Agro, Economía, Nacionales

Clarín Rural, relator militante de la Segunda Revolución de las Pampas

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Héctor Huergo (Clarín)

¿Cómo estás? Yo, muy emocionado, tras participar anoche de la celebración de los 80 años de Clarín, en el Teatro Colón.

Un acto coronado por una obra que, con finas pinceladas de tango, folklore y poesía, recorrió los avatares de estas ocho décadas de triunfos y derrotas, de talentos y tribulaciones. De argentinidad al palo. Que se cerró con un sonoro “Estamos, estuvimos y estaremos”.

Clarín Rural también estuvo, está y estará. Nació en 1970, cuando el diario cumplía 25 años. Rápidamente se convirtió en el faro orientador de la Segunda Revolución de las Pampas. La primera había sido la de la conquista territorial, la doma de las llanuras para convertir al país en el granero del mundo y ganar la larga fama de su carne vacuna.

Pero tras aquel fulgurante éxito, habíamos perdido el rumbo. Nos fuimos estancando, quizá atraídos por el canto de sirena de otras pretensiones. Quisimos ser otra cosa, dejando de lado el “serás lo que debas ser o no serás nada”.

Pero como dice Jorge Castro, que desde hace años contribuye con su columna en Clarín Rural, la realidad siempre se subleva. Desde estas páginas acompañamos, en modo militante, el tremendo salto tecnológico que puso de nuevo al sector agroindustrial argentino en el mapamundi.

No es el momento de contar toda la historia. Pero sí alguno de los hitos. En 1956 nacía el INTA. Poco después, el movimiento CREA. Estaban también las compañías de semillas, que venían de antes. Atanor, Compañía Química, con los productos de protección de cultivos. Llegaban Petrosur con su planta de urea en Campana, y los primeros proveedores de fosfatos (Agromax). Se perfilaba una nueva era, y había que apuntalarla.

Y al mismo tiempo, acercar el campo a la ciudad. La contratapa era imperdible: Blanca Cota deleitaba al público urbano con sus recetas “Para la patrona”. A veces fallaba algo en el armado y un párrafo quedaba en el tintero. Las telefonistas del diario nos querían matar, cuando los sábados a la tarde las volvían locas los llamados de los lectores. “Ingeniero, me preguntan cuándo se pone el dulce de leche”. Nosotros buscando las pruebas de galera en los tachos de basura…

En 1972, cuando me incorporé, había nacido el primer trigo “mejicano”. En el INTA de Marcos Juárez, Rogelio Fogante había logrado aquél cruzamiento fundador entre Klein Rendidor (que reinaba en las pampas) y Sonora 64, la línea desarrollada por Norman Borlaug en el Centro Internacional de Mejoramiento para el Maíz y el Trigo. Premio Nóbel de la Paz, por su contribución a terminar con el hambre y la desnutrición de millones de asiáticos. Los nuevos trigos eran más petisos, y no se “iban en vicio” cuando se los fertilizaba. Y otro nivel de productividad. Arrasaron: vinieron el Leones, el Victoria. Las compañías tradicionales también incorporaron los mejicanos: Buck, Klein, Northrup King. Hasta Dekalb, con el hiper creativo Ramón Agrasar, que se abría paso con los híbridos de maíz y sorgo, incursionó con su programa de trigo basado en esta nueva genética.

En el INTA de Balcarce se amasaba una nueva ganadería. Mi primera nota al entrar en el Rural fue sobre “Invernada en la Reserva 6”, un modelo de intensificación pastoril en el epicentro de la zona de cría. Poco después nacía el “Plan Balcarce de Desarrollo Ganadero”, con cabeza en esa Experimental. Praderas de trebol, festuca, agropiro, los bajos del Salado podrían ser mucho más productivos. Aquí lo fuimos contando.

En los 70, estábamos en las 30 millones de toneladas de granos, fundamentalmente cereales. La soja no existía. Se abría paso el sorgo en el oeste y algo de girasol en todos lados. La ganadería se había estancado en las 50 millones de cabezasIgual la lechería. No había industria avícola prácticamente. El pollo era un lujo de una vez por semana. Unos cuantos huevos y puchero de gallina. Todo para consumo interno.

Cambiamos. Hagamos una elipsis. En 1990 llegamos a las 40 millones de toneladas. En el 2000 ya estábamos cerca de las 100. La llave maestra del milagro fue la intensificación tecnológica, ahora de la mano de la siembra directa, la nueva genética, la nutrición, el manejo de las malezas y un cambio en la rotación de cultivos. Los grandes motores. Víctor Trucco de AAPRESID, Johnny Avellaneda (que el sábado próximo cumple sus jóvenes 90 años) del maíz de cien quintales allá en los 80. Y tantos otros..

La ganadería cedió 10 millones de hectáreas a la nueva agricultura. Pero el stock bovino se mantuvo, al expandirse la frontera hacia el NOA y el NEA. Y había llegado la soja, cuyo valor duplica al de los cereales. Así que más volumen pero también más valor. Los pollos, los huevos, el maní. Los drones, el tambo robótico, la biotecnología.

La Argentina se había hecho más viable, aunque no más vivible… Pero esa es otra historia. La realidad es que estamos vivos, a pesar de nuestros instintos casi suicidas. Y, digamos todo, aquí en Clarín Rural estamos listos para seguir contándola en modo militante