Como algunos no comprenden qué es esto de la bioeconomía, aprovecho lo que ocurrió ayer para arrimar ideas. En Christophersen, casi en el punto en el que se tocan las tres grandes provincias de la Segunda Revolución de las Pampas (Sante Fe, Córdoba y Buenos Aires), el tambo de Adecoagro inauguró su segundo biodigestor. Suma otros dos MW a la generación eléctrica renovable, valorizando las heces de sus 15.000 vacas en ordeñe. Viven bajo galpón, con todo el confort que les permite expresar su máximo potencial. Allí, hace veinte años había un tambo de base pastoril donde las vacas producían 18 litros por día. Hoy dan el doble.
Los galpones se limpian continuamente y la bosta va a los biodigestores. Allí, generan mucha más energía que la que necesitan, así que la mayor parte de los megas generados se vuelcan a la red.
Alimentos, energía renovable, recirculación de nutrientes. Porque los residuos de los biodigestores vuelven al campo, regando y esparciendo abono orgánico en lotes de maíz y alfalfa. Es una gragea de la Argentina Verde y Competitiva.
Ya lo dijimos: es la bioeconomía, estúpido. Como lo es cada unidad de negocios de esta empresa, que cotiza en Wall Street bajo la sigla AGRO. Nada menos: el agro en la meca de los negocios es una empresa de management cien por ciento argentino. Y no es la única muestra de convertir naturaleza e inteligencia en alimento y energía. Adecoagro es la mayor arrocera del mundo. Toma agua del Paraná, que en lugar de ir a salinizarse irremediablemente al llegar al mar, se transforma en miles de toneladas de arroz para Argentina y el mundo. La cáscara va a la actividad avícola como cama de pollo, que luego vuelve al campo como abono. Así funcionan las cadenas.
Milei está acomodando muy bien la macro. La convergencia del tipo de cambio, que ya prácticamente está. La baja de la inflación, la caída del riesgo país, la recuperación de las reservas. Pero en este camino, se percibe el riesgo de postergar decisiones clave para que el motor pueda funcionar a tope.
Los precios internacionales bajaron. Dios no es mileísta. Pero el Gobierno mantiene los derechos de exportación. Está bien: son para todos los sectores de la economía. Salvo en la soja, que inexplicablemente sigue sufriendo la quita de uno de cada tres camiones, puesto en el puerto y con el flete pago, más el IVA. Ya hablamos mucho de esto y queremos creer que Milei cumplirá su promesa de campaña. En el campo ya hay un bajón por esta procrastinación. El poncho no aparece.
En el otro término de la ecuación están los costos. Esta semana, el ministro de Economía Luis Caputo dio una pequeña señal a favor, bajando impuestos a algunos insumos químicos. Pero todavía no se habla de los fertilizantes, que son clave si se quiere tener una cosecha razonable. Los abonos en la Argentina sufren un recargo del 55% en la importación, lo que frente a las retenciones y los bajos precios internacionales complica severamente la relación insumo/producto.
La sequía se llevó 100 millones de toneladas en las últimas campañas. Urge facilitar la intención de cientos de productores y empresas, que podrían poner bajo riego suplementario unas 2 millones de hectáreas. Bajo riego, un productor de Córdoba logró 9 toneladas de trigo. Al lado, donde no regó, sacó 800 kilos. Hay proveedores interesados en vender pivotes a lo pavote. Imaginemos: 2 millones de hectáreas, con una producción extra de al menos 5 toneladas por hectárea, son 10 millones de toneladas más.
Soltar amarras. Milei es muy valiente y audaz, pero con el agro todavía no se anima. Y el agro empieza a mirarlo de reojo. Sería una pena dejar pasar la oportunidad excepcional de alinear la política con la naturaleza de las cosas. Ojalá que los cambios en Bioeconomía sirvan para esto.