martes, noviembre 26, 2024

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DÍA DE LA ANTÁRTIDA ARGENTINA: 104º Aniversario de la presencia ininterrumpida de los argentinos en la Antártida

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Por: Fundación Marambio

El día 22 de febrero se conmemora el Día de la Antártida Argentina y se cumplen 104 años de la permanencia ininterrumpida de los argentinos en la Antártida.

Desde hace algunos años atrás, los responsables de esta Fundación nos preocupamos por saber cuántos y cuales eran los medios periodísticos que en este día se referían a la conmemoración y al acontecimiento histórico de esta fecha, que tendrían que ser muy caro para nuestros sentimientos, porque está relacionado con la soberanía de nuestro país, pero vimos muy pocas publicaciones en general, salvo en los últimos años, que esta difusión está dando sus frutos.

También estuvimos preguntando a muchas personas de distintos niveles de conocimientos y muy pocos sabían que el 22 de febrero es el Día de la Antártida Argentina, a las que les contestábamos que no tengan vergüenza, ya que pocos Argentinos lo saben, porque para esa fecha las escuelas permanecen en receso y no ocurre como con otras conmemoraciones patrióticas que son recordadas en el transcurso de nuestra vida, debido a que están en el calendario escolar, porque lo que se aprende de niño en la Escuela, difícilmente se olvide.

Lo expresado lo confirmamos, porque desde hace algunos años enviamos mensajes con texto similar a éste informe a varias personas y entidades y nos sorprendió de sobremanera, que muy pocos sabían cuando era el Día de la Antártida Argentina; algunos recordaban esta fecha, desconociendo el motivo de esta celebración, pero con la retransmisión de este mensaje y publicación en distintos medios, hemos observado que la gente no es indiferente a estas manifestaciones patrióticas y últimamente se le está dando amplia repercusión.

Argentina en la Antártida

Antártida Argentina o Sector Antártico Argentino, a la que nosotros consideramos parte del territorio nacional, integra una vasta área que ocupa el casquete polar austral y en la que prevalecen condiciones ambientales particulares -distintas a las de América del Sur- las cuales tienen una influencia muy marcada en la presencia y en las actividades del hombre.

Por otra parte, esa zona está afectada a un régimen jurídico especial cuyo ámbito territorial abarca toda el área al sur de los 60º de latitud Sur.

La región antártica delimitada por los meridianos 25º y 74º Oeste y el paralelo 60º de latitud Sur, forma parte del que fuera Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, establecido por Decreto-Ley Nº 2129 de fecha 28 de febrero de 1957, hoy por ley provincial.

Las autoridades provinciales residen en Ushuaia y el Gobernador designa anualmente su delegado para la región antártica, quien representa así al poder civil de la zona.

La presencia Argentina en nuestro Sector, según la actividad de los foqueros criollos y de acuerdo con la investigación histórica, se produjo en la segunda década del siglo XIX; aunque algunos afirman incluso que tuvo lugar a fines de dicho siglo.

Eran buques que desde el puerto de Buenos Aires iban a las llamadas actualmente Islas Shetland del Sur en busca de sus presas.

El secreto mantenido por nuestros foqueros hizo que el descubrimiento de esas tierras fuera ignorado por mucho tiempo y se lo atribuyeran navegantes de otros países.

A fines del siglo XIX y principios del siglo pasado, la ayuda prestada por nuestro país a expediciones extranjeras, en particular la de Nordenskjöld, de Gerlache y Charcot, fueron debidamente apreciadas, quedando como resultado tangible toda una serie de nombres argentinos puestos a accidentes geográficos: Isla Uruguay, Islas Argentinas, Roca, Quintana, entre otros.

La ocupación permanente de la Antártida Argentina

El 22 de febrero de 1904 se inicia la ocupación permanente de la Antártida Argentina, con el izamiento del pabellón nacional en la Isla Laurie del grupo de Islas Orcadas.

Cabe destacar que durante 40 años la Argentina fue el único ocupante permanente del Antártico, hecho que constituye el mejor aval de nuestros títulos de soberanía en el área.

La presencia Argentina en la Antártida tiene más de un siglo, récord que nos enorgullece, y han sido frecuentes los actos de gobierno y administrativos en relación con nuestras actividades y en defensa de los derechos argentinos.

