Ya comienzan a perfilarse los candidatos del Festival de Cine. Con buena recepción pasó «Fantasmas de la ruta», de José Campusano. Expectativa por «La laguna», el filme cordobés que estrena este martes.
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El Festival Internacional de Mar del Plata crece y se consolida. Los obstáculos son muchos, pero todos los años el festival sorprende y el público responde. Las salas suelen estar completas y las apuestas de programación expresan una diversidad notable, aun sin redondear una editorial coherente en todas las secciones.
«Extrañamente realista», dijo Bong Joon-ho, el genial director coreano que preside el jurado de esta edición, cuando terminó la función de Fantasmas de la ruta, de José Celestino Campusano. Fue el primer filme de competencia que vio el director de The Host, después de la discreta película inaugural del festival Las analfabetas, ópera prima del chileno Moisés Sepúlveda, también en competencia.
Fantasmas de la ruta es la película más ambiciosa (y política) de Campusano, y no justamente por su metraje: 210 minutos. Como el propio ritmo de esas motos singulares que arman los motoqueros para constituir un estilo de vida, el filme fluye armoniosamente en su relato. Los motoqueros nunca aprietan a fondo el acelerador porque viajan juntos. Fantasmas de la ruta se desplaza con cadencia y aplomo. Sus tres horas y media vuelan.
Algo nuevo sucede en el film de Campusano. Por primera vez, sin abandonar la zona del conurbano que él comprende y conoce a la perfección, el director de Fango extiende la perspectiva de su filosofía motoquera para examinar la corrupción estructural del país. Se trata aquí de una microfísica de la corrupción circunscripta a la trata de blancas en todo el territorio nacional. El diagnóstico es preciso: de la capital al norte del país, los agentes de la corrupción son sujetos específicos unidos por una red invisible constituida por traficantes, policías, políticos (en fuera de campo), dueños de whiskerías, clientes. Todo empieza a propósito del secuestro de Antonella, una joven del barrio en donde vive Vikingo (Rubén Beltrán, un poco haciendo de sí mismo, como el resto de los personajes) y Mauro, una especie de ahijado. Intentarán rescatarla, no será fácil.
Campusano es una singularidad absoluta en el contexto del cine nacional. Sus películas no pertenecen a ningún sistema representacional y versan sobre temas que jamás surgirían de un laboratorio de guion o un escritorio. Su método consiste en retraducir la experiencia histórica de una comunidad específica en imágenes. De allí su verosimilitud, y también la conjura de ciertas interpretaciones de sus actores no profesionales que para el cinéfilo de buen gusto le puede parecer que son de madera. Sus películas funcionan porque la fuerza de un colectivo la sostiene, incluso si el sistema de su cine permite construir personajes como el de Beltrán, el viejo héroe de un western. Fantasmas de la ruta es candidata.
La herida, ópera prima de Fernando Franco, es otra película que se destaca en la competencia. Sus planos secuencia son tan apropiados como virtuosos, y de ellos se sirve Franco para seguir metódicamente a su personaje casi excluyente: Ana, una joven treintañera que trabaja en una ambulancia asistiendo traslados, y ya no emergencias, pues la muerte es una constante ineludible en esos casos. Y justamente, la (pulsión de) muerte es también una constante en su propia vida psíquica. Ana es una de esas criaturas que con una hoja de afeitar marca y hiere su propio cuerpo.
Franco se limita a dar algunas indicaciones difusas y familiares de su comportamiento, pero nunca llega a dar una explicación de las acciones de su protagonista. Su padecimiento carece de signos, y en parte allí reside la fuerza del film, que se desarrolla en planos cerrados materializando visualmente la experiencia de radical soledad que vive el personaje.
Ya se palpita el estreno mundial de la cordobesa La laguna, un heterodoxo western sobre viajeros de Luciano Juncos y Gastón Bottaro. Es una ópera prima poderosa. Conviene recordar que fue Bong quien le dio en Cannes 2011 la Cámara de oro a Las acacias, de Pablo Georgelli. En aquel filme sobresalía Germán De Silva. En La laguna, De Silva también es el protagonista y se vuelve a lucir. Si Bong experimenta un déjà vu, tal vez los jóvenes egresados de La Metro no volverán con las manos vacías.