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Editorial: Idas y vueltas de un patetismo político recurrente

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Horacio Castelli

El Complejo Casino de Necochea no es solo una mole de cemento en decadencia; es el monumento vivo a la incapacidad de nuestra clase dirigente para priorizar el bien común por sobre el ombliguismo partidario. Lo sucedido en las últimas horas es un nuevo capítulo, lastimoso y previsible, de una obra que parece no tener fin.

El juego de las sombras

Por un lado, observamos el apresuramiento del Departamento Ejecutivo. La gestión del Dr. Arturo Rojas apuró una aprobación con la composición saliente del Concejo Deliberante, a escasos días del recambio de bancas. Esa urgencia, difícil de explicar desde la transparencia republicana, dejó un flanco abierto que la oposición no tardó en tomarse revancha.

Por el otro, nos encontramos con la respuesta de los nuevos concejales. Algunos, con años de rodaje en la función pública, parecen más interesados en «cobrarle» al Intendente su jugada política que en resolver el problema de fondo. En esa vendetta personal, lo que menos importa es el perjuicio real para la comunidad y para los trabajadores que dependen de una definición concreta.

Libertarios con espíritu de prohibición

Lo más llamativo —y quizás lo más irónico— surge de quienes prometieron dinamitar los vicios de la «casta». Los autodenominados Libertarios han presentado un proyecto sobre el Casino que impone más restricciones que los regímenes de Cuba, Venezuela o Rusia.

Resulta paradójico que quienes levantan las banderas del libre mercado y la desregulación, redacten una iniciativa que intenta trabar la subasta aprobada por el cuerpo anterior, sumando trabas que, según el Ejecutivo, rozan lo ilegal. ¿Es desconocimiento técnico, cálculo electoral hacia el 2027 o, como señaló Rojas, simple «mala leche»?

La legalidad en jaque

El Intendente, amparado en su trayectoria como abogado, concejal y sus seis años al frente del distrito, sostiene que la propuesta opositora contradice la Ley Orgánica de las Municipalidades y el Reglamento Interno del HCD. Si esto es así, estamos ante una pérdida de tiempo deliberada, un acting legislativo que solo sirve para alimentar el archivo pero no las soluciones.


Conclusión: Mientras la política necochense se pierde en idas y vueltas, en principios que se cambian según la conveniencia del día (al mejor estilo Groucho Marx), el Casino sigue allí, deteriorándose.

Este patetismo político tiene rehenes con nombre y apellido: los trabajadores que esperan certidumbre y una ciudadanía que observa, con justa indignación, cómo sus representantes juegan una partida de ajedrez personal sobre las ruinas de nuestro patrimonio.

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