Entre las disposiciones legales de mayor importancia debemos citar el decreto del Presidente Julio Argentino Roca de 1904 por el que se establece el Observatorio Meteorológico Antártico Argentino, el decreto de 1951 que crea el Instituto Antártico Argentino, el Decreto-Ley 2191, que fija los límites del Sector Antártico, la ley 18.513 de 1969 que crea la Dirección Nacional del Antártico.

A estas disposiciones deben agregarse desde la vigencia del Tratado Antártico, las recomendaciones aprobadas por el Gobierno argentino que fueron adoptadas en cada una de las Reuniones Consultivas Antárticas.

Los títulos de soberanía de nuestro país sobre ese sector son múltiples, siendo los principales los siguientes:

1. Continuidad geográfica y geológica.

2. Herencia histórica de España.

3. Actividades foqueras desde que éstas comenzaron en la región.

4. Ocupación permanente de una estación científica que se mantiene desde comienzos de siglo hasta nuestros días: el Observatorio Meteorológico y Magnético de las Islas Orcadas del Sur, inaugurado en 1904.

5. Instalación y mantenimiento de otras bases permanentes y temporarias en la península antártica e islas adyacentes; también en la barrera de hielo de Filchner, aparte de numerosos refugios en distintos puntos del sector.

6. Trabajos de exploración, estudios científicos y cartográficos en forma continuada.

7. Instalación y mantenimiento de faros y ayudas a la navegación.

8. Tareas de rescate, auxilio o apoyo, tales como el salvamento a comienzos del siglo pasado, del eminente sabio explorador sueco Otto Nordenskjöld y sus compañeros; el rescate de un enfermo y un accidentado, ambos ingleses de la apartada estación de Fossil Bluff.

9. Presencia Argentina en tierra, mar y aire en todo el Sector, inclusive el mismo Polo Sur, alcanzado en varias oportunidades alternativamente por aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea y por las expediciones terrestres del Ejército. Durante el año 1969, la Patrulla Soberanía de la Fuerza Aérea llegó a la entonces Isla Seymour, quienes utilizando solamente picos, palas y explosivos construyeron la primera pista de aterrizaje de tierra del Continente Antártico, que permitió operar aviones de gran porte con tren de aterrizaje convencional, es decir con sus ruedas, rompiendo, a partir del 29-OCT-1969 con la fundación de la Base Aérea Vicecomodoro Marambio, el aislamiento con dicho Continente, donde ahora se puede llegar en cualquier época del año; hecho de trascendencia nacional, histórica y geopolítica, como así también la apertura de rutas en sentido transpolar.

10. Apoyo logístico y operativo en forma permanente, a las actividades científicas a nivel internacional.

Bases Antárticas argentinas

* Permanentes: Orcadas, Jubany, Esperanza, Marambio, San Martín y Belgrano II.

* Temporarias: Cámara, Decepción, Petrel, Primavera, Melchior, Brown y Matienzo.

Sobre la base Orcadas

El lugar

Las Islas Orcadas del Sur constituyen un archipiélago situado a unos 1100 km. al sudeste de la isla de los Estados, casi en el mismo limite norte del Sector Antártico Argentino entre los paralelos 60º y 61º S y los meridianos 44 y 47º W. Se trata de unas 40 islas e islotes pequeños que totalizan una superficie de casi 1000 km. cuadrados.

Estrechos y pasos, casi todos navegables, separan unas de otras a estas islas montañosas que ostentan sus picos casi totalmente cubiertos de hielo y nieve, excepto en los lugares donde las laderas caen acantiladas. Sus costas, con algunas bahías más o menos amplias, suelen congelarse por influencia del mar de Weddell, impidiendo la navegación fuera de los meses del verano.

La mayoría de las islas de este archipiélago se elevan bruscamente desde el mar, presentado en su interior una cadena montañosa que las recorre de este a oeste, de la que descienden glaciares hacia el mar.

En las costas libres de hielo, especialmente en las islas que emergen en el sur del archipiélago, los musgos y líquenes formando un compacto tapiz verde ponen en el paisaje una nota singular y atractiva que, unida a la presencia de las aves antárticas, principalmente petreles y pingüinos, que acuden en primavera y verano, atempera la sensación de soledad que produce el lugar.

