lunes, noviembre 25, 2024

Opinión

ECOLOGÍA: Los ritmos de la naturaleza – El otoño en Buenos Aires

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Por Antonio Elio Brailovsky

Vivimos en una sociedad en la que los intereses creados han moldeado la cultura para dificultarnos la percepción de los ritmos de la naturaleza.

Somos parte de la naturaleza, el medio natural nos sostiene, pero continuamente se intenta subestimar su importancia en nuestras vidas.

Así, continuos mensajes, implícitos en infinidad de formas de comunicación, nos dicen que la naturaleza es algo que no forma parte de nuestro propio cuerpo sino que ocurre fuera de las ciudades, en algunos lugares lejanos. Y también nos dicen que el desarrollo tecnológico será capaz de solucionar cualquier problema imaginable, sin decir ni cuándo lo hará, ni si alguien podrá pagar esas soluciones mágicas.

Es significativo el caso de las ciudades, donde la corrupción inmobiliaria desarrolla viviendas en las zonas de riesgo de inundación, para que después la corrupción de las obras públicas pueda vender obras faraónicas que hubieran sido innecesarias con una buena gestión del territorio.

Tales engaños sólo pueden funcionar si la gente olvida que el ciclo del agua sigue existiendo en el interior de las ciudades.

Por eso nuestra insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza.

Los humedales de Buenos Aires

Buenos Aires es el resultado del encuentro de la pampa con el río. El alto grado de artificialización nos hace ver en la ahora un borde nítido que diferencia ambos ecosistemas. Hay en la actualidad un espacio de transición, que es el área de la Reserva Ecológica Costanera Sur. Pero estamos habituados a pensar a Buenos Aires como una llanura predominantemente seca. Sin embargo, la ciudad fue fundada sobre un terreno con una amplia superficie de humedales, hoy desecados. Un humedal es un ecosistema intermedio entre los que son puramente acuáticos y los terrestres. Es una zona plana que se inunda periódicamente o que está siempre inundada, y que tiene una fauna y flora características.

No estamos hablando sólo de la zona baja del Riachuelo, la Boca y Barracas, sino también de su continuación en el bañado de Flores, un gran pantano de una enorme superficie. También teníamos los bañados de Palermo, que empezó a desecar Rosas, y una amplia zona que hoy llamamos Bajo Belgrano, con características de humedal. Además de los humedales mayores, tendíamos unas cuantas lagunas y arroyos, que han sido tapados o canalizados, según los casos.

Estos humedales ayudan a explicar el desinterés inicial de los españoles por estas tierras. Un viajero colonial escribe al Rey de España que “son muy pocos los navíos que la han visto ni tienen necesidad de verle y la tierra es muy llena de pantanos, de suerte que aunque Ud. poblase aquello, no sería de efecto porque nadie acudiría allí. Hallé esta tierra muy pobre y desconsolada”i.

Estos humedales aparecían en los mapas de la ciudad y en los planos de las propiedades hasta que fueron desecados, algunos en realidad y otros en apariencia. Un mapa de propiedades de 1859 distingue la parte que incluye el Bañado de Palermo (hoy Palermo y Bajo Belgrano). Los árboles están dibujados con un grado de detalle tal que uno cree poder diferenciar los álamos de otros árboles de copa redondeada. Y la zona del humedal tiene un fondo que no deja lugar a dudas de que se lo está representando como talii. No era una excepción: algo semejante ocurre con un plano de propiedades ubicado en el Bajo Belgrano, en el camino hacia San Isidroiii. También puede verse que el trazado del Camino del Bajo (hoy Avenida Libertador) coincidía con el borde seco del bañado.

Como dijimos, la mayor parte de los humedales de la Ciudad de Buenos Aires han sido tapados, primero con basuras y después con la ciudad misma. Pero esto no significa que hayan dejado de existir.

Un humedal no es un hueco en la tierra que después se llenó de agua. Un humedal es el resultado de una cierta dinámica hídrica, que tiene que ver con la topografía del lugar, las precipitaciones y las características del agua subterránea. Por este motivo, un humedal tapado es un sitio especialmente sensible a las variaciones del agua subterránea, ya que suelen estar alimentados por la primera napa (freática). En otras palabras, cuando se produce un ascenso de napas, las zonas más afectadas serán los viejos humedades aparentemente desaparecidos.

Señala Fernando Máximo Díaz que en el Gran Buenos Aires las zonas de ascenso de napas tienden a coincidir con los sitios que en los mapas de principios del siglo XX señalan bañados (es decir, humedales)iv.

La ocupación de estos bañados es resultado del proceso de industrialización. Multitud de fábricas emplearon agua subterránea en sus procesos productivos y devolvieron el agua utilizada a los cursos superficiales. Como resultado, el agua subterránea dejó de alimentar los humedales, los que se secaron. Sólo que no desaparecieron en forma definitiva sino sólo transitoria: esas tierras quedaron secas mientras las fábricas se ocupaban de mantener bajas las napas. La desaparición de gran parte de la industria incidió en que las napas recuperaran sus niveles históricos. Sólo que, en esas décadas, los bañados recibieron una importante cantidad de población, ahora afectada por el desborde de los acuíferos.

