miércoles, noviembre 27, 2024

Opinión

OPINIÓN: No habrá ninguno igual

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Por Mario Wainfeld

«¿Qué quieres de ese hombre?», preguntó de pronto la nodriza.
«La verdad», respondió el general.
«Conoces bien la verdad.»
«No la conozco (…) La verdad, precisamente, es lo que no conozco.»
«Pero conoces la realidad», observó la nodriza (…).
«La realidad no es lo mismo que la verdad –respondió el general–. La realidad son sólo detalles.»

Sandor Marai, El último encuentro.              

El cronista no califica para expedirse sobre la verdad pero puede dar fe de que la realidad sobreabunda en detalles. Siempre pasa, ni qué hablar cuando de Fidel Castro se trata. Ocurre que medio siglo es demasiado, equivale a la cuarta parte de toda la historia argentina independiente. Ocurre que los contemporáneos del «joven Fidel» ya no están y, para peor, no cuentan. ¿Quiénes son hoy día Kruschev (que ya ni se escribe así) o Arturo Frondizi? ¿Qué se hizo de la Unión Soviética, de la cortina de hierro, de Yugoslavia? Hagamos una trivia, entre los informados lectores de este diario: ¿cómo se llamaba el vicepresidente de Frondizi? ¿Quién fue el presidente provisional que lo sucedió? Transcurrir vigente tamaño pedazo de historia es inusual. Subsistir como centro de atención mundial siendo gobernante de un pequeño país, una proeza.

Muchas miradas (la mediática, la de muchos despolitizadores de la política, la propia de un amplio sentido común) se extasían con los líderes eternamente jóvenes: el Che Guevara o Eva Perón, por caso. La llama luminosa y fugaz. Los que dieron todo, los que murieron en la plenitud, intactos. El atractivo más extendido no es su ideología, que muchos apologistas tardíos rechazan cuando no ignoran. Es su pureza, su cristalización en un momento pasado: no haber envejecido, no haber afrontado contradicciones, no haber gobernado. Apolíneos e inmutables zafaron de crear, padecer y modificar burocracias. O de dar pasos para tentar futuros avances, de cambiar de aliados, de dictar leyes de ministerios, de controlar el déficit, de importar o producir vacunas. Gobernar es hacerse cargo de la complejidad, de contradicciones, de avances y retrocesos.

Con lucidez y buena pluma el blog El Cielo por asalto compara al viejo que ayer consumó su jubilación con el joven paladín: «Fidel no será una leyenda viva como el Che, porque a diferencia de éste siempre cargará con la pesada mochila de la experiencia real del socialismo y no sólo de sus sueños. La Revolución fue un evento cargado de anhelos, valores y esperanzas. El resultado, sin embargo, a casi 50 años de distancia, se encuentra muy lejos de aquellas expectativas, quizás irrealizables».

Las expectativas no fueron colmadas: ni las revolucionarias ni la de los gusanos, ni las de los desestabilizadores. Fidel es un caso único, rompió todos los moldes pero no es original en ese aspecto. ¿Qué sistema político o qué líder de este Sur estuvo a la altura de sus promesas o de sus premisas en ese período?

Todo se entrevera en el magma del tiempo. La biografía parece fábula. Muchas certezas fueron refutadas o, charramente, olvidadas. El método elegido para tomar el poder por los revolucionarios de Sierra Maestra (¿el que les tocó en suerte?) en un momento se consideró un camino viable, eventualmente imprescindible. La revolución, en todas las latitudes, transitaría la vía armada, el foco rural, la chispa en la pradera. Muchos quisieron trasladar la teoría a la praxis: una ojeada retrospectiva demuestra que Cuba no fue precisamente la regla.

Sus contemporáneos ya no son ni están: mucho caducó en décadas de furor. ¿Cómo cifrar a esa figura singularísima, conductora de un proceso irrepetible? Al cronista no se le ocurre nada mejor que evocar una película de Hollywood, El Padrino II. ¿Cuál otra?

Michael Corleone visita Cuba, en aras de concretar negocios turbios con el régimen de Batista. En ese trajín, lo detiene un retén militar. Observa a un rebelde que se abalanza sobre los soldados y detona una bomba, un atentado suicida. Horas después pregunta a sus anfitriones cómo anda la revolución. La minimizan. El Padrino se permite dudar y expresarlo: vio a un hombre dando su vida, esa rebelión no ha de ser poca cosa. No usa esas palabras pero olfatea que la revolución tiene aguante.

El lector podría cuestionar esa pintura, por emanar de un personaje de ficción. Al cronista le va, en parte porque a esta altura de la soirée el Padrino es más concreto y vigente que tantos aliados o enemigos históricos de Castro. Aunque Corleone no sea, estrictamente, realidad su perspicacia (infrecuente entre sus compatriotas) alumbra sobre la verdad.

¿Para qué agregar a la infinita serie de balances, uno más? El cronista se declara impotente. ¿Cómo calibrar en conjunto la historia argentina de esos años, la de Chile, la de Uruguay o República Dominicana? ¿El semáforo que califica verde, amarillo o rojo? ¿La puntuación del uno al diez? Pulula ese material en toda la prensa del mundo, permítasele abstenerse. Sí le vale subrayar que los peores enemigos de Fidel perseveran: son constantemente los mismos y están entre los peores del barrio global. Y que el proceso cubano (con sus tropiezos, errores, desviaciones y reculadas) sigue su camino sobrellevando con aguante las agresiones foráneas, la implosión de la Unión Soviética, la miseria del período especial.

Lo atípico desafió las profecías, luego los vaticinios. Fidel se retira en una situación que, tampoco, fue prevista por los augures. Se acumulan consejos para Cuba, ora bienpensantes, ora imprecisos, ora malévolos. Los más trillados son una vagarosa «transición» que se supone mágica o una «apertura» cuyo saldo se da por bueno, en ambos casos sin admitir prueba en contrario.

Son menos frecuentes las exhortaciones a Estados Unidos a cejar en la barbarie imperial, a desistir el bloqueo, a reintegrar Guantánamo.

La retórica socialista transitó varios toboganes y una saga de revisiones. El capitalismo se recicló bastante, de lo sólido a lo líquido. El centro y la periferia no se dejan llamar más así pero los países siguen estratificados en clases sociales.

En tanto, la isla se bancó una constante hostilidad, intentos de invasiones, un bloqueo sin parangón. Y el último formador de naciones del siglo XX no fue asesinado, ni se dio vuelta: se sostuvo como pudo, desafiante, a tiro de cañón de la mayor potencia de la historia humana.

Como cuadró a los dirigentes de su linaje, representó a su pueblo y a su país, fue un predicador, un orador de masas dotado de una notable pedagogía popular. Quiso reescribir la historia de Cuba y recontarla para que todos la entendieran. La utopía quedó trunca (un sueño inconcluso del fin de milenio) pero nadie dirá que se entregó al imperio, que flaqueó ante la adversidad, que abjuró de su credo igualitario.

Ironizando apenas podemos remarcar que en la profusión de consejos para un hijo caribeño que se lee por doquier, nadie le desea a Cuba que en unos años llegue a tener los índices educativos o sanitarios de Argentina, Brasil o Chile. Sería puro sadismo, todos lo sabemos: los standards cubanos superan a esos países vecinos y hermanos.

Estos apuntes distantes sobre una vastísima realidad no se bastan para ser la verdad. Y son sólo una fracción selectiva de los hechos, se confiesa. Pero son mucho más que detalles.