Todo pueblo tiene un bajo. O lo tuvo.
El título es una frase que escuché en la charla de Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional, en una de las jornadas de la Feria del Libro Número 44.
Más allá del evento, que estuvo interesante y seguramente lo puedan encontrar en youtube, esa frase me llevó por unos segundos al pasado.
Hace años, antes de la inundación del ’80, justo donde está emplazado el Puente «Dardo Rocha» estaba «El Bajo» de la ciudad de Necochea.
«El Bajo»… a los ojos de todos y a la vista de nadie. El de los chicos con pelo crespo, algo de hambre y «padres alcohólicos». Esto último, vox populi en barrio aledaño y escuela, solo en algunos casos era cierto.
Claro que en ese momento estábamos muy lejos de comprender que el alcoholismo es una enfermedad que no sabe de clase sociales, y la palabra discriminación aún no tenía connotación negativa.
Las diferencias entre lo alto y lo bajo siempre existieron. Hasta el poema de Machado habla de los que suben y luego vuelven a bajar a «su lugar», después de la mescolanza del carnaval.
Hoy «El Bajo» no existe. La inundación se encargó de desplazarlo. La gente fue trasladada a casas, dicen que esto es bueno, lejos del río y de los ojos ajenos.
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