin embargo, se produce sólo por cuestiones de dinero. Lo único que se discute es cómo se distribuye la renta que se obtiene de las ventas de soja al exterior. Y es que la sojización ha permitido el crecimiento de la economía sin pasar por el mercado interno. Así, ha logrado el milagro de venderles a personas diferentes de los trabajadores del país.

De este modo, se puede mantener una expansión económica y concentrar ganancias, pagando salarios muy bajos. En otras palabras, permite pagar los salarios en pesos y cobrar la soja en dólares.

Pero como el conflicto ha sido sólo por cuestiones de dinero (los impuestos que deben pagar los productores rurales), las cuestiones de fondo han  quedado fuera del debate. No se habló del tremendo impacto ambiental que está produciendo el monocultivo, especialmente cuando se arrasan los bosques, sabiendo que en pocos años se perderán suelos que tardaron siglos en formarse.

Y tampoco se habla del uso indebido de agroquímicos y el modo en que afectan el aprovisionamiento de agua potable.

El debate también esconde las difíciles condiciones sociales del campo. Si hablamos del agro, ¿no sería adecuado incluir, por ejemplo, a los indígenas chaqueños, que vivían de la cosecha del algodón, hoy reemplazado por la soja? ¿Alguien fue a ver qué pasa con ellos y con tantos otros grupos pauperizados por el boom de la soja? ¿O no queremos ver de qué modo la producción de alimentos puede generar desnutrición?

Esta negación de la realidad socio ambiental es lo que Raúl Montenegro denomina el monocultivo de cerebros.

Un gran abrazo a todos.

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