Por Silvia Guillot
Y… ¡ Bueh!
Giran y giran como calesita descontrolada ofreciendo la sortija. Piden, ruegan, asustan, imploran, desean, enojan, impugnan, repugnan, propugnan, insumen calorías, espacios, tiempos…
¡Votame Votate!
¡Nosotros podemos!
¡Nosotros también podemos!
¡Nosotros podemos más!
…
… …
… … …
Los puntitos suspensivos somos nosotros (nosotros –nosotros, no Nosotros –ellos), llenos de impaciencia, enojo y cansancio unos, emoción, alegría y esperanza otros.
Hace un tiempo un adolescente me decía que si veía personalmente al Presidente (de la Nación) le gritaría lo que pensaba (nada bueno, según dejaba entrever). Y me dio pena.
Sólo alguien muy joven y sin conocimiento real de la situación de derecho en la que vive (mejorable, sin dudas, pero palpable) podía hacer ese tipo de comentario. Le expliqué sin demasiadas vueltas –a sabiendas del carácter twitero de las nuevas generaciones- que una democracia imperfecta es mejor que una dictadura, y que es parte fundamental de la democracia la pluralidad de ideas y el respeto a las instituciones, entre ellas la figura del gobernante. Que la mejor manera de hacer oír la opinión no es con un grito destemplado, sino con la opinión fundamentada y con el voto electoral. No quedó muy conforme, pero al menos se puso a pensar.
Y yo también me puse a pensar…
Estoy diciendo a un adolescente que la democracia es un sistema de gobierno que permite la pluralidad de ideas, pero lo que escucho desde los spots de propaganda política (cada vez más parecidos a jingles publicitarios) es ataque, insultos solapados y proyectos ambiguos…
Entonces me digo: “Y… ¡Bueh! Volvamos a oír el folclore de las viejas fórmulas, porque más valiosa que todo este ruido molesto es la Democracia que se recrea en cada elección.
Excelente!