Una bellísima descripción de esos humedales la encontramos en la obra de Guillermo Enrique Hudson “Allá lejos y hace tiempo”:

“En primavera o verano frecuentábamos las lagunas o bañados. Tenían para mí un particular encanto puesto que allí abundaban las aves. Había cuatro de estas lagunas ubicadas en distintas direcciones. Ninguna estaba a más de una legua de casa. Eran pequeños laguitos de escasa profundidad que ocupaban una o dos hectáreas de superficie cada uno. Excepto el centro, el resto del bañado se hallaba cubierto por densos pajonales y juncales. Estos últimos se prestaban muy especialmente para nuestras exploraciones. Cuidando de que la cincha del caballo no tocara el agua nos internábamos entre aquellos tallos cilíndricos y oscuros, coronados por penachos de un brillante color castaño que se elevaban muy por encima de nuestras cabezas.

Había allí unas avecillas que construían primorosamente sus nidos a medio metro del agua, sujetándolos a uno, dos o tres juncos. Además podíamos encontrar en ese mismo lugar nidos de pájaros más grandes como el mirasol, la garza bruja, el cormorán, y, con menos frecuencia, hallábamos nidos de halcón. Estas aves suelen anidar en los árboles, pero en las pampas, donde escasean, debían conformarse con hacerlo en los juncales.

Una de estas cuatro lagunas no tenía pajonales ni, juncales ni caños. Estaba casi totalmente cubierta por una exuberante vegetación de camalotes, planta acuática que, vista a la distancia, parece almizcleña o mimulus, por sus macizos de hojas color verde brillante y sus flores amarillas.

También en ésta abundaban las aves. Había algunas que no existían en los juncales. Era una suerte de metrópoli de gallaretas. Antes y después de la época de cría, se congregaban sobre las bajas y húmedas orillas en bandadas de centenares. Sus oscuras siluetas se recortaban contra el verde del césped. El espectáculo me parecía una réplica -en pequeña escala- de otro cuadro que a menudo presenciaba: el que ofrecía la vasta y verde llanura sobre la que se distinguían los cuerpos negros de la manada de dos o tres mil vacas pertenecientes a una estancia en la que sólo se criaba ganado de ese pelaje.

Nos encantaba ver a una numerosa bandada de gallaretas reunidas en las márgenes de la laguna. Apurábamos entonces a los caballos, nos acercábamos al galope y las espantábamos. Salían volando aterrorizadas hacia el lago y lo cruzaban casi al nivel del agua, golpeando la superficie con las patas y levantando nubes de gotitas a su paso. Las gallaretas eran bastante comunes. Se las veía por todas partes.

Había además de las nombradas, otras lagunas situadas a mayor distancia. Las visitábamos muy de tarde en tarde. Sólo habré de referirme a una de ellas, mi favorita porque reunía en sus orillas gran cantidad de pájaros, muchos de los cuales no existían en ninguna otra parte.

Era más pequeña y menos profunda que las anteriormente descriptas, razón por la cual las aves grandes, como la cigüeña común, la de cabeza pelada, el chajá, la llamada Bandurria y la espátula rosada, podían cruzarla de lado a lado sin mojarse las plumas. Se trataba de una laguna que pronto habría de secarse. Estaba prácticamente cubierta por camalotes que se enredaban en los juncos y en los pajonales.

Este lugar tenía otra característica singular: se podían encontrar aquí caracoles gigantes de agua. Estos habían atraído a un ave que se alimenta con ellos: el caracolero, halcón de color pizarra muy parecido al buitre en tamaño, y forma de volar. Como sólo ingiere caracoles, vive en paz y armonía con los demás alados habitantes de la laguna. Una colonia de cuarenta o cincuenta caracoleros residían permanentemente en aquel lugar.

El descubrimiento que mayor placer me produjo fue el encontrar en ese sitio al pájaro que más amaba de todos los que he nombrado: el varillero. Su tamaño es similar al del tordo común y como él, posee un plumaje purpúreo, oscuro y uniforme, pero ostenta un penacho color marrón claro en la cabecita. Yo amaba a este pájaro por su canto. Se inicia éste con dulces y delicadas notas y gorjeos muy peculiares.

Ocasionalmente -en primavera u otoño -visitaban nuestro monte grandes bandadas de varilleros. Se instalaban sobre alguno de nuestros árboles y cantaban en coro. Aquella maravillosa melodía parecía provenir de cientos de cascabeles agitándose a un tiempo. A orillas de la laguna encontré sus nidos. Trescientas o cuatrocientas aves los habían construido en el mismo sitio. Los nidos con sus huevos, las plantas que los sostenían y los solícitos pájaros purpúreos volando a mi alrededor componían un cuadro de encantadora belleza”.

  • Rodríguez de Valdez y de la Vanda, Diego, 1593, cit. en: Silvestri, Graciela: “Obras, proyectos y representaciones en el Río de la Plata”, en: Juan Manuel Borthagaray (comp.): “El Río de la Plata como territorio”, Buenos Aires.
  • Fernández, Juan: “Plano de mensura del terreno del Dr. Barros Pazos”, en: Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires: “Mensuras del Río de la Plata y Riachuelo”, Buenos Aires, 2007.
  • Pico, Pedro: “Plano de mensura del terreno público solicitado en compra por Don Diego White, partido de Belgrano”, en: Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires: “Mensuras del Río de la Plata y Riachuelo”, op. cit.
  • Geólogo Díaz, Fernando Máximo, comunicación personal, 2005.
  • Hudson, William Henry: “Allá lejos y hace tiempo”, Gente Nueva, Instituto Cubano del Libro, 1973.