Las islas más importantes del archipiélago son: Coronación, destacada por su extensión, con sus 450 km2 es la mayor del conjunto y la que también ostenta el pico más elevado, el cerro Noble, de 1642 metros. Sus costas ofrecen diversos aspectos: la costa norte es más bien baja y el hielo que la cubre desciende suavemente hacia el mar; la costa oriental es quebrada e irregular con bahías y altos acantilados; la costa oeste es en parte acantilada; la costa sur cubierta totalmente por glaciares, es la más alta de todas.

Frente a la parte media de la costa sur de la isla Coronación emerge la isla Signy, y en el extremo sudoeste de la isla de referencia muy próximo a su costa están las isla Larsen y, más hacia el oeste, las Inaccesibles.

Entre las isla Coronación y Laurie, al este de aquella, se interpone la isla Powell, y al nordeste de ésta, surge la isla Montura.

La isla Laurie es la que sigue en extensión a la isla Coronación. Aproximadamente mide 21 km. de este a oeste, variando su ancho desde 222 m en la parte más estrecha, hasta 9 km. en la más amplia.

La costa norte de la isla Laurie presenta cuatro bahías, una de las cuales, denominada Uruguay, mide 7 km. de ancho. En la costa sur de esta bahía se abre la caleta homónima en la que se encuentra la instalación argentina, en los 60º 44’ latitud S y 56º 38’ longitud W. En el fondo de la caleta se forma entre las montañas un pequeño pasaje o istmo de poco más de 400 m de ancho, que separa la bahía Uruguay con la Bahía Scotia que se abre en la costa sur de la isla. Esta tiene una entrada de casi 4 km. de ancho. En el fondo de esta bahía se abre la caleta homónima. Con relación a las operaciones de desembarco se prefiere, por lo general, operar en Bahía Scotia, por la relativa tranquilidad de sus aguas, protegidas por la península Mossman.

El nombre actual del archipiélago es traducción de “South Orkneys Islands”, topónimo con el que aparece en la carta de James Weddell, quien en 1823 visitó las islas, o sea un año después de haber sido descubiertas por el capitán Powell.

En cuanto a la denominación “isla Laurie” fue usada por primera vez en un mapa editado en 1822 por el agente de ventas de cartas del Almirantazgo británico, R.H. Laurie.

La expedición del Dr. Bruce

El Dr. William S. Bruce partió de Edimburgo el 2 de noviembre de 1902 para cumplir trabajos científicos en la Antártida que le fueron encomendados por la Real Sociedad de Geografía de Escocia, de acuerdo con las recomendaciones del VII Congreso Internacional de Geografía celebrado en Berlín en 1899.

El Dr. Bruce se había propuesto explorar y estudiar el sector del casquete polar situado al sur de nuestro continente. Arribado a las latitudes antárticas a bordo del “Scotia”, después de haber recalado en las Malvinas, y no pudiendo continuar la navegación por impedírselo el hielo que ya cubría en gran parte el mar, decidió poner proa hacia las Orcadas del Sur, descubiertas por Powell en 1821, que ya había visitado en un viaje anterior.

Llegado a la isla Laurie, una de las mayores del archipiélago, el “Scotia” penetró en una bahía en la costa sur de la isla, bahía que fue bautizada por Bruce con el nombre de su barco.

Esto ocurría en el mes de Marzo, y a esta altura del año el mar comienza a cubrirse rápidamente de hielo. El “Scotia” quedó aprisionado, Bruce y sus hombres decidieron invernar en la isla. Era necesario, tener una casa para sobrevivir en un lugar tan inhóspito y en la peor época del año, y los expedicionarios se dedicaron a la tarea de construir un albergue donde pasar el invierno. Así surgió “Omond House”, la primera casa-habitación en Orcadas del Sur, una pequeña casilla de madera protegida por fuera con piedra de las faldas de los cerros próximos. El nombre le fue dado en honor de uno de los patrocinadores de la expedición.

Tal fue el humilde origen de nuestro primer observatorio en las Orcadas y primer establecimiento permanente en la Antártida.

En Omond House pasó Bruce aquel invierno de 1903 en espera de que el deshielo le permitiera salir con el “Scotia” en procura del puerto de Buenos Aires con el fin de reaprovisionarse. Mientras tanto, los hombres no permanecían inactivos. Otra pequeña casilla de madera para depósito del instrumental de magnetismo terrestre se levanto en un lugar próximo a Omond House, además de pequeños abrigos para observaciones meteorológicas instalados en la playa de Bahía Scotia.

