Tras la quinta votación del segundo día del cónclave que había sido convocado por la inesperada renuncia de su antecesor, Benedicto XVI, los miles de fieles que aguardaban el resultado en la Plaza San Pedro vieron a las 19.06 la fumata blanca que indicaba la elección de un nuevo Obispo de Roma, que fue entronizado seis días más tarde.
“Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar casi al fin del mundo; pero aquí estamos”, fueron las primeras palabras del jesuita que, entonces con 76 años, eligió llamarse “Francisco”, dejando clara su identificación con San Francisco de Asís, y que decidió vivir en la residencia de Santa Marta, desechando el Palacio Vaticano que ocuparon sus predecesores.
Elegido “Personaje del año” ese mismo 2013 por la revista estadounidense Time, le dio su impronta personal a una Iglesia que necesitaba un cambio de rumbo drástico tras las denuncias y escándalos que habían rodeado la dimisión de Ratzinger.
Desde sus primeros actos, Francisco comenzó a imprimirle a su pontificado un fuerte sentido ecuménico con apertura a otras Iglesias cristianas no católicas, de apuesta al diálogo interreligioso y de condena a las guerras, los conflictos económicos, el “Dios dinero”, la corrupción y a las que dio en denominar “formas modernas de esclavitud”, como trata de personas, tráfico de armas y trabajo esclavo.
Además, con el impulso de su encíclica Laudato Si’ de 2015, el papa se convirtió en un referente mundial en la lucha por el cuidado del medioambiente, a partir de la promoción de una ecología integral basada en el respeto a la Tierra pero con una mirada social que incluya a sus habitantes en un modelo de desarrollo.
No menos importante fue su anterior texto, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”), a la que él mismo clasificó como un acercamiento a “la doctrina social de la Iglesia”, en la que recoge el espíritu de las bienaventuranzas y advierte que, mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo.
Desde su primer viaje como pontífice en julio de 2013 a la isla italiana de Lampedusa, Bergoglio otorgó también una destacada centralidad a la problemática de los migrantes que por motivos económicos, políticos y religiosos llegan a Europa y a quienes continúa describiendo como víctimas de la “globalización de la indiferencia”.
El reclamo en defensa de los marginados por “la cultura del descarte” fue central también en cada una de las 124 audiencias generales que encabezó en estos tres años, además de las 382 misas matutinas en Santa Marta y sus 12 viajes al exterior (y 11 dentro de Italia).
Además de su misión pastoral al frente de la Iglesia católica, desde la que entre otros hitos protagonizó el primer acercamiento con los ortodoxos rusos desde el Cisma de Oriente de 1054, Francisco jugó un rol destacado en la política internacional que llevaron a que fuera nominado todos los años al Premio Nobel de la Paz.
La “geopolìtica de la misericordia”, como la describió el también jesuita Antonio Spadaro, en la que es central la denuncia de la «tercera guerra mundial en partes».
En línea con estos hechos, el vocero papal Federico Lombardi describió con justeza esta semana que Francisco «es cada vez más global: está presente en un horizonte global y trata con autoridad las cuestiones de la humanidad y de la Iglesia de hoy».
En esa dirección, su logro más reciente es el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, coronados con un viaje a ambos en 2015 y que desembocó en el restablecimiento de relaciones diplomáticas que han posibilitado, entre otras cosas, la visita que el mandatario norteamericano Barack Obama hará al país caribeño a fines de marzo.
En su gobierno de la Iglesia Católica, el Papa Francisco también impulsó un “Sínodo extraordinario”, para el que pidió a todas las Iglesias del mundo que enviaran sus inquietudes para analizar junto a religiosos y laicos los nuevos «desafíos» de la familia, entre ellos nuevas disposiciones sobre la nulidad matrimonial y el proceso de comunión para los divorciados vueltos a casar.
Francisco impulsa además una serie de reformas para las que se rodeó, un mes después de asumir de un grupo de nueve cardenales conocido como C9, con los que lleva a cabo transformaciones que van desde el área económica de la Santa Sede, con la creación de una secretaría especializada para revisar las cuentas vaticanas, hasta las comunicaciones, con el establecimiento de un Dicasterio (ministerio) sobre el tema.
Merece un párrafo aparte en esa dirección la creación de una comisión especial para la protección de los menores víctimas de abusos sexuales y para la lucha contra los curas pedófilos.
Francisco comienza así el cuarto año de su pontificado, en el que tendrán un lugar relevante tanto la inminente exhortación sobre la familia en la que planteará una “sinodalidad ampliada” de la Iglesia, como los gestos ecuménicos que se profundizarán, mientras se sabrá si hay avances en el viaje más deseado por el pontífice (a China) y en el más deseado por sus compatriotas, que esperarán definiciones sobre esa visita que prometió “lo antes posible”.