El Barcelona no jugará la final de la Champions, a la que regresará el Liverpool después de remontarle el 3-0 de la ida en una noche de pesadilla que difícilmente olvidará.
Messi quería «esa copa tan linda» y deberá esperar, al menos, una temporada más después de ser absolutamente barrido en Anfield, goleado por 4-0 en una remontada que no se olvidará.
Nunca en la historia de la Champions un equipo había perdido una renta de tal calibre en semifinales. En 1986 el Barça igualó ese 3-0 ante el Göteborg, pasando a la final por penalties… Y desde entonces nunca más. Nunca jamás… Hasta esta noche fatídica de Liverpool.
El Barça perdió por tierra, mar y aire. Fue eliminado porque no supo imponerse en un partido que tuvo muy de cara, en el que perdonó ocasiones imposibles de perdonar y en el que se abocó a un milagro final tan esquivo como inmerecido.
Se acabó, sin más, su figura intocable, su majestuosidad, su intocable figura. Todo… De un principio horroroso a un final de pesadilla. Adiós.
El equipo de Valverde sufrió de entrada, con el gol de Origi, y conoció de primera mano la leyenda de Anfield, ese campo que parece tener vida propia, con una afición que empuja a los suyos como si les fuera la vida y que convierte el cansancio en vitaminas para conducir lo que pudiera parecer un partido de trámite en una oda al fútbol. En mayúsculas.
Apareció, como se suponía, convertido en una exhalación el Liverpool en el partido y metió atrás a un Barça extrañamente sumiso a la apuesta local, apenas incapaz de superar el centro del campo con solvencia y entregado a su pesar a una intensidad atmosférica que pocas veces debió sufrir. Y que le arrodilló de improviso.
Se cumplían siete minutos de asedio cuando un remate durísimo de Henderson lo sacó a duras penas Ter Stegen para que Origi rematase a placer, lograse el 1-0 y conviertiera Anfield en una auténtica caldera a punto de explotar, multiplicando la fe del Liverpool y, por fin, despertando a un Barça necesitado de encontrarse a si mismo.
Así ocurrió que sin gobernar el juego como debiera, con Arturo Vidal convertido en el auténtico jefe de un equipo que echó en falta tanto la personalidad de Coutinho como el desempeño de Rakitic o la solvencia de Sergi Roberto, al Barça le sobró para meterse en el partido… Y desaprovechar no pocas oportunidades de sentenciar la eliminatoria por la via rápida.
Alisson le respondió a Messi, Alba no se atrevió a disparar con todo a favor, Alisson rechazó a Coutinho y Messi disparó ajustado. Hasta cuatro en cuatro minutos tuvo el Barcelona para rebajar la euforia desmedida de un Liverpool que ya entendía entonces que buscando el milagro de la remontada podía encontrar en cualquier momento el golpe definitivo.
Pero al equipo español, dominando a su manera el juego y sabiendo sufrir, no le daba para ese gol que sentenciara y de esta manera aplaudió el paradón de Ter Stegen a Robertson que volvió a dar alas a un Liverpool dispuesto a morir con la grandeza que se le supone siempre a un semifinalista de Champions.
Y que respiró en el tiempo añadido de la primera mitad, cuando un disparo de Messi volvió a salir muy ajustado antes de que Alisson evitase el empate de Jordi Alba.
LA LOCURA
Descontentos unos por irse con solo un gol a favor al descanso e infelices los otros por no haber aprovechado todas las ocasiones que tuvieron para sentenciar definitivamente la eliminatoria, la segunda mitad ya se esperaba el capítulo definitivo de un duelo sobresaliente.
Regresó revolucionado del vestuario el equipo de Klopp y lo hizo más asentado el de Valverde. Paciente y calmado, respondió a la guerra planeada por el Liverpool con más solvencia que en el primer acto… Y volvió a rozar ese empate por medio de Suárez, que chocó con el muro de Alisson antes de que todo enloqueciera.
En un abrir y cerrar de ojos Wijnaldum metió dos goles sin que se pudiera adivinar la razón de tal derrumbe de un Barça al que ya no alcanzaba con Arturo Vidal y que se vio sobrepasado por todos lados, con Jordi Alba superado por la ineficacia de las ayudas de un Coutinho invisible, Busquets acotado y Messi, siempre Messi, mostrando una imagen de impotencia que rozaba la incredulidad.
De pronto, antes de llegarse a la hora de partido, el Liverpool de Klopp le había empatado la eliminatoria a un Barcelona que mutó de intocable a impotente. No supo sentenciar en la primera parte, mostrando músculo sin necesidad de brillar… Y lo pagó en una segunda mitad que se convirtió en una pesadilla.
Viéndose al borde del abismo, destrozado y roto, Valverde solventó sacar del escenario a Coutinho, meter a Semedo y recomponer, intentarlo al menos, a un equipo que debía saber que le bastaba un gol para apagar el incendio.
Pero, sin resucitar, acabó entregado a la fatalidad, con el 4-0 de Origi que señaló sin disimulo otra noche para el horror.