Editorial de El País
Las diferencias políticas del presidente argentino con el Gobierno no justifican que abra una grave crisis diplomática.
El mitin internacional celebrado este domingo en Madrid por la ultraderecha culminó con una crisis diplomática entre España y Argentina.
El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha llamado a consultas a la embajadora en Buenos Aires, y ha exigido al presidente argentino, Javier Milei, “disculpas públicas”.
En el encuentro organizado por Vox, Milei lanzó un ataque personal contra el presidente español, Pedro Sánchez, y calificó de “corrupta” a su esposa, Begoña Gómez.
Incluso un político provocador como él fue consciente de que insultar a un jefe de Gobierno extranjero en su propia casa sobrepasa todos los límites, por eso dijo que, a quienes le reprochan que hable así, les contesta que dar “la batalla cultural” a la izquierda es “un compromiso ineludible”. Y para el que, por lo visto, vale todo.
Milei llevaba dos días en Madrid en una visita para la que no había pedido verse con Sánchez ni con el Rey, algo insólito tratándose de la primera vez que pisaba España desde que se instaló en la Casa Rosada.
Aun así, como recordó Albares, España puso a su disposición las facilidades de seguridad y uso de infraestructuras —como aterrizar en la base de Torrejón— habituales para atender a un mandatario extranjero. La sorpresa por el ataque directo al presidente del Gobierno español y a su familia era total.
La gravedad de esta actuación del mandatario argentino no tiene comparación posible —por los protagonistas y por el escenario— con el encontronazo anterior entre los dos gobiernos, cuando el ministro de Transportes español, Óscar Puente, en una intervención muy desafortunada, insinuó que Milei consume estupefacientes: Puente se declaró arrepentido, aunque fuera con tibieza, y ambas partes dieron por zanjado el incidente.
Este no es el primer choque diplomático que provoca Milei en sus cinco meses de mandato. Su locuacidad ha generado roces con varios países latinoamericanos, el más grave con Colombia, a cuyo presidente, Gustavo Petro, llamó “asesino terrorista”.
El síntoma más preocupante es que los insultos al presidente del país anfitrión no provocaron rechazo en el cónclave de las ultraderechas, donde se encontraban, entre otros, la francesa Marine Le Pen, el portugués André Ventura o el chileno José Antonio Kast. Al contrario, los asistentes, encabezados por el líder de Vox, Santiago Abascal, se pusieron en pie para aplaudir.
Esa es, precisamente, una de las peores aportaciones de la extrema derecha a la vida pública: la normalización del insulto y la demonización del adversario político, como se vio este domingo en el mitin de Vistalegre, convertido en un acto de adhesión a la política de Netanyahu en Gaza y en el que solo el representante polaco defendió a Ucrania frente a la agresión rusa.
La criminalización se extendió a los inmigrantes en situación irregular y a colectivos como el feminista o las personas LGTBI+.
Por eso, el PP hace mal en mirar hacia otro lado con respecto al agravio institucional a España en la persona del presidente del Gobierno.
Cuando un jefe de Estado insulta a mandatarios de otros países, las relaciones internacionales se deslizan por una pendiente que acaba arrastrando a todos.
Ni las diferencias políticas ni el contexto en el que Milei pronunció sus palabras justifican unos exabruptos que tensan irresponsablemente las relaciones entre dos Estados unidos por vínculos históricos y familiares.
El comportamiento de su presidente no representa a los argentinos, pero él debe ser consciente del puesto que ocupa, no enturbiar la dignidad del cargo por un interés partidista —ni suyo ni de Vox— y pedir disculpas.