Llegada la época propicia para la navegación, Bruce dejó en Omond House una dotación de seis hombres encabezadas por el meteorólogo Robert C. Mossman, que durante los años 1896 a 1900 había ejercido la dirección de la estación de meteorología de Edimburgo y la superintendencia del observatorio de Ben Nevis (Escocia). Así continuaría con los estudios y observaciones hasta el regreso de Bruce.

En Diciembre de 1903 el “Scotia” llegaba a Buenos Aires en donde la Antártida comenzaba a despertar la curiosidad y atraer la atención de la gente.

Cuando llegó el “Scotia” hacia apenas dos años que nuestro puerto había sido visitado por el Antartic de paso hacia el Sur, y a principios de Diciembre había arribado el buque “Le Français”, de Charcot, regresado de su viaje a los mares australes y la corbeta “Uruguay” de la Armada Nacional, trayendo a bordo al Dr. Nordenskjöld y sus hombres que habían quedado aislados y en peligro al perder al “Antartic” aprisionado por los hielos.

La propuesta de Bruce

Durante la presidencia del General Julio Argentino Roca se daban las condiciones para que nuestro país pudiera colaborar en el quehacer científico.

La Argentina había decidido la instalación de un observatorio meteorológico y geofísico en la isla del Año Nuevo, cerca de la costa norte de la isla de los Estados.

Este hecho sumado a la acción que nuestra marina acababa de realizar rescatando a la expedición de Nordenskjöld, y apoyando luego al “Scotia” en su viaje a Buenos Aires, inclinaron quizás al Dr. Bruce, preocupado por la continuación de las observaciones iniciadas en la isla Laurie, a pensar que nuestro país podía acometer esa empresa. El 9 de diciembre se había realizado en el teatro Politeama un homenaje a los expedicionarios, y en esa oportunidad Nordenskjöld dijo: “Aquí las expediciones son bien preparadas y llevadas a buen termino, como lo sabe cualquier persona que observe la expedición realizada con tan buen éxito por la Armada Argentina”.

Bruce se dirigió al jefe de la oficina Meteorológica dependiente del Ministerio de Agricultura, señor Walterio Davis, con la siguiente proposición: ofrecía al gobierno argentino la instalación de Omond House, el deposito de instrumental y los aparatos de observación, todo por la suma de cinco mil pesos moneda nacional. Solo ponía una condición: que dicha venta no se hiciera publica, que figurase como donación hecha por él a nuestro gobierno en retribución por la cooperación que le prestara la Armada durante su viaje a Buenos Aires.

Los funcionarios no necesitaron meditar mucho la propuesta para comprender los beneficios que resultarían de su aceptación no solo desde el punto de vista práctico, sino por el prestigio que daría a nuestro país el emprender tales empresas. Así fue que el señor Davis valoró en su justa medida la importancia de continuar con las observaciones comenzadas en la isla Laurie y entrevisto al subsecretario del Ministerio de Agricultura Dr. Carlos Ibarguren. “En cuanto me enteré de la propuesta del señor Bruce – escribió después Ibarguren- percibí la importancia que tendría para la Argentina, no solo el interés científico, sino también político, practico, el establecimiento permanente de una instalación oficial del gobierno en lo que entonces se llamaban ‘mares australes de la República’, hoy Antártida; era un primer paso; tornaríamos así en efectiva la posición de lo que era y es parte integrante de nuestro país” (Carlos Ibarguren, “La Historia que he vivido”). Esto es lo que el subsecretario de Agricultura informó al ministro Wenceslao Escalante, quien inmediatamente dio su aprobación al proyecto encargando a su subordinado redactase el decreto con fecha 2 de enero de 1904 que fue publicado en el Boletín Oficial del 5 de enero.

En ningún momento, ni Bruce, ni la delegación inglesa en la Argentina, habían considerado bajo soberanía británica a las Orcadas y menos aun se dio proyección política a la enajenación de la casilla instalada allí. Los expedicionarios del “Scotia” reconocieron que esa región no pertenecía a Gran Bretaña, como se dice en la obra publicada por Bruce en 1906, titulada “The voyage of the Scotia”.

