Como no podía ser de otra manera, en el momento en que me puse a planificar sobre qué iba a escribir para esta crónica, tuve el impulso de tomar como tema las luchas armadas por facciones religiosas o económicas.
Pero a ese primer impulso siguió otro que me obligó a reflexionar: me vi como el caballo viejo, la mula o el burro que giraba sin detenerse alrededor de la noria para sacar un poco de agua. A veces uno no sabe si no termina siendo un idiota útil de los que buscan perpetuar el modelo de sociedades violentas e intolerantes, un títere que de tanto hablar de lo obvio termina naturalizando lo que realmente quiere denostar.
Obviamente “las ideas no se matan”, dijo Sarmiento, y aunque no es santo de mi devoción debo reconocer que tenía razón: las ideas no se matan, se mueren, se diluyen y desaparecen por peso propio, o se enriquecen, se fortalecen y se desarrollan con la colaboración de otras ideas. Como creo profundamente en el ser humano, aspiro a que en algún momento prevalezca esto último.
Siguiendo con el curso de mis pensamientos y mientras miraba las noticias en distintos canales de TV nacionales e internacionales ordenaba viejos álbumes de fotografías.
En esta era digital ordenar fotos impresas es como realizar alguna actividad de tipo arqueológico. A mí me gusta la arqueología.
Estaba, como dije, ordenando fotos y descubriendo en ellas testimonios de épocas pasadas. Lo bueno de no ser una persona nostalgiosa es que las fotos se conservan intactas, sin corridas de tintas o ajadas de tantos besos. Por arte de magia, o mejor dicho de las fotos, mi atención pasó de las noticias a esas otras noticias atrasadas que representan las imágenes retenidas en un pedazo de papel: alguien conoce a alguien, algunos se reúnen para festejar el cumpleaños, nacimiento, aniversario… de alguien.
¿Qué son las fotografías sino información sobre las vidas de las personas? ¿Realidad o ficción? Seguramente, en su gran mayoría, contienen un poco de ambas. A nadie, o casi nadie, le gusta salir feo en una foto y si hubo alguna discusión, algún problema, den por sentado que en el instante de la toma todos vamos a salir sonrientes ¡como si nada hubiese ocurrido! Porque más allá de un cuestionamiento conciente, nuestro inconsciente está entrenado para sonreir ante una cámara de fotos o de TV.
No creo que “una imagen vale más que mil palabras”, pero sí estoy convencida de que guarda más información de la que muestra a simple vista y si uno aprende a “leer entre líneas” una foto, quizás pueda averiguar datos interesantes. Las miradas, el lenguaje corporal, las poses elegidas, la ubicación en el grupo… todo puede ser un indicio.
Cuando tengan ganas de investigar, o de jugar, busquen esas reliquias. Estoy segura de que se van a encontrar con sorpresas escondidas a la vista de todos como la carta comprometedora de Poe.
Hasta la próxima crónica.