En vacaciones de verano la fe no se detiene. Cómo lo viven los turistas y los locales de las ciudades playeras. Las mujeres son el motor de la iglesia y un obispo misionero.
Crocs y ojotas en muchas mujeres. Trenzas, collares y tobilleras de caracol entre las adolescentes y las niñas. Los hombres mayores se animan a las bermudas. Las misas en vacaciones toman otro modo.
Los turistas creyentes buscan las iglesias, santuarios o capillas donde comulgar, o en las grutas en busca de agua bendita como ocurre con la Virgen de Lourdes en Mar del Plata y hasta la adoración del Santísimo Sacramento, confesiones o rezo del rosario. Es el momento donde se desborda de fieles las iglesias de la costa bonaerense. Ese aluvión de turistas en las playas renueva los templos. Se cruzan las tonadas de todo el país, las devociones se entremezclan, las librerías venden más almanaques, estampitas, libros, medallas, rosarios y crece el aporte del diezmo que terminará en alimentos para merenderos, comedores y obras de impacto social, no sólo espiritual, de capillas en los barrios periféricos, allí donde el turista no suele verse, porque todo lo que está cerca del mar es el hábitat del turista.
Hasta en verano cambia el calendario litúrgico. El 25 de enero en el santuario Santiago Apóstol, de la ciudad balnearia fundada por un empresario maderero convertido en un pionero ecologista, Carlos Gesell, es una gran celebración: Bebidas, bailes y comidas de la multitud que reza con alegría a su santo pescador en la puerta del Santuario, que es réplica del creado en Compostela, España, que se festeja cada 25 de julio. En las ciudades es imposible encontrar un santuario como este en Gesell rodeado de calles de arenas y frente una plaza que es un anfiteatro natural repleto de eucaliptos y listones de madera que hacen de bancos clavados en la arena. “Tenés que venir el 25 de enero. Viene tanta gente a la celebración de Santiago Apóstol que los turistas se traen sus reposeras”, me cuenta una mujer de Adrogué, que lleva colgada del cuello una pequeña paloma en plata, es la representación del Espíritu Santo.
Terminó la misa. A la salida en una pequeña mesita plegable, las laicas de la comunidad de Santiago Apóstol venden rifas o imágenes de santos para cubrir los gastos de la iglesia. Una de ellas es catequista. Me invita a pasar a la cripta, debajo del altar, ahí las imágenes de los santos. Me conmueve Santiago Apóstol. Tiene pegado en el bastón que sostiene con su mano una concha marina, de color blanco, y dibujada una cruz roja. En su sombrero también tiene conchas marinas y en su saco. Otra de las mujeres, a cargo del santuario, me trasmite que “Trueno le decían a Santiago. Por su mal carácter. Había peregrinado de Israel hacia Europa y no conseguía que en los pueblos la gente atendiera a su mensaje de fe. Entonces muy frustrado estuvo a punto de abandonar su peregrinaje hasta que se le apareció la Virgen de la Piedad. La concha de vieira que ves dicen que fue usada para recoger agua de arroyos por el apóstol, pero en el paso del tiempo se convirtió en un símbolo para los peregrinos del mundo que siguen el camino de Santiago”. Ella, a quien no le conozco su nombre y tampoco preguntó, con un manojo de llaves va cerrando la gran puerta de madera del santuario junto a la catequista y las dos mujeres de Adrogué que se entre mezclan en la charla. La catequista transmite su fe hasta cuando hace compras. Si le preguntan de donde viene siempre es de la iglesia. Así pasa el mensaje entre las cajeras. Las otras mujeres, las turistas, hablan con sus hijos y amigas. “Algunas dicen que somos fanáticas por venir a misa. Pero no entienden que es por amor”.
Al lado del santuario se construyó un gran salón, de dos pisos, utilizado por Cáritas, donde dan talleres de oficios. Ahí una puerta media abierta. Entro e interrumpo a unas mujeres que organizan el ropero comunitario. Una de ellas, en crocs rosa flúor, me confirma que están acomodando. “En temporada frenamos. Muchas recibimos familiares que nos vienen a visitar. Pero seguro volvemos para fines de febrero. Hacemos dos veces a la semana feria. Nosotros revisamos que la ropa esté para usar, limpia y sana, y luego enviamos a los otros roperos en los barrios. Todo lo que recaudamos sirve para sostener las necesidades de los comedores”.
Las misas en enero crecen aquí en la costa (Mar de las Pampas en la Capilla Nuestra Señora del Valle; Mar Azul comunidad Cura Brochero; Capilla Medalla Milagrosa en Paseo 135 entre 4 y 5 de Gesell; Sagrada Familia en avenida 28 entre 113 y 113 bis; San Cayetano en Circunvalación y 130; Caacupé en avenida 5 y 139) porque reciben sacerdotes de las ciudades del país que quieren tomar vacaciones. Los hospedan en una casa a la vuelta del salón de Cáritas, justo frente a un castillo de diversiones que tiene ingreso por la calle 3, la avenida principal de Gesell.
“Hoy viene el obispo. Va a dar misa para los turistas a las ocho en Inmaculada. Decile si le hablas que te mandamos de acá, de Santiago Apóstol”, me larga en la despedida una de las laicas locales.
El obispo marítimo
A Gabriel Mestre desde hace tiempo quiero conocerlo. Es un obispo en salida, lo veo participando de un concurso de nado en Mar del Plata cada año en temporada, me entero de sus visitas al basural de su ciudad donde sobreviven cientos de familias marplatenses, también dando habitaciones de hoteles a los sin techo en invierno, o recibiendo a vecinos que denuncian las aguas contaminadas en La Serena que afecta a la salud de los niños. No sé su edad, pero no debe superar los 45 años, me parece un fiel seguidor del magisterio del Papa Francisco y su vocabulario tiene proximidad con quien escucha de otras generaciones y espiritualidades.
