Ver Moscú y luego morir, al menos políticamente, así podría graficarse; es que la pasarela, en la capital rusa, está resultando cada vez más arriesgada para los líderes y ministros occidentales y hoy ha sido el turno de la ministra de Relaciones Exteriores británica, Liz Truss.
La responsable de la diplomacia de Inglaterra experimentó de primera mano el método de su par ruso, Serguéi Lavrov. «Un diálogo entre un mudo y un sordo», fue el escueto comentario del funcionario del Kremlin tras el encuentro.
Luego, la prensa rusa filtró un grosero desliz de Truss, quien aparentemente habría confundido dos regiones rusas con las áreas disidentes de Donbass, causando un gran sentimiento de incomodidad en la delegación.
Mientras tanto, el primer ministro británico, Boris Johnson, estuvo en Bruselas en la sede de la OTAN, donde no ocultó cierta aprensión: «Los próximos días serán cruciales, una guerra no es imposible».
El torbellino de reuniones y llamadas telefónicas es ahora frenético, más bien caótico. El líder francés Emmanuel Macron acaba de terminar la gira Moscú-Kiev-Berlín e informó sobre todo eso el presidente estadounidense Joe Biden.
El canciller alemán Olaf Scholz, que acaba de regresar de Washington, celebró una cumbre con dos países bálticos, Estonia y Lituania. En tanto, el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, anunció que había escrito a Lavrov para invitar a Rusia a nuevas negociaciones en el Consejo OTAN-Rusia y el Alto Representante de Política Exterior Europea, Jeph Borrell -también fue brutalizado por Lavrov en su misión a Moscú- respondió en «nombre de todos los países de la UE» a la solicitud de aclaración sobre seguridad que el Kremlin invocó en enero.
Evitó, por lo tanto, la postura bilateral, como quería Rusia, intentando dividir el frente europeo. Asimismo, el canciller italiano, Luigi Di Maio, nuevamente hoy, llevó la voz de su país a una conversación telefónica con Lavrov, confirmando la vorágine de contactos.
«En esta crisis, Rusia no debe subestimar nuestra unidad y nuestra determinación», fue el mensaje lanzado por la tarde por Scholz. Pero lo cierto es que se empiezan a ver algunas grietas, aquí y allá, y no sólo entre la facción de halcones y palomas en la que tradicionalmente se divide Europa.
La pregunta es qué hacer con los acuerdos de Minsk, que se forjó en un intento por poner fin a lo que entonces era un sangriento conflicto de 10 meses en el este de Ucrania. Todos dicen que deben implementarse, pero Ucrania afirma que si se aprueba la interpretación de Putin, el país está condenado. Así que resiste.
Pero ahora la sensación es que Francia y Alemania se inclinarían a presionar de la misma manera a Kiev para hacer concesiones. Biden, en esto, aún tiene que revelar las cartas estadounidenses.
Al mismo tiempo, continúa el juego en Bruselas para llegar a un paquete precocinado de sanciones a aplicar cuando sea necesario, pero todo es efímero. En este punto, Washington y Londres están más adelantados. También porque tienen menos intereses en riesgo.
Gran Bretaña, desde lo alto de su currículum militar reflejado en la OTAN, busca protagonismo y ha anunciado el envío de nuevas tropas, jets y barcos al frente oriental. Johnson llegó a «no descartar» el apoyo militar a Kiev en caso de conflicto con Rusia; un conflicto que en cualquier caso sería «una catástrofe».
«Putin, en mi opinión, aún no ha decidido», aventuró. «Pero nuestra inteligencia pinta un panorama sombrío, tenemos que estar preparados», indicó el premier británico.
Así que se vuelve al punto de partida. Macron afirma haber aceptado la promesa de Putin de no aumentar más la tensión sobre el terreno. Pero las señales que llegan desde tierra -en términos militares- no son claras.
El líder ruso está utilizando todos los métodos a su disposición para forzar. Incluyendo algunos golpes debajo del cinturón. El hecho de que Moscú también haya decidido evacuar al personal no esencial de la embajada en Kiev no se lee como una buena señal.
El Kremlin reconoce que se han hecho algunos «avances», pero en aspectos «periféricos» respecto a las principales peticiones, y no cede, quiere «garantías escritas» de que Ucrania no se incorporará a la Alianza. Parece que no lo conseguirá. Y queda, entonces, la incógnita de lo que sucederá a continuación. (ANSA).