Muchas veces -se afirma en la pagina 78 de ese libro- en los variados temas examinados durante las largas veladas de invierno surgió la cuestión de la propiedad de las islas Orcadas del Sur y después de muchas y largas discusiones llegamos a la grata conclusión de que, aun en esta época del imperialismo, las Orcadas del Sur, habían escapado al poder de todo país y que gozábamos del privilegio de vivir en una tierra de nadie (no man’s land). Pero temo que esto no dure mucho, no porque la pretendamos para Inglaterra, porque aun cuando siempre hemos deseado ensanchar los confines de nuestro imperio no hubiéramos podido pretender nuevos territorios en nombre de nuestro país sin un mandato de nuestro gobierno.

Sin embargo, cuando el Scotia volvió a las islas en febrero de 1904 con una comisión argentina para hacerse cargo del Observatorio bajo los auspicios del gobierno argentino, la bandera argentina fue izada donde primeramente ondeara el león escocés y yo presumo que las Orcadas del Sur son consideradas como una posesión de aquella potencia”.

Junto con el observatorio se instaló también en la isla Laurie la primera oficina de correos que funcionó en Antártida, siendo su primer jefe el señor Hugo Acuña, miembro de la comisión, que fue designado para esa tarea por el entonces Director de Correos y Telégrafos de la Nación, don Manuel García Fernández, y provistos para tal fin de una valija postal con formularios del correo nacional y un matasellos para anular las estampillas argentinas utilizadas por el personal del observatorio. Autor de la iniciativa había sido el naturalista y geógrafo don Francisco P. Moreno, preocupado por la defensa de nuestros intereses en la Patagonia y de nuestra presencia en Antártida.

Grande fue la satisfacción del Dr. Bruce por el resultado de su gestión, pues al mismo tiempo que veía asegurada la continuación de los trabajos realizados por sus hombres en la isla Laurie, contaba ahora con el dinero necesario para proseguir su viaje hacia el Polo Sur.

Como debía hacer escala en Laurie para embarcar al equipo que había quedado en Omond House, se ofreció para trasladar a los integrantes de la comisión argentina que iría a hacerse cargo de las instalaciones adquiridas, ya que al estar en reparación la “Uruguay” nuestra marina carecía de medios para hacerlo.

El 21 de enero de 1904, el “Scotia” zarpaba de nuestro puerto rumbo a las Orcadas del Sur. A su bordo viajaban los siguientes integrantes de la comisión argentina: Edgard C. Szmula, empleado de la oficina Meteorología Argentina, Hugo A. Acuña, de la división de Ganadería y Luciano H. Valette, de la oficina de Zoología del Ministerio de Agricultura. Este personal trabajaría en Orcadas bajo la dirección del señor Roberto C. Mossman, que de ese modo pasaría un año más en Laurie, lo mismo que Williams Smith, otro miembro de la expedición escocesa, que quedaría en la isla como cocinero de la comisión.

Después de recalar en las Malvinas, el “Scotia” llegó a Laurie el 14 de febrero; el día 22 se efectuó la sencilla ceremonia de traspaso de las instalaciones, y desde ese momento comenzó a flamear nuestra bandera en aquel desolado lugar.

Los cinco hombres que por primera vez invernaron en la isla Laurie durante aquel año de 1904 para estudiar la naturaleza del extremo austral del mundo, fueron, junto a Sobral, Irízar y sus marinos, los pioneros de nuestra historia antártica, los que iniciaron la pléyade de hombres que en una u otra forma, vienen trabajando ininterrumpidamente aportando su esfuerzo a la ardua tarea de investigar la naturaleza antártica en sus múltiples aspectos, posibilitando así la participación de nuestro país en el quehacer científico junto a otras naciones empeñadas en la misma obra.

En 1927 se inauguró en Laurie la primera estación radiotelegráfica en la Antártida.

Del ámbito del Ministerio de Agricultura, el Observatorio de las Orcadas del Sur, pasó a depender en 1951 de la Fuerza Aérea Argentina, siendo su dotación:

Primer Teniente Enrique de los Sagrados Corazones Smith Estrada (Jefe)

Teniente Lauro Vigil (Médico)

Señor Reinaldo Soto

Señor Benito P. Rodríguez,

Señor Baltazar Silva,

Señor Alejandro Dubini,

Señor Salvador Américo,

Señor Osvaldo Castrogiovanni,

Señor Emilio Escobar,

Señor Orlando A. Angio

Señor Jacobo Leitman.

