
El relato oficial del Gobierno Nacional ha encontrado en la austeridad una suerte de dogma religioso.
De forma permanente, el presidente Javier Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, repiten una advertencia que suena más a amenaza que a diagnóstico: si no se derogan las leyes de financiamiento universitario y se recortan los fondos destinados a las personas con discapacidad, el «déficit cero» es inalcanzable.
Sin embargo, esta premisa no hace más que desnudar la profunda inoperancia de quienes hoy conducen los destinos del país.
El mito de la «verdad absoluta»
En primer lugar, es necesario desmitificar que el déficit cero sea una condición sine qua non para el éxito económico. No es una verdad absoluta. Si observamos las economías más avanzadas del planeta, la mayoría convive con déficit fiscales que, lejos de ser un lastre, se transforman en déficit positivos.
Esto sucede porque comprenden una distinción fundamental que Milei y Caputo ignoran: la diferencia entre el despilfarro y la inversión estratégica.
Cuando un Estado se endeuda o gasta para construir infraestructura, mantener rutas o modernizar su red energética, está generando las bases para el crecimiento futuro.
En el mundo desarrollado, la ciencia, la tecnología, la educación y la salud no se anotan en la columna de «pérdidas», sino en la de activos sociales y económicos.
Inoperancia disfrazada de ajuste
Afirmar que partidas tan ínfimas dentro del presupuesto nacional —como lo son el presupuesto universitario o las pensiones por discapacidad— ponen en riesgo la estabilidad macroeconómica, es una confesión de incapacidad administrativa.
- Si la gestión de una nación depende de asfixiar a sus científicos y abandonar a sus ciudadanos más vulnerables, estamos ante funcionarios que no saben gestionar la complejidad.
- Para un estadista, estos sectores son el motor del desarrollo; para un inoperante, son simplemente «gasto público» que debe ser podado.
Un camino hacia la destrucción
La obsesión ciega por los números fríos, sin un plan de producción ni de contención social, no conduce al orden, sino a la parálisis. La inoperancia de este equipo económico no está logrando sanear la economía; solo está logrando la destrucción sistemática de las instituciones que hacen a una nación soberana.
El déficit cero, bajo esta mirada sesgada, no es un logro económico, sino el certificado de defunción de la inversión pública.
Un país que no educa a sus jóvenes, que no investiga y que desampara a sus discapacitados, es un país que no tiene futuro, por más que las planillas de Excel del ministro Caputo hoy muestren un saldo equilibrado.
