El inicio extraoficial del verano en Estados Unidos ha hecho saltar algunas alarmas.
Las imágenes de aglomeraciones en playas y otros espacios al aire libre sin mascarilla ni el distanciamiento social recomendado contra la covid-19 coparon las redes sociales y los medios de comunicación del país esta semana.
El lunes feriado por el Día de los Caídos -que habitualmente marca el comienzo de la época estival en EE.UU.- coincidió este año con la primera fase de reapertura tras varios meses de restricciones y cierres por el coronavirus.
Hasta este 27 de mayo, los 50 estados de EE.UU. habían comenzado a reabrir al menos parcialmente, entre las advertencias de la comunidad científica por el riesgo de «nuevos picos» y un número clavado en la mente de muchos: 100.000 muertos, según el recuento de Johns Hopkins.
Es el número de víctimas que lamentablemente alcanzó este miércoles el país por la crisis de coronavirus, el más alto atribuido a la covid-19 por un solo país.
Y seguramente lo peor es que probablemente llegará a 110.000 a mitad de junio, según las proyecciones de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Aunque 100.000 de más de 326 millones supone una tasa de mortalidad inferior que la de Reino Unido, España o Italia, no deja de ser una enorme tragedia para el país.
Para ponerlo en perspectiva, el corresponsal de la BBC en Washington Jon Sopel subrayaba este miércoles que «la guerra de EE.UU. contra el enemigo invisible, como le gusta llamarla a Trump», ha matado a más estadounidenses en cuestión de tres meses que los conflictos de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán en un agregado de 44 años.
¿Por qué, entonces, se decidió volver a poner en marcha la economía del país?
Una situación desigual
A nivel nacional, Estados Unidos registra una tendencia general a la baja en nuevos casos y muertes, pero siguen existiendo grandes discrepancias entre estados.
«Estamos empezando a ver algunos cambios positivos en algunos lugares, pero si hay algo que ha empezado a quedar claro es que [el problema] no está distribuido de manera equitativa por todo Estados Unidos», explica a BBC Mundo Jeremy Youde, especialista en políticas globales de salud y decano de la Escuela de Humanidades de la Universidad de Minnesota, Duluth.
«Es difícil tener una imagen general nacional de lo que ocurre», reconoce.
La Casa Blanca publicó una guía con puntos básicos sobre la reapertura, en la que recomienda que se registre una «tendencia descendente» de casos durante 14 días.
Pero varios territorios que decidieron estrenar la nueva normalidad no lo cumplían.
El presidente, Donald Trump, ha insistido a los gobernadores en empezar la reapertura y llegó a asegurar que podría desautorizarles si lo necesita, sin precisar qué poderes invocaría para hacerlo.
«Cada estado tiene sus propios criterios para tomar la decisión a pesar de que las acciones de uno afectan a todos los demás (…) Esto ha resultado en que algunos estados con un número creciente de casos y hospitalizaciones de covid-19 están abriendo», señala Amanda Glassman, especialista en políticas de salud global y vicepresidenta ejecutiva del think tank Center for Global Development.
«Eso señala que la transmisión no está bajo control», añade en conversación con BBC Mundo.
El rol de la Casa Blanca
Los expertos consultados mencionan múltiples factores detrás de la reapertura -desde la presión de la economía, la politización de la respuesta o hasta «la percepción errónea de que el virus es una amenaza ajena»-, pero subrayan especialmente la falta de liderazgo político y un plan nacional claro.
«Digamos que muchos gobernadores y sus equipos parecen no tener la capacidad, sobre todo cuando a nivel federal no se les apoya de manera consistente«, incide Glassman.
En la primera economía mundial, las políticas de salud pública recaen sobre los estados o las localidades, si bien el gobierno nacional también juega un rol en ayudar a fijar los estándares.
Trump ha culpado a China de la gravedad de la pandemia y ha defendido en numerosas ocasiones su gestión: «Los expertos dicen que si no hubiéramos actuado como lo hicimos (…) tendríamos entre 10 y 25 veces más de muertes», afirmó este martes.
El mandatario tomó su primera medida de peso a finales de enero, anunciando el cierre del país a extranjeros que hubieran estado en China en los 14 días previos.