En 1952 por Decreto Nº 13.714, pasa a jurisdicción del Servicio de Hidrografía Naval como Destacamento Naval Orcadas, Servicio del cual depende desde entonces a través de su Departamento Antártida; su dotación estuvo integrada por:

Teniente de Fragata Ifigenio Sanz, medico Alberto R. Torres, Cabo Mayor José Alvarez, cabo principal Carlos A. Rojas, marinero segundo Ricardo González, marinero primero Feliciano Aguaysol, observador meteorológico Eduardo Leyton, observador meteorológico Armando Pico, señor Rogelio Souto y señor Enrique Poveda.

Peripecias de la primera Comisión Argentina

En “Viaje a las Islas Orcadas Australes” publicado en Buenos Aires en 1906, dice el señor Luciano H. Valette.

“El panorama que nos rodeaba era constituido de cerros escabrosos cubiertos de eterno hielo, témpanos formidables y enormes ventisqueros.

“Nuestra habitación revestida exteriormente por una muralla de piedras era, sin ser confortable, muy sólida y debido a su edificación primitiva tuvimos siempre una ventilación natural excelente, tanto más necesaria cuanto que la sola pieza que la constituía era colectiva. Por esa circunstancia, la mala higiene domestica fue inevitable con motivo del amontonamiento de materiales en un reducido espacio, el cual servia a la vez de cocina, dormitorio, comedor, laboratorio, etc.”

Al poco tiempo de instalados ya tuvieron los expedicionarios las primeras experiencias desagradables de la vida en aquellas regiones. El clima frío y húmedo, el cielo permanentemente cubierto por espeso manto de nubes que muy de vez en cuando se abre para dejar paso al sol; la niebla, que al ocultar el paisaje torna monótono el ambiente, todo ello hace dura la existencia del hombre allí.

En días de cielo descubierto, a pleno sol, el paisaje es maravilloso. Pero tal cosa ocurre muy rara vez. En aquellas latitudes, precisamente, predominan las tormentas con fuertes vientos y nevadas. Y es lo que tuvieron que soportar nuestros hombres en los comienzos de su vida antártica. Tras una primera tormenta con ráfagas de 95 km. por hora desencadenada a fines de febrero, y que produjo la pérdida de algunas pieles de aves y peces que había coleccionado el señor Valette, encargado de los estudios de zoología, el 8 de marzo un segundo temporal mucho más violento aun llegó a amenazar seriamente a la pequeña vivienda cuyo parapeto de piedras fue derrumbado por el golpe de las olas que llegaron hasta 2 m de la puerta de Omond House. Pasado el temporal comenzó la dura tarea de las reparaciones. Hubo que rehacer el parapeto que servia de protección a la casa, para lo cual se transportaron grandes bloques de piedra utilizando palancas y una considerable cantidad de piedras menores en trineos. Todo el material era de la falda de los cerros que se levantan a unos 100 m de las instalaciones. Casi todo el mes de marzo se empleó en estas tareas que dejaron casi exhaustos a nuestros inexpertos expedicionarios, recién llegados de Buenos Aires. En la madrugada del 4 de abril comenzó a soplar desde el sudeste un viento amenazador, a la hora no quedaba nada del parapeto y las defensas que habían costado un mes de agotador trabajo. Todo cayó bajo los embates del mar que, en sucesivas y violentas oleadas, había llegado hasta el lugar. Y no solo piedras se llevó el mar; también algunos cajones de víveres, lo que fue peligroso para una expedición que permanecería totalmente aislada y sin ningún contacto con el exterior, por un tiempo que no podía ser establecido con certeza, ya que son las condiciones climáticas las que decidirán la fecha del relevo. La pequeña casa-habitación tuvo que se abandonada pues el agua la rodeó totalmente. Con el viento soplando a 110 km. por hora, el frío intenso y la molesta borrasca de nieve, los castigados hombres se dirigieron hacia la costa de la bahía Uruguay, más separada de los vientos del sudeste; llevaban consigo dos carpas para utilizarlas como vivienda temporaria, pero el furioso y enloquecido viento ni siquiera permitió desatarlas. La diminuta casilla de los instrumentos magnéticos fue la salvación. A ella se dirigieron los cinco hombres y en ella permanecieron en incomoda situación, pero al reparo, hasta las diez de la mañana en que amainó el temporal y aprovecharon para penetrar en la vivienda y poner a salvo cuanto pudieron.

