Erna Wallisch murió a los 86 años sin purgar por los crímenes cometidos más de sesenta años atrás, cuando era carcelera del campo de concentración nazi de Majdanek, en Polonia.
Ni las denuncias del Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén ni los testimonios de sus víctimas fueron suficientes para movilizar a tiempo a
Apodada «la diabla de Majdanek» o «la bruja de Hitler», falleció en un hospital de Viena apenas un mes después de que la fiscalía se decidiera finalmente a reabrir el caso de esta mujer a la que los confinados del campo de exterminio describían como especialmente sádica con bebés y embarazadas.
Una guardiana del campo de exterminio nazi que golpeó hasta la muerte a presos ante sus familias, pero contra la que
«Era como una abuelita inocente», la describió Guy Walters , el historiador británico que dio con su paradero en octubre 2007, en el barrio de Kaisermühlen, simplemente consultando la guía telefónica de la capital austríaca.
La abuelita inocente lo atendió con aspecto de no entender nada.
Walters la llamó por su nombre, el mismo que constaba en la placa junto a su puerta, y ella admitió que había sido entre octubre de 1942 y enero de 1944 la guardiana de ese campo construido por los nazis en
No dio la menor muestra de remordimiento y se limitó a repetir lo de siempre: que no había cometido actos inhumanos, sino cumplido con su obligación.
Durante décadas Wallisch, madre de dos hijos, había llevado una existencia sin sobresaltos en su casa de Viena.
A partir de la visita de Walters dejó de atender al teléfono.
De pronto se precipitaron los acontecimientos y las pistas a las que nadie había atendido hasta entonces cobraron relevancia, también para las autoridades austríacas.
A Wallisch, nacida en Alemania, se la había requerido como potencial criminal nazi en los 60 y los 70.
Sirvió primero en el campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, en Alemania, y luego en Majdanek, en Polonia, donde se ganó a fuerza de sadismo el apodo por el que la recordaban sus víctimas.
Pero no se le llegó a abrir juicio por falta de pruebas concluyentes.
De nada sirvió tampoco que en 2000 se la incluyera entre los siete primeros puestos de
Es decir, la lista de los criminales aún por juzgar, ya sea por falta de pruebas o por no haber logrado ubicarlos.
Otro «cazador de nazis», el israelí Efraim Zuroff, requirió en
Finalmente, en 2007, el Instituto Polaco para
Esos testimonios completaron el retrato de Wallisch: la carcelera encargada de seleccionar a los confinados en el campo, que aterrorizó a mujeres y chicos, en el tramo hacia las cámaras donde se las asesinaba con el gas Zyklon B.
Walters juntó las piezas, consultó la guía telefónica e hizo lo que las autoridades austríacas no habían hecho hasta entonces: presentarse en la puerta de su casa.
Con todo el material, informes de Jerusalén y declaraciones de los testigos, logró que la fiscalía reabriera el caso el mes pasado.
Demasiado tarde para confrontarla con un tribunal y con los testimonios de sus víctimas. «La diabla» murió el sábado 16 en un hospital de Viena, según comunicaron este fin de semana las autoridades austríacas.
«Erna Wallisch y su familia pueden agradecer a los anteriores gobiernos austríacos que por culpa de sus negligencias haya muerto sin ser juzgada quien fue guardiana del campo de exterminio de Majdanek y de Ravensbrück», constató el viernes el Centro Wiesenthal en un comunicado emitido desde Israel.
Asesinatos al son del vals
El campo de exterminio de Majdanek, al sudeste de Varsovia y cerca de la ciudad de Lublin, fue construido por orden de Hitler en octubre de 1941, paralelamente al de Auschwitz.
Inicialmente se pretendía recluir ahí a unos 50 mil presos soviéticos, pero con el avance de la guerra llegaron a ser más de 70 mil.
Hasta la liberación del campo, en julio de 1944 por parte del ejército ruso, se calcula que fueron asesinados ahí unos 230 mil presos, entre ellos 100 mil judíos.
Hoy funciona allí el Museo Estatal de la ciudad de Lublin
La historia negra de Majdanek está relacionada con una fecha, la del 3 de noviembre de 1943.
En apenas veinticuatro horas, en las afueras del campo las SS mataron a unas 43 mil personas, entre ellos 18 mil prisioneros.
Por los altavoces sonaron durante todo el día valses vieneses para amortiguar los gritos de las víctimas.