¡No hay caso! Todo lo que diga será usado en su contra. Todo lo que haga será mal visto por alguien. Todo lo que sienta será criticado. ¡Y podría seguir!
Pero no sigo.
La vida es un largo camino, en el mejor de los casos. Un camino arduo (aunque sea un lugar común no está exento de razón) y dificultoso si se quiere mantener el equilibrio cuerpo-espíritu.
Por alguna razón bizarra el equilibrio carece de atractivo y para muchos suele confundirse con el aburrimiento. Mala combinación. Mejor dicho, imposible. Equilibrio y aburrimiento son palabras que se contraponen.
No hay que esforzarse mucho para darse cuenta de eso. Tampoco hay que buscar ejemplos célebres o lejanos. Veamos en nosotros mismos: ¿hay algo más difícil y movilizante, intelectualmente hablando, que mantenerse equilibrado ante las innumerables circunstancias que debemos presenciar o problemas que debemos resolver?
Día a día vemos cómo alguien pierde la paciencia y actúa precipitadamente ante una adversidad culpando a otro o a otros de sus males. La intolerancia, la violencia, la fuerza por sobre la razón, la inconformidad van ganando terreno y producen desequilibrio.
Sabemos que la vida es un vaivén, una serie de hechos felices e infelices que se suceden y nos desestabilizan. Sí, muchas veces un golpe de suerte repentino desestabiliza tanto como uno de mala suerte.
Necesitamos mucha paciencia y afecto para superar los obstáculos, y no siempre tenemos la fortaleza para hacerlo solo. Es en ese momento donde aparecen los amigos y la familia. Ellos pueden allanar los terrenos más ríspidos, dar aliento para seguir el camino que a fuerza de ser personal es poco entendido o no comprendido por los demás. Tomar con humor nuestros arrebatos o directamente mandarnos a pasear.
Sabemos que la vida es así y así la tomamos. Tratamos de cambiar las partes negativas y de intensificar las positivas poniendo en ellas toda nuestra atención: carpe diem, disfruta el día, decían los renacentistas; carpe diem, disfruta el día porque puede no haber otro, sentenciaban espíritus barrocos.
Carpe diem, carpe diem.
Hace algunos años murió una amiga muy querida.
Era una de esas personas que encuentran felicidad en la felicidad del otro. Una de esas personas que hacen que la vida sea más agradable. Una persona alegre y generosa.
El resto de mis amigas y yo sentimos el desequilibrio, sufrimos profundamente la pérdida de nuestra AMIGA.
A pesar del dolor, en su honor brindamos por un nuevo día, a su manera: con risas, con cariño y con fe en nosotras mismas y en nuestra amistad, más fuerte que la desaparición física.
Por eso, porque, aunque corta, su vida fue rica y llena de afectos. Por ella, y por todos nosotros:
Carpe diem.
(A la memoria, por siempre presente, de Andrea)