Valette mismo relató la situación: “Estabamos empapados y con mucho frío, pero el salvamento nos hacia olvidar todo. Mientras nos encontrábamos ocupados en esa tarea oímos unos crujidos terribles. El viento había arrancado el techo del deposito de víveres; la rompiente del mar llegaba a más de 50 metros adentro de la línea de las más altas aguas!

“Eran las tres de la tarde y a pesar de la bajamar las olas aun alcanzaban al borde de la casita. El viento seguía en su furia.

‘Adentro de la cabaña era todo confusión y afuera, en el deposito de víveres, destechado, el cuadro era desconsolador. A pesar de todo esto no podíamos optar por el abandono de nuestra vivienda. A donde iríamos?

“En el desgraciado caso de que el derrumbe de la cabaña se hubiera producido, pusimos un hacha al lado de la ventanita para hacerla saltar y salir luego por ella, pues la puerta hubiera quedado sin acceso.

“Entretanto, llegaba la hora de la otra pleamar y el viento nada había calmado. La noche era horrorosa y el mar bañaba nuevamente los cimientos de la casita.

“En ese momento la obsesión de aquellos hombres era la siguiente pleamar cuya hora ya se aproximaba. Fue entonces que la Providencia quiso que el mar arrastrara a la playa unos grandes bloques de hielo que sirvieron luego para romper y disminuir así la fuerza de las olas”, narra Valette.

“Al día siguiente, concluido el temporal, comenzó de nuevo la tarea de las reparaciones. Hubo que arreglar el almacén de provisiones que había quedado sin techo y en desorden. Con los mismos cajones de víveres se hicieron las paredes y se utilizaron todos los elementos posibles y todas las artes del ingenio para hacer la mejor construcción posible.

“A fin de obtener tirantes y gruesos clavos -dice Valette-, tuvimos que deshacer un gran trineo. El techo se cubrió con lona y sobre ésta un tejido impermeable. Luego se fortificaron las paredes exteriormente con una espesa capa de piedra que acarreamos en trineo desde la falda de los cerros más próximos. Muchas de estas obras se hicieron con grandes dificultades, no solo por la falta de elementos, sino debido a los fuertes vientos. La tarea era tanta y tan pesada que nuestros semblantes agobiados se asemejaban a presidiarios condenados a trabajos forzados.”

Para el 22 de abril se concluyeron los trabajos y el 30 ya cubría la superficie del mar una gruesa capa de hielo, fenómeno tan esperado por los expedicionarios ya que el peso del hielo le hacia perder al mar toda potencia y peligrosidad.

En adelante el peor enemigo sería el hastío. Efectivamente, durante el invierno antártico la actividad es casi nula, salvo las tareas habituales domesticas y, sobre todo, despejar de nieve ventanas y accesos. La inclemencia del tiempo y la oscuridad, excepto unas pocas horas al mediodía, obligan a permanecer en la vivienda días enteros. Si se piensa que la reducida Omond House era utilizada como cocina, comedor, dormitorio y laboratorio, podremos imaginar lo que fue la vida de los cinco integrantes de aquella primera comisión argentina en Antártida durante el invierno de 1904.

Pero llegó octubre y arribaron a Laurie los primeros pingüinos, lo cual fue muy celebrado por nuestro hombres, cansados ya de tanta soledad y silencio como habían soportado aquel singular invierno, durante el cual la única compañía extraña había sido la de las palomas antárticas. Ahora por lo menos había otros seres en Laurie, a quienes escuchar y contemplar, observar sus costumbres y movimientos. Todos se alegraron con esta nueva compañía en la isla, el más entusiasmado habrá sido Valette, cuya misión era precisamente estudiar la fauna del lugar. “Una bella mañana del mes de octubre -dice- me presenté por primera vez en un criadero. Me encontré allí ante la mejor sociedad de la isla. El pueblo no dio muestras de impaciencia y continuó sin interrupción su tarea de construcciones para el dulce ‘plaisir d’amour’”.

En efecto, los pingüinos viviendo durante el invierno principalmente en el mar libre de hielos en latitudes más bajas, llegan al continente avanzada la primavera y se instalan en tierra firme para procrear, lo cual realizan una vez concluida la sencilla construcción del nido, un montoncito de piedritas que acarrea el macho y deposita junto a la hembra encargada de acomodarlas en circulo y en cantidad suficiente para albergar e incubar los huevos. Puede suceder que la hembra permanezca impasible ante la donación de las primeras piedritas o bien que se aleje del lugar, entonces el “galán”, ante el rechazo, busca una nueva “doncella”.

