Por Héctor Huergo
Hola , ¿cómo estás? ¿Sorprendido? Yo también. ¡Qué vértigo! Vienen un par de meses cruciales, para el agro y la sociedad. Que tienen los destinos atados con tiento curtido en salmuera. Artesanal, pero eterno.
Sin embargo, esta unión no entra en el juego de la alta política. En las últimas semanas, el campo y la agroindustria exhibieron su esencia y su potencia. En la Rural de Palermo, donde todos quieren ir. Y la semana pasada en Rosario, con la jornada agroindustrial de IDEA y enseguida con el imponente congreso de AAPRESID. Todos saben, o al menos sienten, que la salida no es Ezeiza sino el agro, en sentido amplio.
Pero a pesar de esto, la agenda política no recoge el barrilete. Es cierto que los partidos de la oposición reconocieron que esta política de exacción no puede seguir. Derechos de exportación y desdoblamiento cambiario fueron los instrumentos para una extraordinaria captura de ingresos del interior para sostener una agenda “social” cuyo fracaso está subrayado por gruesos trazos de evidencias.
Sin embargo, la respuesta es tibia. Por miedo a la pérdida de votos, quizá. “Si digo lo que voy a hacer, pierdo”. Pero hay un dato: la brecha del 100% entre el dólar verdadero y el oficial se está llevando la mitad de una magra cosecha y de toda la canasta exportadora, salvo algunos rubros privilegiados por aquello de las “políticas activas”. Ni hablar de los dólares que algunos consiguen –se dice que en muchos casos con malas artes—para sus importaciones. Hay una clarísima y obscena discriminación contra los que exportan, y esto impacta principalmente en el sector agroindustrial.
El Consejo Agroindustrial Argentino ha presentado su plan. Espera desde hace tiempo que se convierta en ley. Fue un hecho auspicioso que al menos se haya interesado una de las fuerzas contendientes: la del hoy gobernador de Córdoba y candidato a presidente Juan Schiaretti. Peronista. Pero con un discurso claramente pro agro.
Hace tiempo que Schiaretti y su equipo vienen reclamando por la eliminación de las retenciones, que se llevan uno de cada tres camiones de la soja y más de uno de cada diez del maíz producidos por los chacareros de vanguardia cordobeses. Con los implementos creados y fabricados por sus industriales. Otros complejos agroindustriales de tremenda potencia, como el cluster del maní, que exporta el 95% de lo que produce, está sufriendo el desdoblamiento cambiario. Igual que su complejo tambero/quesero, en plena modernización, remando en dulce de leche.
Fábricas de tractores, cosechadoras, pulverizadoras, sembradoras. Carros mezcladores de raciones. Todas las empresas agroindustriales sufriendo porque los clientes perdieron la mitad de la cosecha y tienen que entregar la otra mitad percibiendo un dólar trucho.
Las propuestas políticas no son muy aleccionadoras. Se ha instalado un consenso acerca de que las retenciones “no se pueden sacar de golpe, porque se desfinanciaría al Estado”. Otros agregan que “hay que esperar al litio”, con lo que si yo fuera inversor, iría a buscarlo a otro lado. Para muestra, basta un botón: si la política sólo espera un sustituto para seguir en la misma, es una pésima señal. Lo mismo sucede con el gas de Vaca Muerta. Parece que estamos esperando que fluya para desviar algún caño.
¿Es posible un cambio sin desfinanciar al Estado?
Sí, es posible. Lo primero es acomodar las grandes cuentas, cerrando las canillas en las que abrevan un par de bribones. Segundo, convertir la exacción actual en un mecanismo más civilizado. En mi barrio, si te quedas sin aceite, le pedís prestado al vecino y después se lo devolvés.
Ya hablamos de esto: convertir a las retenciones en un pago a cuenta de Ganancias, para destruir el argumento de que el agro tiende a no pagar Ganancias. Los derechos de exportación son fáciles de recaudar. Una retención sobre Ganancias es al menos eso: una captura socialmente aceptable porque opera sobre la renta, no sobre el producto. Pero tendrá que ser ecualizado con lo que paga cualquier otro actor económico. Hoy, la alícuota es del 35%, mientras el agro entrega el 80% cuando le va bien, y se desangra cuando tuvo una mala cosecha. Entrega capital. No solo es anti constitucional sino que es torpemente anti económico.
El mecanismo propuesto en estas columnas desde hace tiempo es volver al “precio lleno”. El productor cobra el 100% del valor de su producto. Pero acepta que una parte (razonablemente, el 20%) sea abonada con un bono, alguno de los que ya abundan en plaza o uno específico. Sería convertir la exacción en una especie de “ahorro forzoso”. Ese bono podrá destinarse al pago de impuestos o (total o parcialmente) a inversiones en bienes de capital, insumos, o ponerlo en la alcancía.
Si algo así no se pone en agenda, seguiremos con el facilismo que prima en la actualidad. Los economistas están cómodos, sentados en el “no se puede”. Aquí les recordamos: “sí, se puede”. Y sugerimos algún mecanismo. Pior es nada.