Sin embargo, la Casa Blanca tardó unas seis semanas en sumar otras acciones relevantes, perdiendo el valioso tiempo que había ganado, a juicio de los expertos.
A ello y durante toda la crisis se han sumado numerosos mensajes confusos y contradictorios provenientes de su administración, con el presidente encabezándolos.
«Lo tenemos bajo control» (22 enero); «Se irá en abril con el calor» (10 febrero); «Abriremos el país para Semana Santa» (25 marzo)… son algunos ejemplos de las erráticas declaraciones del jefe de Estado, mientras las cifras no dejaban de subir.
Las imágenes de las aglomeraciones del pasado fin de semana fueron un nuevo ejemplo de ello: mientras una de las líderes del grupo de trabajo de la Casa Blanca contra la pandemia, la doctora Deborah Birx, manifestaba su preocupación y pedía cautela, Trump seguía presionando por la reapertura de sectores productivos o las escuelas en Twitter.
«Deberíamos unirnos tras una estrategia común, que debería ser liderada por una visión racional de los riesgos y los beneficios fomentada por la Casa Blanca, para que todos podamos estar en la misma página y ayude a la mayor cantidad de gente posible, pero no lo hemos hecho», lamenta el analista político Leonard Steinhorn.
Steinhorn, catedrático de Comunicación e Historia en la American University, cita las encuestas que reflejan que la mayoría de estadounidenses están preocupados por las consecuencias sanitarias de la reapertura y carga duramente contra la actitud de Trump, «centrado en la reelección».
Y es que a los difíciles tiempos de coronavirus se suma la campaña hacia las elecciones de noviembre, donde Trump se juega su puesto y los demócratas la oportunidad de arrebatárselo.
En estas circunstancias, Steinhorn lamenta que hasta ponerse una mascarilla en público -una medida recomendada por los expertos para prevenir los contagios y que Trump se niega a poner en práctica- se haya visto politizada.EPA»Los expertos dicen que si no hubiéramos actuado como lo hicimos (…) tendríamos entre 10 y 25 veces más de muertes»Donald Trump
Durante la crisis, tanto republicanos como demócratas se han lanzado duras acusaciones, reflejando la alta crispación en el país.
El nivel de politización de la respuesta al virus ha llegado a un nivel «que no hemos visto en otros lugares, especialmente en aquellos que han tenido mucho éxito en mitigar la propagación de la covid-19″, apunta el especialista de la Universidad de Minnesota, Duluth.
Y cuando la lucha contra la covid-19 se vuelve una «cuestión partidista, es difícil identificar voces de funcionarios públicos de la Sanidad que tengan la credibilidad y la autoridad para proveer realmente una guía», añade.
Dudas sobre las cifras
A todo ello se suma la incertidumbre sobre el número real de víctimas, ante la falta de consenso sobre el registro de casos y controversias como la de Florida, donde la encargada de supervisar las estadísticas de fallecidos, Rebekah Jones, fue cesada del cargo por -según dijo a la prensa local- negarse a manipular datos.
El propio Anthony Fauci, uno de los médicos más respetados del equipo de la Casa Blanca contra la pandemia, llegó a reconocer la semana pasada en una audiencia ante el Senado que el número real de fallecidos es «casi con certeza más alto» que el oficial.
Algunos círculos conservadores, sin embargo, han propagado la idea de que los números están siendo exagerados por la inclusión de cualquier fallecido con covid-19 aunque la causa de la muerte no fuera esta enfermedad, una opinión que refuta duramente la comunidad científica y que refleja, de nuevo, la polarización.
En cualquier caso, para entender las decisiones tomadas en Estados Unidos en este crítico momento de su historia no hay que perder de vista su carácter y cultura, como incide el profesor de la American University:
«Incluso la gente que es precavida, que está preocupada, que piensa que no deberíamos apresurarnos, todos participamos de la suerte de inquietud estadounidense: este es un país que rara vez mira hacia atrás, mira constantemente hacia delante».
«Somos una sociedad constantemente dinámica con una economía de muy pocas regulaciones (…) Hay desconfianza hacia la autoridad, entre muchos expertos. Y hay que añadir eso a todo esto».