Pese a que el significado de esta expresión tiene más que ver con lo geográfico, es cada vez más común su asociación con el egocentrismo exacerbado que algunos profesan. Y quiero decir profesan, en su acepción: Ejercer una cosa con voluntad y perseverancia.
Algo es bueno o malo, hermoso u horrible, tolerable o intolerable, justo o injusto, según nuestras propias concepciones de bondad, maldad, belleza, fealdad, tolerancia o justicia. Y no está mal que así sea (obviamente según mis propias convicciones), el problema se presenta cuando alguien con la loca idea de que es el ombligo del mundo cree que su visión es la única válida.
En los chicos es común esa sensación de ser el centro a partir del cual gira todo, un centro cuyos deseos deben ser satisfechos al instante… es una etapa. Alguna vez me preguntaron: ¿Cuándo se les pasa? Yo contesté sin pensar: “A algunos, ¡nunca!”.
Si en este momento se ponen a pensar en algún conocido que todavía no la superó seguramente se asombrarán de encontrarse con un número interesante (por la cantidad). Lo bueno, no es una característica de alguna cultura en particular: basta con leer declaraciones de los que gobiernan las más dispares naciones del planeta para darse cuenta. Lo malo: nadie está exento de sufrir los embates del “ombliguismo” en cualquiera de los sectores de la sociedad.
¿Cuál es una de las peores consecuencias? El autoritarismo. El del chico con sus padres, el del jefe con su empleado, el del funcionario público con el ciudadano.