jueves, diciembre 26, 2024

Agro, Agro

En agricultura no todo es lo mismo

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Por Héctor Huergo (Clarín)

La agricultura está señalada en todo el mundo como una de las actividades que más ha contribuido y contribuye a la generación de emisiones de gases de efecto invernadero. Hoy los productores europeos están en la picota, y han reaccionado con sonoras manifestaciones en todas las grandes ciudades del Viejo Continente. Se quejan por las medidas que propone una agenda ambiental cargada de factores emocionales y con una fuerte contaminación ideológica.

Aquí tendemos a simpatizar con esas movilizaciones, por simple empatía con quienes se dedican a producir en el campo. Pero digamos todo: hay formas y formas. Y la forma “primermundista” es indiscutiblemente parte del problema.

En estas pampas, hace tres décadas, comenzamos a desandar el sendero tecnológico de la agricultura tradicional. Lo hicimos sin pensar en la necesidad de reducir las emisiones de CO2 para luchar contra el “efecto invernadero”, precursor del cambio climático. A los pioneros de la siembra directa los unía la pasión por la conservación de los suelos, aniquilados por el arado y el laboreo intensivo. En un siglo de agricultura, cuando se desencadenó la Primera Revolución de las Pampas, mandamos al aire la mitad de la materia orgánica almacenada en la tierra desde la Creación.

La siembra directa fue la coronación de una tendencia que venía de antes. Aquí le declaramos la guerra al arado. En los 80 fue sustituido por la labranza vertical. Y en los 90 irrumpió con toda su potencia la siembra directa, motorizada por la llegada de la biotecnología y la molécula mágica del glifosato, tan demonizado que nadie se atreve a hacerle el monumento que merece.

Gracias a la soja RR y el glifo, se desencadenó la Segunda Revolución de las Pampas. No sólo explica que la Argentina no haya saltado en mil pedazos, a pesar de todos los esfuerzos de una sociedad confundida sobre la naturaleza de las cosas, sino que además permitió cortar la espiral decadente de la salud de nuestros suelos. Las voladuras de campos y las cárcavas de erosión hídrica son cosas del pasado.

La Directa es la abanderada de la agricultura liviana. La cantidad de equipos deambulando por el campo se redujo a la tercera parte, expresada en kilos de fierros. Para implantar un cultivo y protegerlo, quemamos la cuarta parte del gasoil que hace medio siglo. Antes no solo había que preparar la cama de siembra y sembrar, sino que después era necesario controlar las malezas. Rastras rotativas, escardillos, aporcadas.

Hoy el único tractor que pisotea el lote es el que lleva la sembradora. Después entran los “mosquitos”, otro jalón de la agricultura liviana. Y más liviana todavía cuando irrumpieron los botalones de fibra de carbono, que permitieron aumentar un 50% el ancho de labor con la misma máquina. Menos gasoil por hectárea, menos pisadas en el lote de cultivo. Todos desarrollos locales: el botalón de carbono es una creación criolla que se expande por el mundo. Lo vivimos desde adentro.

Ahora llegaron las aplicaciones diferenciales, con equipos importados, pero ya hay nacionales con prestaciones incluso superiores. Y expertos que se han especializado en el sistema, como los hermanos Bilbao de Necochea. Es ahorro de producto, ahorro de agua en las pulverizaciones.

También es ahorro de agua el uso de aplicadores de bajo volumen, que hicieron su entrada en los 80 pero ahí quedaron. Hemos visto la semana pasada en Expoactiva, en Uruguay, a los míticos “Micromax” (aquí se llamaban “AguaCero”, los atomizadores de gota controlada que aquí habían funcionado muy bien, pero fueron injustamente demonizados por las sempiternas fuerzas conservadoras. Los expertos recomendaban “equis litros por hectárea” en lugar de “equis gotas por centímetro cuadrado”, de tamaño ideal y predeterminado. Que además permiten controlar la deriva. Ahora volvieron: son los atomizadores que traen los drones, una nueva tendencia en la saga de la agricultura liviana.

El concepto llega también a la cosecha. Los cabezales stripper permiten reducir el consumo de combustible entre 35 y 50% en la recolección de trigo, cebada, arroz y otros cultivos. Hechos también con fibra de carbono, permiten anchos de labor similares a las plataformas convencionales, pero andan al doble de velocidad.

La agricultura liviana de estas pampas también metió la cuchara en las técnicas forrajeras. El silo de grano húmedo, con la creación de la moledora embolsadora de Martínez y Stanek en Tandil, fue un hito mundial. Se ahorró la secada, necesaria para conservar el grano que se mantendría en el campo para alimentar el ganado. Pero además se ganaron kilos, cosechando antes para reducir las pérdidas y los riesgos de esperar a cosechar seco, además de la mejora de la calidad.

Otro ejemplo de agricultura liviana es el silobolsa, que resolvió los problemas crónicos de almacenaje en chacaras y acopios. Otro desarrollo argentino.

Y queda mucho por contar, y sobre todo, mucho por hacer de aquí en más, siguiendo el hilo conductor que nos ha puesto en un lugar de privilegio a nivel global. Aquí hemos desarrollado una agricultura que tiende al ansiado objetivo de la neutralidad en carbono. Hay que gritárselo al mundo.