sábado, abril 27, 2024

Internacionales

EL MUNDO: Putin tramó el jaqueo y Obama lo sabía

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Todo comenzó a inicios de agosto pasado, cuando la CIA entregó a través de un mensajero un sobre un sobre secreto que incluía un reporte que contenía información explosiva, basada en fuentes del gobierno ruso.

La información podía ser leía solo por cuatro personas: el entonces presidente Barack Obama y tres de sus asesores de alto rango.

El contenido indicaba que el mandatario ruso, Vladimir Putin, estaba directamente involucrado en la campaña de jaqueo para minar las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Y no solo eso. La CIA tuvo acceso a órdenes específicas por parte del líder del Kremlin para derrotar, o al menos dañar, a la candidata demócrata Hillary Clinton y ayudar a su rival, el republicano Donal Trump.

La información la reveló el diario Washington Post en una extensa y exclusiva reconstrucción del «crimen del siglo», apodado por la prensa «Rusiagate».

El artículo relata con detalles y la secuencia de una historia de espías cómo la administración Obama descubrió y afrontó la injerencia rusa en las elecciones, entre obstáculos, riesgos, divisiones de los consejeros y dudas del entonces presidente estadounidense, hasta las sanciones finales consideradas «simbólicas».

Se trata de una crónica detallada basada en los testimonios, muchos de ellos anónimos, de más de tres docenas de altos dirigentes y ex dirigentes del gobierno y de los servicios de inteligencia.

Hasta fines de julio del año pasado se habían registrado varios episodios y señales de intrusión, pero no había elementos suficientes para atribuirlos a Moscú. Pero todo cambió con el reporte de la CIA sobre el papel desarrollado por Putin: llevó a cabo una verdadera empresa de espionaje, teniendo en cuenta todas las precauciones tomadas por el ex jefe de los servicios secretos rusos para no dejarse interceptar.

Las primeras reacciones fueron de consternación por lo que se consideraba un «ataque al corazón» del sistema.

Las muy cortas reuniones sobre el asunto se desarrollaban en la sala de situación subterránea ubicada en el ala oeste de la Casa Blanca, con los mismos protocolos que se utilizaban para monitorear el ataque contra Osama Bin Laden.

De hecho, dentro de la CIA se creó una «task force» (fuerza de trabajo) secreta con diversas decenas de analistas y oficiales, incluso provenientes de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y del FBI.

Lo que siguió a semejante descubrimiento fueron cinco meses de extenuantes debates internos condicionados por la reticencia de Obama de hacer pública la cuestión y tomar medidas de retorsión por temor a una escalada de las acciones rusas y de politizar una votación que, confiaba -sobre la base de encuestas- ganaría Hillary Clinton.

«Rusia no puede cambiarnos ni debilitarnos de modo significativo. Es un país muy pequeño, muy débil, su economía no produce nada que nadie quiera comprar, excepto petróleo, gas y armas», habría dicho Obama en una de sus esporádicas explosiones.

Aquellas reuniones tenían al entonces Secretario de Estado John Kerry en el inédito rol de «halcón» y al ex vice consejero de Seguridad Nacional Ben Rhodes, quien ahora admite la subestimación del «juego más grande» que estaban llevando a cabo los rusos.

El fiscal general Robert Mueller deberá comprobar si Trump sabía y apoyaba aquel «gran juego».

Hoy, el presidente estadounidense puso en duda la independencia de Mueller y definió como «irritante» la gran amistad que mantiene con el ex jefe del FBI, James Comey. Sin embargo, la Casa Blanca se apresuró a asegurar que Trump no tiene la intención de despedirlo. (ANSA).