lunes, noviembre 25, 2024

Generales, Locales

El rugby debe hacer un mea culpa porque ya nada es casual

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Por Luciano Badie

El aberrante asesinato del joven Fernando Báez Sosa a manos de 11 criminales que le patearon una y otra vez la cabeza a la salida de un boliche de Villa Gesell abrió nuevamente una suerte de discusión en la sociedad. Para algunos ya no es casual que estos hechos sean cometidos por rugbiers. Mientras que, para otros, todo parte de una mala enseñanza en el seno familiar donde la falta de límites es cosa de todos los días, quitando de cuajo y de escena absolutamente el deporte que practiquen. Además, hay otro sector que le apunta a una clase social de alguna manera privilegiada que se desmadró. Todas son válidas.

Sin embargo, creemos en esta columna de opinión que hay responsabilidad compartida. Porque si bien la realidad indica que la primera institución en la que forjan su carácter los chicos es en la casa, no es menos cierto que las escuelas y las entidades deportivas sirven como sostén. Como una suerte de continuidad en la vorágine diaria donde los chicos concurren y se forman también, porque ese es el objetivo. Como padre, uno de alguna forma también espera que ambos cumplan una suerte de rol complementario sin quitarse la responsabilidad que lo coloca como actor principal en todo esto. Eso seguro. Pero ojo porque todo suma, lo bueno y lo malo. Los chicos ven todo, adentro y fuera del hogar.

Dicho esto, y ante lamentables sucesos reiterados, las autoridades del rugby deberían ver entonces que les cabe. Porque este hecho en sí no es el primero, sino basta con recordar el caso Ariel Malvino en Brasil ocurrido en 2006, emblemático si los hay por citar otro de similar envergadura entre tantos en los que la sangre no llegó al río. Tan absurdo como el de Báez Sosa. Con los hijos del poder en el centro de la escena. Esos hijos que les parece que la vida ajena no vale lo que la suya. Y aquí sí le podemos echar parte del fardo a una sociedad alta o media alta que está carente de empatía para con el otro, donde el dinero parece taparlo todo y donde se cree que se está del lado correcto de la vida y que lo que hay del otro, es sencillamente basura. Como si se tratara de otra cosa y no de gente.

Debería entonces el rugby, como deporte que casualmente aglutina a buena parte de esta clase bian, rever lo que inculca. Porque nadie niega que no se los prepara a sus alumnos para una competencia sana y con respeto hacia el rival. Como así tampoco que hay una voluntad manifiesta hace años de abrir la disciplina a otras clases, aunque la esencia jamás cambie les aseguro. Pero algo falla, indudablemente. Porque si de esos 11 que cometieron este crimen atroz algunos se hubiesen negado y puesto un freno, porque las imágenes muestras una premeditación, capaz el final hubiese sido otro. Pero no, casualmente todos atacaron con saña, porque los que no golpearon observaron con disfrute y hasta arengaron con “matalo, vos podés”, esto según datos aportados por testigos que asoman claves en la causa. Entonces: ¿casualmente los 11 son chicos malcriados en sus casas? ¿Seguro que esa segunda casa que es el deporte y el refugio en sus clubes no tiene nada que ver?

Además, el rugby supone inculcar valores extraordinarios, superiores al resto de los deportes. Una gran falacia instalada desde que el mundo es mundo. Y esto, puertas adentro, no hace más que potenciarlos. Y sin hablar de los bautismos a los que son sometidos antes del esperado debut que los marcan de por vida, con bromas ¿bromas? pesadas y de muy mal gusto. Y de todo esto se desprende el peligroso “si tocan a uno, tocan a todos” que los termina cebando. Y una y otra vez con este modus operandi, con este patrón, actúan en la calle. Muchos contra pocos. Muchos contra uno. Donde la vida se desprecia, donde se pega sin miramientos ni límites. Donde se busca marcar la diferencia entre el fuerte y el débil. Entre el que tiene mucho y el que tiene menos. Y esto es algo que cualquiera ha visto en los boliches de su ciudad de adolescente, no hay uno que por poco que haya asistido a algún local nocturno de pibe no pueda dar fe de esto.

En definitiva, y volviendo al inicio, creemos que la porción de culpabilidad se divide en partes similares, aunque no iguales, pero donde el rugby y los clubes que lo componen no pueden quedar al margen. Y esto no es un ataque al deporte. Nadie pide que se cierren los clubes de rugby porque seguro que allí adentro hay mucha gente valiosa. Muy por el contrario. Pero lo que sí, urge ya escarbar para saber qué pasa antes que el caso Báez Sosa vuelva a repetirse cada vez con más asiduidad. Porque no alcanza sólo con un comunicado lavadito de la UAR que habla de fallecimiento cuanto fue asesinato, escrito casi con desprecio debido, tal vez, a la presión mediática de tener que hacerlo. Quizá una profunda capacitación reflexiva sea necesaria. Pero para eso falta un cambio drástico y más empatía, sino todo caerá en saco roto.