La masacre perpetrada en Texas y que conmovió a Estados Unidos y al mundo entero había sido anunciada en Facebook, lo reveló el gobernador republicano, Greg Abbott, en una tensa conferencia de prensa que debió interrumpirse por las protestas de Beto O’Rouke, su futuro contrincante demócrata.
La única «señal» del infierno que se desataría poco después, explicó Abbott, fue en Facebook, donde el asesino Salvador Ramos había escrito 30 minutos antes de llegar a la escuela, «estoy por dispararle a mi abuela», luego «le disparé a mi abuela» y 15 minutos antes de la masacre ‘estoy por disparar en una escuela primaria’.
Es la tragedia de niños más sangrienta de la historia de Estados Unidos en una escuela, después de la de Sandy Hokk, en 2012, cuando, en Connecticut, Adam Lanza mató a 26 personas, de ellas 20 niños de entre 6 y 7 años.
El balance de la masacre del martes en la Robb Elementary Schook, de Uvalde, una ciudad rural de 15.000 habitantes, preferentemente latinos, a mitad de camino entre San Antonio y la frontera mexicana, es algo inferior: 21 víctimas -de ellas 19 alumnos de 10 años y dos maestras- además del asesino y los 17 heridos.
Pero también mide el tiempo de la inacción porque en estos 10 años Estados Unidos no hizo nada por frenar una masacre casi diaria, quedando rehén del lobby de las armas y de la oposición de los republicanos, como denunciaron los demócratas y el presidente Joe Biden que, en los próximos días, volará a Texas para «dar consuelo a las familias de las víctimas y a una comunidad en estado de shock».
«Es más fácil obtener una pistola que una leche en polvo en Estados Unidos», ironizó el jugador de básquetbol de los Warriors, Damion Lee, aludiendo a la carencia del «baby formula» (fórmula para bebés) que avergUenza al país.
Estados Unidos llora así a otros inocentes, pocos días después de la matanza del supremacista blanco en un supermercado de Buffalo, en Nueva York. Mientras el mundo del deporte y del espectáculo grita su rabia y también el Papa y el secretario general de la ONU expresan su fuerte indignación.
De la última agresión escapa, por ahora, el móvil, sobre el que la policía y el FBI están trabajando, escarbando en la vida y en la actividad social del asesino, Salvador Ramos, de 18 años: un muchacho blanco, introvertido, que sufrió acoso en la escuela por su tartamudez, residente desde hace algunos meses con los abuelos por peleas con la madre (que consume drogas), y sin precedentes penales o problemas mentales conocidos.
Pero apasionado de las armas, tanto que días atrás por su cumpleaños número 18 se regaló dos fusiles de asalto AR-15, aquellos usados para las masacres en Estados Unidos, subiéndolos también a sus cuentas sociales. Y 375 proyectiles.
Todo material que en Texas se puede adquirir legalmente y fácilmente luego de una ley firmada el año pasado por el propio gobernador Abbott, que permite detentar y llevar a todos los lugares públicos un arma sin licencia, controles y adiestramiento, a menos que uno sea un exconvicto o sujeto a particulares restricciones legales: un verdadero retorno al «Far West», en un estado que ostenta el primado en la adquisición de armas, y que en los próximos días hospedará en Houston, a la asamblea anual del National Rifle Association (NRA), el poderoso lobby del sector, con la participación del propio Abbott, del senador Ted Cruz y de Donald Trump.
Con la paradoja de que para el evento estarán prohibidas las armas, a tutela del expresidente, como pidió el Servicio Secreto. La NRA osó replicar a Biden, minimizando que se trata del acto «de un criminal aislado y perturbado».
Y es con estos dos fusiles que Ramos salió de su casa para perpetrar su horrible plan, tras haber disparado en la cara a su abuela, que avisó a la policía y sobrevivió a las heridas.
Antes de entrar en acción, Ramos había posteado imágenes inquietantes de armas y había intercambiado mensajes crípticos con una joven. El joven, que llevaba un chaleco táctico, se dirigió en auto hacia su exescuela primaria, pero el auto salió del camino.
No obstante el incidente, Salvador no perdió el ánimo y consiguió ingresar al edificio por la puerta posterior, atrincherándose en un aula luego de un intercambio de disparos con la policía, que, en el interín, había sido alertada.
«Están por morir», dijo sin piedad a los niños, mientras una alumna, Amerie Jo Garza, también ella entre las víctimas, trataba desesperadamente de llamar al número de emergencia 911 y una de las maestras intentaba proteger con su cuerpo a los estudiantes. Los niños probaron resguardarse bajo los bancos, pero para gran parte de ellos no había escapatoria.
El asesino fue luego abatido por un policía. «Pudo ser peor, pero los agentes actuaron con coraje», se consoló increíblemente Abbott. (ANSA).