martes, noviembre 26, 2024

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OPINIÓN: Por qué íbamos con Alemania

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Por Ramón Muñoz

Los españoles deseábamos casi unánimemente la derrota de Argentina en la final del Mundial porque nos pueden los estereotipos.

Le echamos la culpa de todos nuestros males financieros. De los recortes y el austericidio que sufrimos los países mediterráneos. Les responsabilizamos del euro fuerte, los minijobs y la bajada de salarios. A su canciller Merkel la ridiculizamos como a una paleta glotona con espuma de cerveza espurreándole por la boca, y a la menor protesta sacamos en romería su imagen, caricaturizada como una oficial de la SS o como una vampira colega de farras del uruguayo Luis Suárez. Y, sin embargo, cuando se enfrentaron con Argentina en la final del Mundial de Brasil, todos íbamos con los alemanes.

Decían los sondeos previos que el 70% de los españoles queríamos que ganaran los prusianos. Y cuando Mario Götze marcó en la prórroga, el aullido unánime que recorrió las calles desiertas de Madrid confirmó que no siempre las encuestas se equivocan. ¿De dónde surgió de repente esa empatía teutona? Intuyo que más que el afecto hacia los alemanes nos pudo el recelo contra los argentinos. Sé que es políticamente incorrecto y que me crujirán en Twitter por decirlo pero creo que argentinos y españoles nos profesamos un odio mutuo.

Tiraré de estereotipos para explicarlo. No digo que los comparta ni que sean justos. Simplemente funcionan para explicar, por ejemplo, por qué vemos a todos los argentinos como porteños buscavidas y gigolos. Y por qué ellos nos ven como gallegos brutotes con mierda de vaca entre las uñas y con aires de virreyes.

Odiamos a los argentinos porque creemos que hay que utilizar el satélite de Google Maps para observar el tamaño de su ego. Nos irrita su verborrea, sus metáforas freudianas, las hipérboles retóricas que usan para describir el asunto más nimio. Por eso, no podemos ni ver a Valdano o a Menotti, aunque cuando les escucho y comparo su lenguaje con el verbo pelado y macarra de Camacho o de Clemente, los antecesores de Del Bosque en La Roja, me pregunto si pertenecen al mismo escalón evolutivo o si nuestros bravos seleccionadores se quedaron en el rellano del primer piso.

Los jugadores argentinos nos parecen marrulleros, violentos, al servicio del antifútbol. Olvidamos que un tal Andoni Goikoetxea, que fuera seleccionador de nuestras jóvenes promesas, aún exhibe como un trofeo las botas con las que le quebró el peroné a Maradona, el extraterrestre argentino que mejor ha tocado una pelota sobre la faz de la Tierra. Goiko tiene otro trofeo, el que le otorgó The Times como jugador más violento de la historia.

Animamos a la selección alemana porque su juego dinámico y bonito era, en realidad, una prolongación del nuestro, su tiki taken era nuestro tiki taka con 10 centímetros más. Pero en Sudáfrica, España fue la campeona más rácana de la historia: ocho goles. Los alemanes casi metieron los mismos en su paliza a Brasil en un solo partido.

Y si los argentinos no son tan ególatras, si su fútbol no es tan mezquino y hasta hablan bien… ¿Por qué cuando marcó Götze yo también grité enfebrecido: “Goooool”?