Justo el domingo 6 de febrero la cita del evangelio es muy oceánica, marítima, lo pensé y por mí lo dijo el obispo marplatense. Mestre, que fue párroco un par de años en Inmaculada Concepción, la primera iglesia de Gesell, tenía el salón repleto de fieles. Siempre refiriéndose a los locales y los turistas habló de sus famosos tres puntitos. Es su método para explicar a los creyentes la reflexión del día. A tal punto sus tres puntitos que es el título de su libro sobre la lectura diaria de la biblia. Cuando fui a la librería, tras la misa, una señora, que ganó la rifa del año pasado, lo compró antes de mí.
Pero aún me queda la reflexión de su homilía. Los tres puntitos
La profundidad, la palabra y la misión. “Navegar a aguas más profundas, al interior de cada uno, de nuestros seres queridos, de quienes nos rodean, la palabra como otro de los ejes de Jesús a los apóstoles desde la barca de Simón Pedro y la convocatoria a la misión. Nosotros misionamos veinticuatro siete. O sea, las 24 horas del día, los 365 días del año. No es sólo en la misa. Es siempre. No porque queremos hacer proselitismo, hacer números, nosotros sabemos cómo cristianos católicos que es en la alegría de Cristo la salvación. Ir a la profundidad con la palabra misionando es en el colegio, en el trabajo, cuando voy hacer las compras hasta cuando voy a un boliche”. Varios jóvenes lo escuchaban al obispo. Sorprendió su parresia.
Toda la homilía de Mestre fue debajo del púlpito. Inició explicando que el bastón en su mano derecha era el báculo del segundo obispo de Mar del Plata, Eduardo Pironio, quien llegó a cardenal y muchos reconocen en él un pastor que influyó en Jorge Mario Bergoglio desde hace nueve años el Papa Francisco. “Pironio será en breve beato así que este báculo quedará en la catedral de Mar del Plata. Aprovechen hoy cuando me vienen a saludar y charlar de tocarlo para recibir su bendición, un hombre que dedicó muchas homilías a las iglesias de la costa y a los turistas”.
La misión no sólo es en la zona de la playa, también en sus localidades en el campo, por ejemplo, Madariaga, recordó el obispo Mestre que en enero iba a celebrar la misa por Fernando, el joven asesinado en el boliche Le Brique pero no pudo, alguien me dijo que se contagió de Covid. Él que en pleno confinamiento acompañó a enfermos, allí donde ningún familiar podía ingresar, el obispo Mestre consoló a los contagiados de coronavirus en tiempos de incertidumbre y pandemia mundial.
Los locales de los barrios populares
Ana Jiménez me recibe en la librería de Inmaculada, la iglesia del centro. Pero ella vive en la periferia. Es una correntina charleta y chicharachera. No va nunca al mar. Se la pasa trabajando alrededor de la fe. Me habló de las obras de la iglesia en la capilla Jesús Misericordioso (108 bis y avenida 27), en el barrio La Carmencita, donde los turistas no suelen andar. Ahí nomás le dije que quería ir. Otro día, justo en su cumpleaños 50 me esperó en la capilla donde tienen el ropero comunitario. Allí atiende los viernes con el acompañamiento de otra vecina, Francisca Deyvis, formoseña, docente jubilada. Ambas me contaron un montón de la obra eclesial: pesebres vivientes, bautismos, comuniones, misas con el Padre Pablo Bosisio. “Cáritas aporta un montón. La otra vez recibimos zapatillas. Estaban nuevas, en cajas, no sabe las caritas de felicidad de los pibes”.
La capilla Jesús Misericordioso en época de temporada tiene un pequeño grupo de laicas activas, todas mujeres, y el barrio la Carmencita está muy tranquilo, la mayoría está trabajando, “hacen la temporada” en limpieza, gastronomía, seguridad, comercios.
“La gente del barrio no viene tanto a misa. Pero siempre nos apoyan. Nos compran rifas o comida, empanadas o pollo con papas fritas, que hacemos para recaudar. Acá el terreno lo recibimos por un intendente hace años. Luego se hicieron el piso y las columnas. Y hace tres años empezamos nuevas obras que fueron los baños, la cocina”, explica la correntina gesellina del barrio más grande y popular. Todo tiene un fuerte sentido familiar y comunitario. “Nos ayudamos entre todos” me dice.
La fe popular inició en la Carmencita misionando con la Virgen de San Nicolás, esto ocurrió hace 20 años atrás, pero quedó el Jesús Misericordioso porque en un retiro “a los 38 años me salvé por él, que se me manifestó”, me contó Teresa Verón, cordobesa que instaló también hace 20 años el primer almacén. En el mostrador tiene una urna de cartón, una alcancía, con la imagen de Jesús Misericordioso. Me muestra un viejo cuaderno donde tiene anotada hasta la cantidad de empanadas que hicieron en una colecta, 70 docenas en el 2018, los pollos a la parrilla, los bingos, “hasta hicimos rifas que vendíamos entre los comercios de la avenida 3”.
El marido de Ana vino a buscarla. Trabaja en Pinamar. Va y viene en moto para cubrir tantos kilómetros. Ahora se van a preparar el festejo por los 50 años. No se casaron aún pese a tener hijos y décadas de convivencia. En la Capilla Jesús Misericordioso nunca hubo un casamiento. Seguro ellos serán los primeros. La oportunidad de pasar a la historia eclesial está a la vista como yo del agilucho que me despide desde el palo de luz.