
¿Cómo estás?
Yo, muy bien, tratando de soplar tanta hojarasca y ver dónde estamos parados. Con frecuencia lo esencial es invisible a los ojos. Y la presión del día a día nos lleva a perder un poco el hilo. Vaca viva, voy a evocarte.
Hace treinta años, cuando despuntaba la Segunda Revolución de las Pampas, consecuencia de un fenomenal despliegue de tecnología y una nueva organización de la producción agroindustrial, la pregunta es si iba a haber suficiente demanda para lo que se venía. “Producir más, ¿para qué?”, fue el título de un recordado congreso CREA. El mundo parecía atravesado por el paradigma de los excedentes, fruto de los enormes subsidios a la agricultura de los países desarrollados.
Los altos stocks habían desatado una pavorosa guerra comercial, deprimiendo los precios internacionales y complicando a los países que, como la Argentina, producían sin subsidios y necesitaban sostener sus economías con las exportaciones agrícolas. Así y todo, el sector se venía abriendo paso y, desde el estancamiento de los 80, con cosechas promedio de 30 millones de toneladas, cantamos las 40 a mediados de los 90. Y con una abanderada: la soja. Había irrumpido en los 70 y de la nada llegamos a 15 millones de toneladas en 1995. Era una gran noticia, porque la soja valía el doble que los cereales.
En 1996 se lanza en los EEUU la soja transgénica, que resistía al herbicida glifosato. Aquí “la vimos”. Desde estas páginas, con recordados y persistentes aportes de Daniel Valerio, se empujó su aprobación en la Argentina. Así que la tuvimos al mismo tiempo que en los EEUU. Enseguida imaginamos el aluvión que vendría, y que arrastraría a los demás granos al facilitar la siembra directa y la liberación de millones de hectáreas para una agricultura más intensiva.
Te la hago corta: en quince años pasamos de 40 a 150 millones de toneladas. Había mercados, pero no fue magia. Además de la nueva tecnología, se instaló la más poderosa industria de crushing (molienda de soja) del mundo. Al amparo de la privatización y desregulación del sistema portuario, más el dragado de la hidrovía del Paraná y la adecuación de los puertos de Necochea y Bahía Blanca.
¿Y la demanda? ¿Y los subsidios? Al despuntar el siglo XXI, el mundo había cambiado. El hecho mandante fue la irrupción de la República Popular China. Siempre recuerdo el viaje a China en 1998, cuando me invitó Jorge Castro, por entonces Secretario de Estrategia del gobierno de Carlos Menem. La intención de Castro era conversar con las autoridades chinas sobre las posibilidades de intercambio con la Argentina. Por entonces, China no compraba alimentos. Pero muchos ya pensaban que, en la medida en que sostuvieran su crecimiento económico, no podrían autoabastecerse. Es lo que decían expertos como Lester Brown, que vaticinaba una expansión de la demanda de proteínas animales, la “transición dietética” que en general acompañaba la mejora del PBI per capita en todas las civilizaciones. Las proteínas animales se producen con harinas vegetales. La soja…
“Olvídense”, nos respondieron los funcionarios chinos cuando les preguntamos sobre su necesidad de alimentos. “Nos vamos a autoabastecer”. Volvimos preocupados: acá se venía un aluvión de soja. ¿Y ahora?
Por suerte, la pifiaron. Comenzaron con tibias importaciones ese mismo año. En el 2000 sorprendían con 10 millones de toneladas. En 2010 ya compraban 50, equivalente a toda la cosecha argentina. Y este año llegarán a 105 millones de toneladas, récord histórico.
Nosotros les vendemos poco ya que premiaban la importación de poroto para procesar. “Home working”, se llevaban el trabajo a casa. Acá estamos preparados para vender soja industrializada. Pero igual servía y sirve como aspiradora de poroto. El resto del mundo, en particular otros países asiáticos, acompañan con el mismo ritmo.
La cuestión es que aquellos tiempos de excedentes y guerra comercial fueron quedando atrás. Hay rémoras, y nuevas formas de proteccionismo. Pero vivimos en un mundo nuevo, donde la demanda… manda.
Un par de datos de interés. La producción mundial de soja pasó de 100 a 300 millones de toneladas en estos 25 años. Se triplicó y no hay excedentes, es decir, acompañó el crecimiento de la demanda. Lo mismo pasó con el maíz, que pasó de 400 a casi 1200 millones de toneladas. Soja y maíz atienden dos vertientes: demanda de proteínas animales, y fuente de energía renovable (biodiesel y etanol). Vaca Muerta es imprescindible, pero la demanda de petróleo y gas crece a la mitad de tasa que la Vaca Viva. Necesitamos las dos.
Fuimos parte de ese proceso. Que sigue. El ingreso de divisas sigue dependiendo de la agroindustria. Una buena apuesta. Menos mal, porque de otra forma la Argentina hubiera saltado en mil pedazos.
