domingo, noviembre 24, 2024

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CASO CELIHUETA: A 28 años, un escrito del año 2009 recuerda el hecho

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El escrito que hoy publicamos fue escrito por uno de los periodistas más importantes que ha tenido Necochea en el ámbito policial y que investigó desde un principio el hecho ocurrido hace 28 años. Incluso escribió un libro al respecto.

Por Oscar Gollnitz. Periodista*

Que hayan pasado 22 años desde la desaparición de Adriana Celihueta no significa –como se pretende- que el caso haya quedado en el olvido. Tal vez quienes no lo recuerden sean los investigadores o la propia Justicia.

Los familiares, por ejemplo, llevan el caso como una cruz. También los últimos que vieron el cuerpo de Adriana, los que todavía no se animan a hablar pese a que saben que el 15 de enero de 1987 comenzó el insomnio que todavía padecen.

Adriana Celihueta, médico veterinaria recién recibida, tenía 29 años cuando desapareció en Necochea. La temporada estival estaba a pleno al momento de ocurrir ese episodio que se convirtió en emblemático en la región.

La joven profesional hacía sus prácticas en la veterinaria La Chacra, ubicada en Quequén. El dueño del negocio es quien entonces se desempeñaba como delegado de la localidad, Reinaldo Costa, durante el primer mandato del intendente justicialista Domingo José Taraborelli.

Si bien la noticia en principio fue minimizada por la Policía local, no tardó en difundirse por el hecho del sitio en el que trabajaba Adriana. En el peronismo de entonces se temió, incluso, que el caso pudiera acarrear consecuencias en las elecciones que estaban próximas, y que aspiraba a ganar luego de la buena gestión que había realizado Taraborelli en los casi cuatro años que llevaba gobernando.

En algún punto, quienes siguieron la investigación de cerca, no dudan en que el caso se «politizó», partiendo de esta base. Como si fuera poco, a lo largo de la causa aparecen involucrados nombres reconocidos en la faz política lugareña, como también gente de importante cargo en el ámbito judicial del Distrito Necochea.

Entre los que han perdido el sueño, ya sea por remordimiento o por entender que están frente a «una deuda pendiente», aparecieron en las últimas horas como testimonios extraoficiales, pero con contenidos oficiales. Es decir, recordaron momentos de la investigación que luego fueron a parar a la voluminosa causa que hoy ostenta 16 cuerpos. Sin embargo sobre esto nunca se dijo nada.

Reunión en una quinta

Por una cuestión de no entorpecer –si es que van a seguir investigando- en el siguiente relato no habrá nombres.

Lo concreto es que en determinado momento existió una reunión en una quinta a orillas del Río Quequén, cercana al entonces destacamento de Camineros y el puente que se llamaba Pedro Eugenio Aramburu, hoy Domingo José Taraborelli.

Se había preparado un asado para varias personas, entre la que se aguardaba la concurrencia de una en especial, sospechada de tener mucho que ver con la desaparición de Adriana. Lo que no sabía el sospechoso era que la «fiesta» había sido preparada exclusivamente para él. Si bien fue acompañado por un cantor y guitarrista amigo, los anfitriones se encargaron de regresar a éste último a Necochea. El resto eran todos investigadores.

Allí, este hombre tuvo la oportunidad de entender que estaba muy comprometido en la causa y que su vida, en realidad, valía (y vale) poco o nada. «Muchachos, ahora qué le digo a mi familia… con qué cara la miro?», aseguran que preguntó el sujeto a los investigadores poco antes de irse.

Vale señalar que este hombre no fue investigado por casualidad, sino que apareció en escena merced a su propio primo, dueño de un rodado que le prestó en más de una oportunidad y que el sospechoso negó haber conducido. Los dichos de su pariente fueron precisos. «Es habitual verlo en mi camioneta» y parece que el día de la desaparición de Adriana, también.

¿Dónde está el cadáver?

Leyendo la causa se infiere que desentrañar este caso es una cuestión de voluntad. A tal punto que uno de los jueces llegó a decir que «me traen los huesos de Adriana e inmediatamente detengo a quien haya que detener». Empero, el juez de transición, doctor Alberto Peralta prefirió pasar la causa a archivo. No obstante no es un caso cerrado y en cualquier momento puede ser novedad. Es cuestión de esperanzas.

¿A que se refirió el juez con «me traen los huesos de Adriana e inmediatamente detengo a quien haya que detener»?

Tal vez tenga que ver con otro par de testimonios que, vaya a saber por qué, nunca tuvieron trascendencia.

Uno de ellos involucró a un ser voluminoso si los hay, conocido en Necochea por sus andanzas en temas de estafas y drogas, estuvo inoportuno al asegurar que conocía pormenores del caso Celihueta. El comentario llegó a oído de los investigadores y, expresa en sus testimonios, la pasó mal hasta que estuvo frente al juez. «Tenía mucho miedo», confió al policía que lo devolvió a Necochea después de estar varias horas en Mar del Plata. En su declaración identificó a la persona que asegura haber tenido en sus manos el cadáver de Adriana.

Los policías también dieron con el nuevo personaje. Se trató de un hombre con discapacidades mentales disminuidas, muy querible, al que, por su inocencia, el relato fue muy creíble para la Justicia. Lo encontraron frente al comité de la Unión Cívica Radical, casi su segunda casa, y lo llevaron a declarar.

En su testimonio dijo que desenterró a Adriana en el Parque Miguel Lillo y la volvió a enterrar en la zona de Bahía de los Vientos. Aseguró que el sector elegido estaba entre el barco «Pesquera» encallado junto al acantilado (hoy inexistente); la casa de los enanos (en referencia a la entrada a un predio que está decorado con enanos de jardín, construidos en cemento) y el Faro de Quequén (que no se ve, pero sí los haces de luz que surgen de detrás de los médanos).

También aseguró que el cadáver fue envuelto en una tela parecida a mantel, y cargada en una camioneta blanca. Dijo, además, que uno de sus acompañantes se descompuso y describió, precisamente, a la misma persona que estuvo de «fiesta» en la quinta de Quequén.

Parte de este movimiento, sobre todo la presencia de la camioneta blanca en la zona del Casino fue declarado también por el taxista Esneldo García que algunas horas más tarde fue asesinado de un tiro en un descampado de Quequén. Un aparente intento de robo seguido de muerte fue la línea investigativa que se siguió.

Estos datos aparecen en las primeras tres o cuatro piezas de la voluminosa causa. Lo que no se entiende es por qué nunca trascendieron y fueron minimizadas. Por suerte con el correr del tiempo están apareciendo «arrepentidos» que, es de esperar, se animen a hablar frente a la Justicia. En definitiva, es una cuestión de que la conciencia les permita dormir un poco mejor el resto de sus vidas.

*Aras Editora – oscargollnitz@gmail.com