Por Héctor Huergo
Hola , ¿cómo estás? Yo, bien, medio en vilo porque esta semana es clave para la definición de los precios agrícolas para la campaña 2023/24. Es cierto que el impetuoso avance de Brasil en la producción de soja, y ahora de maíz, está ensanchando el andarivel de la oferta. Pero el peso del Medio Oeste de los Estados Unidos sigue siendo definitorio.
Más de la mitad de la superficie de ambos cultivos exhibe niveles de sequía entre moderados y extremos. La reserva de agua en los suelos se agota rápidamente, a medida que aumenta la demanda hídrica. Imaginemos que esta semana es como la última del año en el hemisferio sur. Aquí aprendimos a demorar la siembra de maíz para evitar la floración entre Navidad y Año Nuevo. En el corn belt no pueden, porque no les da el ciclo.
Y eso lo saben los mercados. Hubo algunas lluvias este fin de semana, poniendo un manto de tensa calma momentánea. Vienen unos días de calor, que meterán presión alcista. Pero bastará que caigan 50 mm para que los precios se desparramen en pocas horas. Y otra vez sopa…
La “prima climática” es una taba en el aire. Notarás, a esta altura de la nota, que estoy del lado del funebrero, cuando decía “no le deseo el mal a nadie pero que no nos falta el laburo”. Es una visión egoísta, es cierto. Pero el peor escenario para el agro argentino, y por ende para el conjunto de la economía y la sociedad, es encontrarnos sin producción (consecuencia de nuestra propia sequía, más los dislates del gobierno) y sin precio. Estos niveles son todavía razonables, y todos vemos un horizonte promisorio con los cambios políticos que se avecinan.
Y estos precios son razonables por un hecho incontrastable: la irrupción de la era de los biocombustibles. El 40% de la producción de maíz en los Estados Unidos se destina a la producción de etanol. Esto viene de lejos, incluso antes de que se instalara la problemática del cambio climático. El gran impulso fue la “ley de aire puro” (Clean Air Act), que obligó a incorporar “oxigenantes” en la nafta. Esto fue necesario cuando se eliminó el plomo, que cumplía la función de antidetonante. El plomo permitía una combustión más completa, con lo que había menos emisión de partículas tóxicas como monóxido de carbono.
El plomo fue sustituido por metanol, un alcohol simple que se obtenía del gas. Pero a poco andar, se descubrió que el metanol era difícil de manipular y entrañaba riesgos para la salud. La alternativa fue el etanol, elaborado a partir de la fermentación del maíz. En pocos años, a partir de los 90, se levantaron 140 refinerías de gran escala y alta tecnología. Rápidamente, se alcanzó una capacidad instalada de 140 millones de toneladas de maíz. Es una cifra equivalente a tres cosechas argentinas. Y casi similar a toda la producción de Brasil, en pleno boom maicero.
En el mismo período, la cosecha norteamericana de maíz pasó de 230 a 370 millones de toneladas. Es decir, un aumento de 140 millones, la misma cantidad que digieren actualmente las plantas de etanol. Imaginemos en qué niveles estarían los precios del maíz si no hubiera existido este nuevo mercado.
Imaginemos también dónde estarían las cotizaciones de la soja. Ambas especies compiten por el uso del suelo. Cuando empecé a viajar al corn belt, hace 40 años, todo era un mar de maíz. Ahora es “fifty fifty”. Si los precios del maíz bajan, se siembra más soja, y viceversa. Así que…larga vida para el etanol, por favor.
Por supuesto, en esta saga, como en tantas otras, los contrarios también juegan. Jugaron fuerte. Primero, los intereses afectados, que no fueron solo los petroleros. Todos los que estaban antes en el negocio de transformar el maíz en otra cosa, sintieron el golpe de la nueva competencia. Los productores de proteínas animales (pollos, cerdos, huevos, pavos, patos y todo bicho que camina y va a parar al asador). Los elaboradores de jarabe de fructosa, el edulcorante que sustituyó al azúcar de caña en las bebidas carbonatadas.
Todos estaban más cómodos cuando sobraba el maíz. Ahora se digerían los excedentes. El gobierno no necesitó apelar a tanto subsidio para garantizar el ingreso de los farmers.
Y llegó el nuevo paradigma del cambio climático. Insisto, no era la intención inicial, porque cuando esto arrancó, nadie hablaba del calentamiento global. Pero a la larga, la ley de aire puro se convertiría en una fantástica iniciativa para reducir las emisiones de CO2. Hoy es el principal argumento para sostener el avance del etanol. Este verano, por primera vez, se implementó el E15 (etanol 15%).
Aquí se cruza la cuestión de “alimentos vs. energía”. Es más complejo…Veamos.
Un axioma de la economía que la aparición de un nuevo mercado implica fortalecimiento de los precios. Pero también es cierto que “el mejor remedio para los altos precios, son los altos precios estimulan la oferta futura. Ya sabemos en estas playas lo que significa reprimirlos. Forzar la baja de precios significa menor producción a corto plazo.
Pero conviene tener en cuenta otra cuestión. El aumento de la producción de etanol genera una enorme masa de subproductos (los DGS o “burlanda”) que se destinan a la producción animal. Se han convertido en un insumo clave. Tanto, que los feedlots se han movido atrás de estas plantas. Esto se dio también en la Argentina. En la cuenca de Villa María/Río Cuarto, donde se encuentran las grandes plantas de etanol de maíz en la Argentina, la abundancia de DGS benefició a tambos y corrales de engorde.
Lo mismo pasa con el biodiesel. La mayor demanda de aceite para elaborarlo, impulsa la producción de soja. La soja tiene un 18% de aceite y un 80% es harina de alto contenido proteico, para alimentación humana y animal. Cuanto más biodiesel producimos, más impulso a la producción de harina. Entonces, el destino energético de una parte (menor en proporción, pero tan valiosa en términos económicos como la harina) permite aumentar la oferta de la fracción alimenticia.
Te decía: es más complejo…
Clarín