El ex presidente brasileño desconfía de la reforma política que debate el Congreso del país: «Los partidos solo buscan su supervivencia».
Asegura que hace mucho que está fuera de la vida política, pero Fernando Henrique Cardoso sigue siendo una referencia indiscutible en el debate político en Brasil.
Y él, aunque insiste en que solo habla en su propio nombre, ni siquiera en el del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), del que es presidente de honor, no ha dejado nunca de intervenir para manifestar sus posturas y expresar su preocupación por el momento de bloqueo político del país.
Ni su aspecto físico ni su capacidad argumentativa delatan que el hombre que presidió Brasil entre 1995 y 2002 haya cumplido ya 86 años.
Pregunta. Usted pidió un “gesto de grandeza” al presidente Michel Temer después de la denuncia que el fiscal general interpuso contra él por corrupción. Pero Temer no renunció. ¿Qué puede esperarse ahora?
- Le mandé una carta al presidente no para que renunciara, sino para que adelantase las elecciones, porque me parece que los cambios que Brasil necesita podría hacerlos más fácilmente alguien que cuente con el apoyo de los votos. Yo también decía que Temer ha hecho más cosas de lo que imaginaba: modificó la ley del petróleo, la ley de educación, cambió la cuestión de las relaciones laborales, está intentando modificar las pensiones… No ha sido un gobierno inerte. Pero, a pesar de este papel importante en la historia, no tiene repercusión política: la sociedad no sabe ni qué está haciendo y puede que ni esté de acuerdo.
- Mucha gente dice que esta es la peor crisis política por la que ha pasado Brasil. ¿Está de acuerdo?
- Ha habido muchas crisis serias, la gran diferencia es que antes había otro lado organizado para sustituir a los que ya estaba y ahora no lo hay. La población no se fía de nada ni de nadie, está distanciada. Es una situación de crisis grave. Además, la fragmentación de los partidos de ahora es algo inédito: tenemos casi 30 partidos en el Congreso… Es incomprensible, eso no existe en ningún sitio. La situación está difícil. De hecho, yo nunca he visto una crisis así, en el sentido de no saber a dónde vamos. Y hay otra cuestión a la que los políticos no le dan mucha importancia: no se trata solo de cambiar las instituciones o la economía… sino la cultura, nuestra cultura no igualitaria, no democrática, de privilegios. Y eso cuesta mucho.
- El Congreso está debatiendo una reforma política, entre otras cosas para poner freno a la proliferación de partidos. ¿Espera algo de ahí?
- No sé si acabará haciéndose. En los últimos años la política brasileña ha estado movida por la Lava Jato y la crisis económica. Y los partidos han caído en el miedo porque una buena parte de sus miembros estaban metidos en ese sistema de corrupción. Yo no voy a decir que no existan fuerzas que quieran la reforma, pero la realidad política es la de una confabulación de gente con miedo de las consecuencias de lo que hicieron y que quieren ver cómo se salvan. Es difícil hacer reformas así, no es solo una reformita, es necesario modificar la Constitución, entrar en cosas complicadas. Pero no están pensando en eso. Están pensando en una reforma que permita su supervivencia.
- ¿El mayor peligro es que se abra paso a un aventurero?
- Yo no creo que vaya a suceder, pero es posible. Fíjese en todo el mundo, no solo aquí, ha habido una cierta desconexión entre las instituciones, los partidos especialmente, y la sociedad. En esta nueva sociedad tan fragmentada tenemos a Trump, el Brexit… Si llega un free rider con un mensaje que cale entre la población, puede ganar.
- Las encuestas señalan un importante apoyo al líder de extrema derecha Jair Bolsonaro.
- Es la expresión de ese sentimiento de que hace falta más orden. En Brasil nunca hemos tenido una derecha agresiva organizada, porque la clase dominante siempre ha tratado de disimular que es dominante. Ahora ha surgido este fenómeno nuevo de los que dicen: ‘Yo quiero imponer orden, estoy contra los delincuentes… Veo muy difícil que gana, porque todavía no he percibido en Bolsonaro la capacidad de formular algo más general, que llegue a la gente. Pero es algo nuevo que no conviene subestimar.
- ¿Por qué una parte de la sociedad brasileña destila tanto odio contra Lula?
- Fue Lula quien lo provocó; creó la división entre ricos y pobres, entre buenos y malos. Su táctica política siempre ha sido esa. Pero no ha sido así en la práctica. Como líder sindical, siempre negociaba y personalmente no es agresivo. Pero se expresa como si fuese radical, aunque después hace el camino inverso. Ha habido una gran polarización, aunque todo el mundo tiene una parte de responsabilidad, no son Lula y el PT los únicos responsables.
- Si Lula fuera a la cárcel, ¿sería bueno o malo para el país?
- Por supuesto que no es bueno que haya un líder político en la cárcel, mucho menos un líder como Lula. Pero no sé qué harán los jueces ni cuáles son los datos. El juez tendrá que atenerse a los datos. Él ha sido condenado. Se pasó del límite. Su excusa es que todos lo hicieron, pero yo nunca he hecho nada parecido. Hay dos expresidentes del PT presos o condenados, tres tesoreros… es grave. ¿Si la justicia es partidista? En mis tiempos fue contra mí. No hay una disposición en la justicia contra uno u otro partido. Al contrario: quieren demostrar que son ecuánimes, que están por encima de todos los partidos.
- Hay gente que defiende que la corrupción en Brasil es endémica, mientras que otros afirman que fue el PT quien institucionalizó esas prácticas. ¿Qué opina?
- Las dos cosas. La corrupción tradicional es más personal, lo que ha pasado es que poco a poco se ha ido organizando un sistema de mantenimiento del poder que ha involucrado a partidos y empresas. Los fondos finales iban de las empresas públicas a los contratos con las empresas privadas, quienes los transferían a los partidos y a las personas de los partidos. Y se creó un sistema con mucha permisividad por parte de la sociedad, que tiene que ver con ese capitalismo de lazos, de amistades, con el clientelismo, con una cierta suposición de que es normal. Todo eso se organizó a partir del gobierno de Lula. ¿Eso significa que solo lo hizo el PT? No. ¿En mis tiempos había corrupción? Probablemente sí. Solo que yo no lo sabía y, cuando lo sabía, estaba en contra; yo no nombraba a nadie para robar, mucho menos para mí. La existencia de mecanismos rutinarios para financiar la vida política —y, eventualmente, personal— con fondos públicos llegó durante los años de Lula. Y esa es la responsabilidad de Lula en ese asunto, no sé si personal, pero sí política…
- Pero la acusación de manejar una caja B salpica a todos los partidos. ¿El PSDB no tenía?
- Posiblemente sí. Pero son cosas distintas. La acusación de la Lava Jato no es por caja b, sino por corrupción, porque son contratos firmados para obtener dinero y dárselo al partido. Caja b era otra cosa, otro tipo de delito y otro tipo de condena. Es usar dinero en la campaña no declarado; no es que el dinero sea robado. No se declara cuando la empresa o la persona no quieren que se sepa que se financiaron de esa forma. Esto ciertamente afectó a muchos partidos. Pero no es un dinero que va a parar a los bolsillos, es para la campaña. Yo no puedo garantizar que no la hubiera, pero yo no sé nada y además no era necesaria. En mi época, el dinero era insignificante en comparación con el abuso que ha habido después. La caja b es un delito, pero no es corrupción de la persona, pues no se está robando del erario público.