domingo, noviembre 24, 2024

Internacionales

El final de una vida de leyenda

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Si en un punto podrían coincidir los seguidores y contrincantes de Fidel Castro, fallecido el viernes a los 90 años, es que se convirtió en leyenda cuando libró una batalla de medio siglo con la mayor potencia del mundo, Estados Unidos, como un David que en lugar de matar a Goliat, lo confundió de tal forma que lo hizo por años moverse en círculos con su mazo amenazante sin saber donde asestar el golpe mortal.

Sin embargo, fue su hermano Raúl Castro quien, como presidente, consiguió un acuerdo con «el enemigo histórico» el 18 de diciembre de 2014, de restablecer las relaciones diplomáticas bilaterales inexistentes por más de 50 años y abrir negociaciones sobre todos los temas de interés mutuo.

Amado por su seguidores con la misma intensidad que lo odiaron sus detractores que lo tildaron de «dictador sanguinario», hombre de convicciones y voluntad inconmovibles, Castro, un abogado graduado en la Habana y nacido de una familia de terratenientes, tejió sin proponérselo otras muchas leyendas.

Con menos de 30 años de edad, llevó a cabo en Cuba la hazaña bélica, con todas las apuestas en contra, de vencer en solo dos años de guerra, comandando una guerrilla de civiles, a un ejército profesional como el que defendió al gobierno de Fulgencio Batista, un hombre que contaba, además, con el apoyo de Washington. Después de ese triunfo tuvo varios capítulos de resistencia.

Bajo su mando Cuba, un país que vivía de su comercio con Estados Unidos antes de 1959, resistió un bloqueo norteamericano, un ataque militar organizado por la Agencia Central de Inteligencia formado por cubanos reclutados en el extranjero, y fue el centro de una crisis, la de los misiles, en 1962, que estuvo a punto de terminar en una guerra nuclear mundial.

Aún en las postrimerías de su mandato, Castro y el sistema que implantó en Cuba resistieron el desplome socialista, y especialmente de la URSS en 1991, aunque en medio de severas restricciones y acusado sistemáticamente de violar los derechos humanos por la oposición interna, tildada de «mercenaria» y las potencias occidentales comandadas por Estados Unidos.

Es así una figura heroica para gran parte de la izquierda y protagonista de la historia mundial de los últimos dos siglos y un «dictador» y «asesino» para opositores en la isla y la vasta comunidad cubana de Miami.

Fidel Castro fue una figura estelar de la Guerra Fría pese a la pequeñez geográfica de Cuba. Estuvo casi medio siglo al frente del gobierno, y se convirtió para muchos en paradigma del revolucionario y para otros en el gobernante totalitario que no quiso resignar el poder.

Para los cubanos Castro, a través de su mandato, fue «el comandante», a quien apodaban simplemente como «Fidel» y sobre quien tejían sus historias. «Nunca duerme», «no olvida nunca nada», «es capaz de penetrarte con la mirada y saber quien eres», «nunca se equivoca», se decía en Cuba.

Tras estallar su enfermedad ya no volvió a lucir su uniforme verdeolivo.

Al delegar, enfermo, el poder en su hermano Raúl Castro, primero el 31 de julio de 2006 y después definitivamente en febrero de 2008, comenzó la cuenta regresiva hacia el fin de una vida de leyenda.

Nacido el 13 de agosto de 1926 en Birán, este de Cuba, Fidel Castro Ruz fue hijo del hacendado español Ángel Castro y la cubana Lina Ruz. Los episodios que fraguaron su vida se cuentan en una cronología pero no su vida privada, donde se mezclaron realidad y el mito que siempre lo envolvió.

Enemigo ideológico de Washington, protagonista y testigo de la historia latinoamericana y mundial, Castro dedicó su vida a su país desde 1959. Desde entonces cumplió con disciplina guerrillera el designio que se auto profetizó de lucha sin paz a Washington.

