El marplatense Fernando Aguerre, presidente de la International Surfing Association (ISA) y protagonista del movimiento que logró durante la dictadura militar continuar con este deporte pese a su prohibición, aseguró que «el surf puede servir como integrador social» y confesó que su máximo sueño es convertir la actividad en una disciplina olímpica.
«Estamos tratando de llevar el surf a todo el mundo. En África, por ejemplo, hay olas muy buenas pero no hay recursos, entonces allí estamos trabajando para que los gobiernos impulsen el surf no sólo porque hacer deporte es bueno para quien lo practica y puede ser una herramienta de integración, sino porque puede generar una actividad económica en torno al turismo», explicó Aguerre.
Verborrágico, apasionado y multifacético, este hombre que hoy ronda los 55 años y surfea a diario recibió a TELAM en su local recientemente inaugurado donde, además de vender ropa, instaló un centro de la cultura surfer.
Allí hay desde tablas que se utilizaban en los años 60 hasta un auto original marca De Soto modelo 45, con carrocería de madera, que era el coche típico de los surfer californianos de aquella década, pasando por filmaciones de principio de siglo XX con personas surfeando en las playas de Hawai, cuna de este deporte.
Aguerre, quien además de presidir la ISA ha ganado un lugar destacado mundialmente en el surf por su importante rol en la promoción de este deporte, recuerda haber estado en el mar «desde siempre”: “Mi vieja, además de idealista, abogada, psicóloga y descendiente de anarquistas, era una persona que amaba la playa y nos llevó a mi hermano y a mi desde que teníamos un año”.
«Nuestras primeras tablas eran de terciado -recuerda- para 1967 nos compramos una colchoneta inflable con mi hermano.
Uno iba adelante y el otro atrás con patas de rana, lo mismo hacían unos amigos entonces jugábamos carreras, nos revolcábamos con las olas, chocábamos a las señoras que se estaban bañando».
En 1969, Santiago Aguerre -hermano de Fernando y compañero de todo tipo de aventuras- iba caminando por el Torreón del Monje cuando vio unos jóvenes con tablas en el mar que se subían sobre ellas y acompañaban las olas.
«Nosotros estábamos en Punta Iglesias, vino corriendo a contarme y nos fuimos juntos a verlos. Habíamos ya escuchado hablar de surf pero jamás habíamos visto a nadie hacerlo. Y allí estaban frente a nosotros los 20 surfistas que había en el país, todos juntos», cuenta Fernando.
A los dos meses los hermanos Aguerre se compraron una tabla y luego de que se les rompiera contra las piedras comenzaron antes de los 15 años con la segunda faceta de la dupla: la empresarial.
«Averiguamos cómo repararla y nos dimos cuenta de que no había nadie que arreglara tablas en la ciudad, así que con mi hermano comenzamos con esa actividad, las íbamos a buscar en la bicicleta, las arreglábamos en el taller de casa y la devolvíamos», cuenta.
Un tiempo después, vieron a un surfer californiano que llevaba la tabla atada con una cuerda y surgió el segundo emprendimiento: hacer las cuerdas o pitas para poder controlar las tablas.
Hacia 1978 -dos años después del golpe- una disposición prohibió practicar el surf en toda la costa marplatense.
«Después del mundial viajamos a Río de Janeiro con mi viejo y veo una movida impresionante del surf, me compré una súper 8 y lo filmé. Al regresar comencé a pasar la película en casa de amigos, contándoles lo que se vivía allá, cómo era. Pero me di cuenta de que la difusión no alcanzaba para levantar la prohibición, había que formar una asociación de surf», describe.
Para septiembre Fernando había reunido unas 50 personas con las que organizó un campeonato: «Llenamos la ciudad de afiches. La primera jornada era en el Torreón del Monje, pero como no había olas cerramos la bajada e improvisamos un campeonato del skate».
«Había unas 5.000 personas, un día de sol, todos mirando -recuerda- los milicos vinieron y no se animaron a hacer nada y a partir de ahí no levantaron la prohibición pero tampoco nos perseguían».
Fernando describe esta época como el «primer boom» del surf en la ciudad y fue por estos años que, junto a su hermano, decidieron crear el primer «surf shoop» en la galería Sao donde vendían ropa confeccionada por ellos, pero el negocio duró poco por la crisis económica del país.
Santiago se fue a vivir a California, Estados Unidos, y Fernando se quedó hasta recibirse, pero luego partió tras de su hermano. «Si bien me instalé allá nunca dejé de venir, es decir, desde entonces vivo mitad y mitad, de hecho mi primera propiedad la compré en Mar del Plata».
Otra de las creaciones de los Aguerre fue la marca Reef, un emprendimiento que surgió de la necesidad de ambos de hacer sandalias que les permitieran estar cómodos a pesar de tener el pie plano.
Alejado desde 2005 de esta marca, Fernando está hoy focalizado en su labor en la ISA y, además de querer llevar el surf a todo el mundo, trabaja desde allí en función de cumplir otro sueño: hacer del surf un deporte olímpico.
«Estamos trabajando con unos vascos en un generador de olas que permitiría crear las condiciones en cualquier parte del mundo. Quizás pasen años hasta que el surf pueda ser aceptado como deporte olímpico, pero pienso que es como plantar un árbol, no importa que no lo veas de 70 metros, lo importante es haber comenzado con la tarea, dejar un legado», concluye.