Repartiendo el tiempo entre las tareas domésticas, los trabajos específicos de cada uno, las largas caminatas en dos días muy buenos, llegó el 31 de diciembre y con él, el “aguinaldo de Año Nuevo”, como dice Valette.

“Gloria y contento -escribió-, era la corbeta ‘Uruguay’, la mascota polar de la Armada Argentina, que avanzaba lentamente entre los hielos en demanda del puerto.” Con ella llegaba el relevo para el segundo año del observatorio de Orcadas, y para nuestros hombres la hora del regreso.

Es destacable la actuación de José Manuel Moneta; formó parte de las expediciones a las islas Orcadas durante 1923, 1925, 1927 y 1929 actuando como jefe en las dos últimas. Volcó su experiencia en la obra “cuatro años en las Orcadas del Sur” (ver: Argentina en la Antártida, T.I, pp.56-59).

La base Orcadas, ha significado para la Armada una continua tarea, no sólo por la permanencia de sus dotaciones sino también por los relevos efectuados año tras año, realizados incluso con buques balleneros y mercantes, continuando la tarea con buques como la corbeta “Uruguay”, el ARA. “Guardia Nacional”, el ARA. “1º de Mayo”, el rompehielos ARA. “General San Martín”, el buque polar ARA. “Bahía Paraíso” y actualmente el rompehielos ARA. “Almirante Irízar”, apoyado año tras año por distintos avisos como el ARA. “Gurruchaga” o el ARA. “Irigoyen”.

Por otra parte, las comunicaciones con el Sector Antártico Argentino han sido ininterrumpidas a partir de la instalación de la primera estación radioeléctrica en 1927, a cargo del Suboficial Emilio BALDONI, quien se comunicó con Ushuaia el 30 de marzo de ese año. Desde entonces Orcadas ha estado unida al continente a través de los distintos sistemas radioeléctricos, a pesar del incendio sufrido el 25 de agosto de 1975 que destruyó la casa principal. Durante la Campaña Antártica de Verano de 1979/80 se inicio la construcción de una moderna casa-habitación, y posteriormente en 1992 se concretó la instalación de una antena satelital que permite la recepción de señales de televisión.

Estructura y funcionamiento

La base cuenta con las siguientes dependencias:

• Casa Principal

• Casa de Emergencia

• Capilla

• Casa Museo Moneta

• Casa “Omond House”

• Laboratorio de biología

• Estación sismográfica

• Casa Pampa – Radio EGA

• Usina Nº 1

• Usina Nº 2

• Casa Variómetro

• Depósito de Lubricantes, de Gas y de Baterías

• Galpón Nº 1 – Frigorífica – Despensa

• Galpón Nº 2 – Talleres – Garaje – Despensa

• Galpón Nº 3 – Ferretería – Máquinas – Electricidad

• Pañol de Pinturas, etcétera.

Actividades

Se realizan trabajos sobre: meteorología de superficie y de altura, cuenta con una central de pronósticos antárticos; magnetismo, componente vertical y horizontal, cómputos, observaciones y lectura de registros, relevamientos geológicos y localización de sensores; observación visual de auroras; científicos del IAA-DNA realizan estudios glaciológicos, estado del hielo en el mar; en biología, observación de la fauna, trabajos sobre aves y mamíferos marinos y monitoreo de colonias de pingüinos; la actividad geológica y geofísica es discontinua.

Datos climáticos

Los siguientes son datos de temperaturas suministrados por el SMN; corresponden al periodo 1981 – 1990:

* Temperatura máxima anual: -0,4 ºC (años considerados: 10)

* Temperatura máxima: 3,2 ºC (febrero)

* Temp. máximo valor medio: 4,1 ºC (febrero 1990)

* Temp. mínimo valor medio: -9,8 ºC (agosto 1988)

* Temperatura mínima anual: -5,7 ºC (años considerados: 10)

* Temp. mínima: -13 ºC (julio)

* Temp. máximo valor medio: 0,8 ºC (febrero 1990)

* Temp. mínimo valor medio: -19,1 ºC (julio 1987)

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  1. Soy hija de C.Budde que fue a la base Orcadas en el año 1961 y 62 estuvo en el servicio de meteorologia les agradeseria que me manden anecdotas si pude ser Gracias Viviana Budde

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