Por Héctor Huergo
Hola, ¿cómo estás?
Yo bien, con ganas de echar a rodar mi visión sobre la tremenda movida de los agricultores europeos, que vienen redoblando la protesta contra la quita de algunos subsidios. Y también contra la presión de los “verdes”, que los están dejando con menos herramientas y, en consecuencia, los hace menos competitivos. Un combo en el que hay de todo, como en botica. Veamos.
Hay cierta tendencia, en el medio agropecuario argentino, a simpatizar con la protesta de sus colegas europeos. Es razonable y hasta humano. Pero cuidado: el trasfondo del asunto es el interés corporativo de defender un sistema que impactó (e impacta) en nuestra propia economía. Los subsidios a la agricultura (en este caso la europea, pero involucra a todos los países desarrollados) derivan en sobreoferta. Y la sobreoferta lleva a la competencia desleal en los mercados internacionales: se generan excedentes que luego se vuelcan a la exportación, con nuevos subsidios explícitos o implícitos.
Para completar el “modelo”, aparecen las restricciones a la importación de productos agrícolas. La presión de los agricultores europeos, en particular los franceses, deriva en fuertes derechos de importación y una paleta policromática de medidas para arancelarias. Para dar solo un ejemplo: la famosa cuota Hilton no solo es limitada (28.000 toneladas de carne vacuna) sino que tampoco está exenta de prelievos. Sólo paga menos que la fuera de cuota, pero paga.
Además está la componente ambiental. Precios altos derivaron en la hipertrofia del consumo de fertilizantes, desatando el fenómeno de la eutroficación, que es evidente en todo el Viejo Mundo. Los excedentes de nutrientes aportados, no utilizados por las plantas, drenan hacia las lagunas ya sea por cursos de agua superficiales o profundos, alterando la microflora. Esto exacerbó el activismo verde, que después fue por todo, desatando la parafernalia tecnofóbica que hoy pagan los agricultores de todo el mundo.
La actual oleada de protestas se originó en la quita de un subsidio al gasoil. Es una gota de agua en el océano, pero la medida va en la buena dirección. Primero, porque es una quita de subsidios.
Segundo, Francia…
Tercero: va en la buena dirección porque la agricultura europea es adicta al petróleo. Nadie se preocupa, objetivamente, de la reducción del laboreo. Desde la revolución industrial, hace un siglo y medio apenas, han desarrollado una parafernalia de instrumentos de tortura de suelos. Desmontaron todo, pusieron en producción todo lo que había a mano. Y con sus prácticas ancestrales dilapidaron en pocas décadas la materia orgánica de los suelos.
Rómulo fundó Roma hace casi 2.777 años. Trazó su perímetro con un arado. Era agricultor. Pasaron casi 3.000 años y siguen usando lo mismo. Ya te conté que en la Agritécnica de Hannover, en noviembre pasado, la mitad de la superficie se destinaba a exhibir implementos de laboreo, como los absurdos arados reversibles (son dos cuerpos, uno trabaja a la ida y otro a la vuelta, para echar el pan de tierra hacia el mismo lado). Es decir, el tractor lleva un lastre enorme todo el tiempo, colgado del levante de tres puntos. Para que no se volee, hay que lastrarlo adelante. Más kilos, más compactación, más gasoil.
Y menos suelo. Todo el carbono fue al aire. Es cierto que la agricultura (esa agricultura, la europea) tiene su parte de responsabilidad en el cambio climático. Ha contribuido al aumento del tenor de CO2 del aire. Y sigue dilapidando toneladas de petróleo, tanto por combustible como por exceso de fertilizante y óxido nitroso proveniente de una ganadería también forzada.
Cuidado. La presión de los agricultores pretende sostener un modelo inviable desde el punto económico y ambiental. Eso deriva, linealmente, en más proteccionismo. En las movilizaciones, se le apunta a las agriculturas eficientes. Hay presión para que no se firme el acuerdo UE-Mercosur, que estaba al salir pero ahora peligra.
Hay muchos que, en el sector agropecuario argentino, ven a la cuestión ambiental como un riesgo. Cuando en realidad es una oportunidad. Todavía no hemos comunicado lo suficiente el tema de fondo: en estas pampas hemos dado vuelta la historia de Rómulo, firmando el acta de defunción del arado hace cuatro décadas. Edificamos, con tecnología, la agricultura más eficiente del mundo desde el punto de vista económico y ambiental. Huella hídrica y huella de carbono imbatibles.
El presidente de Aapresid, Marcelo Torres, tiene una nutrida agenda internacional. El titular del IICA, el argentino Manuel Otero, está militando la causa de la agricultura regenerativa de nuestra región. La de la siembra directa, la biotecnología, el uso de inoculantes, el avance de la bioeconomía. Es por ahí.
Clarín