Por Héctor Huergo
Hola, ¿cómo estás? Yo bien, pero preocupado porque los temas del agro aparecen con cuentagotas en la agenda política.
Todos (todos) los aspirantes con posibilidades en la carrera a la presidencia reconocen el papel de la producción agropecuaria como fuente de divisas y en el equilibrio fiscal. Pero bajando a las “efectividades conducentes”, es decir, la agenda específica, los grandes temas subsumen al campo a un rol de actor de reparto.
Que el litio. Que la minería, que Vaca Muerta. Que el gasoducto.
Digamos todo: es muy bueno diversificar la matriz productiva. Y sobre todo, que aparezcan estos temas que se basan también en los recursos naturales, con todo lo que implica corriente arriba y corriente abajo en materia de inversiones. Una manera indirecta de que se corra la mira y se deje de ver al agro como el barril sin fondo que todo lo puede. Basta.
Pero hay un riesgo. Cuando estas oportunidades toman estado de nuevos “paradigmas”, pueden entrar en colisión con otros senderos igualmente plausibles. O más. Veamos.
La agenda global es la de la descarbonización. Aunque de vez en cuando resuenan los ecos del negacionismo del cambio climático, la Humanidad se ha puesto de acuerdo en que hay que reducir la huella de carbono en todas las actividades. Ya no importa tanto si el origen del calentamiento global, la mayor amenaza ambiental que pende sobre el planeta, es o no antropogénico. Lo que sí sabemos es que está ocasionado por el aumento del tenor de CO2 en la atmósfera. Y que tenemos herramientas para revertirlo.
La agricultura es parte de ello. Por el lado del haber, demostró la capacidad de alimentar en cantidad y calidad a 8 mil millones de seres humanos. La externalidad negativa es que, para hacerlo, envió al aire miles de millones de metros cúbicore de materia orgánica acumulada previamente en los suelos.
En estas playas revertimos el proceso, liderando el desarrollo de una nueva agricultura. La de la siembra directa. El Primer Mundo se resiste. Aquí le dimos cristiana sepultura al arado y otros implementos de tortura de los suelos, y la mayor parte de los productores se niega a volver a meter herramientas mecánicas a pesar del embate de las malezas resistentes. Los suelos están recuperando materia orgánica, lo que significa secuestro de carbono.
Ahora empezamos a medirlo, porque no solo hay que ser sino parecer, y certificarlo. Los alimentos argentinos son los más sustentables del mundo. En el reciente congreso de Maizar se mostraron los números del maíz, que son contundentes. Pero también lo son los de la soja, que tiene la maravillosa virtud de auto fertilizarse con el nitrógeno del aire, siempre y cuando se inocule la semilla con las bacterias específicas. Argentina lidera esto a nivel mundial, con empresas como Rizobacter con operaciones en más de 20 países.
Subiendo en la escalera del valor, están los biocombustibles. La movilidad eléctrica es el futuro, sin duda. Pero mientras la matriz de generación eléctrica se siga basando en fuentes fósiles, los vehículos eléctricos suman lo suyo al problema. No echan humo en la ciudad, es cierto, pero requieren generación. Hacerlo con el gas de Vaca Muerta es mejor que quemar carbón o fuel oil, pero seguimos sumando CO2. Una cosa es la movilidad eléctrica en Uruguay (¡felicitaciones a los chicos del Sub 20!), donde la matriz de generación es ejemplar (hidroeléctrica, eólica, aprovechamiento del residuo de las pasteras, solar). Y otra cosa es la Argentina, donde todo está a la espera del gasoducto.
Ojo, al gas hay que extraerlo, transportarlo y transformarlo. En productos petroquímicos y en energía. Pero también hay que sustituirlo por fuentes renovables.
La más concreta es la de los biocombustibles. Etanol y biodiesel. Tenemos una lindísima experiencia. Ya exportamos ambos, y podríamos consumir el doble en el mercado interno, sustituyendo importaciones de nafta y gasoil. Es la mayor contribución ambiental que hemos hecho en los últimos quince años, y estamos recién iniciando el camino. Un sendero que lidera Brasil, donde la industria automotriz se ha puesto de acuerdo en impulsar la movilidad con biocombustibles, con todas las compañías produciendo autos flex, que pueden utilizar cualquier corte de nafta con etanol.
¿Y el litio? Es una oportunidad fantástica, porque el mundo lo demanda. Pero sería peligroso caer en “la tentación del bien”: por el hecho de tener litio, sentirse obligados a forzar nuestro modelo de movilidad. La mejor alternativa es acoplarnos al proceso que lidera Brasil, absolutamente compatible por condiciones geográficas y por la complementariedad entre ambas industrias automotrices.
Y un último párrafo para un tema que, felizmente, viene por su reparación histórica: el ferrocarril. De la mano de expertos como Fernando Vilella y Claudio Molina, se ha puesto en agenda la necesidad de reconstruir el sistema ferroviario, para beneficio del agro, la minería, el petróleo, la petroquímica y toda clase de cargas. Es ecología pura. Y es también desarrollo social. Lo sabemos por default.