«Cuando termine esta guerra yo comenzaré una guerra mucho más grande y larga por mi cuenta: la guerra en que yo combatiré contra ellos. Me doy cuenta de que ese será mi verdadero destino», escribió refiriéndose a Estados Unidos en 1958.

Además del carisma, admitido hasta por enconados enemigos, Castro exhibió características evidentes como su formidable oratoria y una memoria apabullantes, devoción por las cifras y datos y otras adivinables como la timidez, el pudor y un exiguo interés, a despecho de su cubanía, por la música y el baile.

«Le gusta la precisión, la exactitud, la puntualidad»; es «casi tímido, bien educado y muy caballeroso» y «da la impresión de ser un hombre solo» con «hábitos de monje-soldado», lo describió Ignacio Ramonet en su libro «Cien horas con Fidel».

Así, el hombre dotado de un «poderoso encanto personal» para Ramonet fue el «dictador cruel» para sus detractores de fuera y dentro del país, estos últimos enrolados en una heterogénea oposición que Castro deslegitimó y despreció por «mercenaria».

Barbado siempre el Comandante vistió durante prácticamente todo su mandato uniformes de campaña -que cambió por pijama y sobre todo ropa deportiva en su convalecencia-, lejos de la moda tan ligada al consumismo y al capitalismo que denostó.

Castro se casó en 1948 con Marta Díaz Balart con quien tuvo a su primer hijo, Fidel Castro Díaz Balart, «Fidelito».

La pareja se divorció y de esa ruptura quedó una enemistad con los Díaz Balart que hicieron carrera política en Miami.

Una mujer rubia y de bajo perfil, Dalia Soto del Valle, fue su última compañera y madre de sus cinco hijos varones, todos con nombres que empiezan con «A»: Alexis, Alexander, Alejandro, Antonio y Ángel, de casi nula exposición exceptuando a Antonio, cirujano y vicepresidente de la Federación Nacional de Béisbol, una de las pasiones de Castro, excelente deportista en su juventud.

También está Alina Fernández, la hija «rebelde» de Castro, quien nació en 1956 y en 1993 salió a Miami para no volver, mientras su madre, Natalia (Naty) Revuelta, optó por permanecer en Cuba, implícitamente fiel al Comandante.

Culto, lector e interesado por actualizarse permanentemente, tuvo un sólo «ídolo» reconocido: José Martí el «apóstol» nacional, héroe de Cuba, con cuya vida la suya encontró paralelismos.

«Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos», dijo Castro sobre Martí en su famoso alegato «La historia me absolverá » en el juicio en su contra en 1953 tras el asalto fallido al Cuartel Moncada.

Castro exhibió envidiable salud durante casi toda su vida y a cada rumor cíclico de muerte o males como el Parkinson emergió haciendo ostentación de su legendaria fortaleza.

El paso del tiempo y el despunte del nuevo siglo alumbró sus vulnerabilidades: un desmayo en 2001, una caída en 2004 que lo postró en silla de ruedas un tiempo y el quiebre final.

Su enfermedad en julio de 2006 coincidió paradójicamente con un alza de su proyección en América Latina donde su voz, que muchas veces sonó en solitario, fue acompañada por la de su aliado más fiel, el venezolano Hugo Chávez; seguido por el boliviano Evo Morales.

Encolumnado tras la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) en oposición al ALCA de Estados Unidos, el eje La Habana-Caracas-La Paz propugnó la integración para la región.

Sobre los límites a su mandato Castro los había fijado en marzo de 2003: «estar‚ con ustedes si así lo desean mientras tenga conciencia de que pueda ser útil y si antes no lo decide la propia naturaleza. Ni un minuto antes, ni un segundo más».

En realidad fue sustituido como mandatario en febrero de 2008 por su hermano, el actual presidente Raúl Castro y también por Raúl como Primer Secretario del gobernante Partido Comunista en abril de 2011 en el Congreso de esa organización.

«Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de mi vida», agregó, y mantuvo hasta el último segundo su pelea. ANSA