
Los aplausos y vítores que surgieron de las gradas de la Sociedad Rural Argentina, cuando el presidente Javier Milei anunció que vetaría el aumento de 22 mil pesos a los jubilados, provocaron una profunda vergüenza ajena.
Que empresarios del campo festejen la negación de una cifra tan ínfima a jubilaciones mínimas ya de por sí miserables, evidencia cuán alejados están muchos representantes y actores del sector del pueblo argentino.
Por otra parte, que un gobierno no pueda otorgar ese porcentaje a los jubilados y, al mismo tiempo, rebaje las retenciones es una clara muestra de la demagogia de quien parece un títere de intereses económicos.
Esta situación es una vergüenza, y una clara demostración de que este sector de argentinos, que se sienten «dueños» del país, sigue exhibiendo el desprecio que siente por el resto de los ciudadanos.
Parecen creer que toda la renta del país les pertenece exclusivamente a ellos y que cada centavo que llega a las manos de los demás argentinos es un «robo».
Ahí se encuentra el germen del discurso sectario de este sector cuando afirman que el kirchnerismo se «robó todo».
En realidad, lo que ocurrió fue que se «repartió todo» entre quienes menos recursos tenían.
La puesta en funcionamiento de la Asignación Universal por Hijo (AUH), la entrega de computadoras a los estudiantes, la posibilidad de que millones de argentinas, sobre todo, pudieran jubilarse a través de las moratorias que ellas mismas pagaron, y la creación del Fondo de Sustentabilidad que respalda las jubilaciones, son tomados por este sector vergonzante como un «robo».
Es lamentable la actitud del presidente Milei, que promete algo que no va a cumplir. Y es igualmente lamentable la actitud del campo que aplaude la pobreza de los jubilados.
Sin embargo, lo más triste es que el próximo paso del gobierno entreguista de Milei es que los campos serán rematados a precios irrisorios, a través del incumplimiento de los productores frente a las obligaciones crediticias que no van a poder cumplir, como les pasó en el 2001, y de lo que solo los salvó un decreto de Néstor Kirchner.
Demagogia, soberbia, «casta económica»: realidades de una Argentina que sufre una grieta que no es política, sino moral.
