Por Héctor Huergo
Estamos transitando las últimas horas de un ciclo nefasto para el agro y, por ende, para el conjunto de la sociedad. La semana próxima arranca otra historia.
En realidad, ya arrancó. En el campo, nadie tira manteca al techo. Pero se respira otro aire. Y otra actitud. No hay un mango, después de la tremenda exacción, rematada por la sequía. Sin embargo, los chacrers están poniendo toda la carne en el asador.
Para muestra, un botón: cuando arrancaba a escribir estas líneas, me llamó un amigo que acababa de levantar el trigo. “Y toda la soja de segunda la voy a hacer con Microstar”. Todavía no se sabe de qué manera, pero es un hecho que se va a cerrar la brecha entre el dólar que recibe el productor y el que debe pagar por los insumos. Es decir, mejora la relación insumo/producto. Esto implica mayor uso de tecnología. Intensificación, que son más dólares a corto plazo. Si quedaba el gobierno que se va, iba a sembrar igual, pero sin gastarle un peso.
Ni hablar de lo que puede pasar con los maíces tardíos. El mismo productor me decía: “quiero hacer maíz y agregarle valor de mil maneras, pero si todo se lo lleva el gobierno no queda nada para invertir. Tenés que ir al banco. Y allí competís con las tasas que paga el gobierno”.
La sensación es que se dio vuelta la taba. Aquí conviene detenerse un momento, volviendo sobre la cuestión del “derrame”. Los economistas y muchos opinantes sostienen la teoría del rebalse, que tiene un regusto amargo: “yo lleno el vaso y para vos es lo que sobra”. Es más certero el concepto “difusión”: a medida que voy invirtiendo, los efectos de mis actos percolan inmediatamente, anticipando beneficios en toda la cadena.
Eso es lo que ya empezó a suceder. El tipo que mete el fertilizante granulado en la soja, está moviendo toda la logística. Emite un pago, se mueve la administración, sale un remito, gasoil, neumáticos de camión, el ingeniero agrónomo que asesora, monitorea, mide. Se rompe algún bolillero, todo se mueve. Es decir, no hay que esperar la cosecha y el rebalse. Es instantáneo y ya hay síntomas de que está ocurriendo.
Ese entusiasmo es lo que se pondrá de manifiesto hoy, en una conferencia que brindará el secretario designado en Bioeconomía, Fernando Vilella. El acto fue organizado por un grupo de productores líderes, y va por afuera de todas las organizaciones tradicionales del sector. Vilella tiene una agenda muy moderna y seductora para la vanguardia, que quiere acoplarse a las nuevas demandas globales.
Por esas casualidades de la historia, esta misma semana se está celebrando la COP28, en Dubai, un encuentro clave para avanzar en la búsqueda de soluciones para la principal amenaza ambiental que padece el planeta. Es una gran oportunidad para la agricultura argentina, donde las nuevas tecnologías han demostrado que es posible incrementar la productividad al mismo tiempo que se mejora el ambiente. Allí están los directivos de Aapresid, encabezados por su titular Marcelo Torres, quien llevó el mensaje claro y fuerte de que el agro está del lado bueno. El Primer Mundo persiste en prácticas del pasado, con una agricultura que solo subsiste sobre la base de subsidios y proteccionismo.
La huella de carbono de los productos pampeanos es la más baja del mundo, lo que ha sido demostrado y certificado no solo para los productos básicos, sino para los elaborados. Es el caso del etanol de maíz, que se exporta a la UE después de demostrar que reduce un 75% las emisiones respecto a la nafta. Esto es por la siembra directa, la biotecnología, la nutrición razonada, y la eficiencia de las plantas de elaboración. En esto juegan hechos muy elegantes, como la captura del CO2 de la fermentación para destinarlo a bebidas carbonatadas, que antes apelaban a la quema de gas de origen fósil. Esto lo hace la planta de ACABio, que también entrega CO2 a una empresa constructora para hacer “cemento verde”.
Se abre un ciclo fenomenal. Ya producíamos lo que el mundo pedía. Ahora podemos agregar que producimos como el mundo quiere. Ojalá pronto lo entiendan todos. Incluyendo a Milei.