La primera imagen fue la del resplandor siniestro de un «infierno en la torre» en plena noche; las primeras voces, los gritos de quienes habían quedado atrapados en su interior, aunque había poco de cristal en la Torre de Cristal de Londres, el rascacielos proletario de 24 pisos que fue devorado por las llamas.
El balance actualizado habla de al menos 12 muertos -cifra que, según la policía, podría aumentar- y 34 heridos, 18 de los cuales en gravísimo estado.
Pero son «muchos», según las palabras del alcalde de Londres, Sadig Khan, los desaparecidos, incluidos, dos italianos.
El edificio -la Grenfell Tower-, habitado por cientos de familias de clase trabajadora, especialmente de inmigrantes, se quemó en pocas horas presa de un incendio devastador que se llevó las vidas de decenas de personas y sus humildes pertenencias. La mayoría de las familias que vivían allí tenían niños, muchos de los cuales -refirieron testigos- fueron lanzados desde las ventanas por sus padres, en un intento desesperado de alejarlos de las llamas.
Lo mismo hicieron, al parecer, muchos adultos, habitantes de una «colmena» en la que no faltaban «ancianos e inválidos», como describió Samia Badani, una inquilina del edificio que sobrevivió al incendio.
Para muchos fue una trampa mortal. Para la gente del barrio -una comunidad multiétnica y multirreligiosa, con muchos musulmanes que, afortunadamente se habían quedado despiertos hasta tarde la noche anterior por la cena del Ramadán- también una tragedia anunciada entre las casas de North Kensington: en los márgenes, realmente en los márgenes, de la municipalidad de Kensington y Chelsea y del pueblo de Notting Hill. Todo comenzó alrededor de la 1 de la madrugada del martes (hora local), cuando se desencadenó la primera alarma de fuego.
Los bomberos llegaron en solo seis minutos: al final, sumaron más de 200, que emplearon cuarenta camiones hidrantes y escaleras. El fuego fue muy veloz y se propagó como si el edificio fuese de cartón. En un lapso de 20 minutos lo había envuelto por completo, hasta la cima.
Era como una antorcha infernal encendida en la oscuridad. Son escalofriantes los testimonios de quienes vieron con sus propios ojos una escena que volvió a traer miedo a la capital británica, si bien esta vez el terrorismo no tuvo nada que ver, según parece.
Los gritos de pánico, los pedidos de ayuda, las personas asomadas a las ventanas o las que colgaban de sábanas entrelazadas para escapar del fuego fueron vistas y escuchadas por muchos.
La imagen de los escombros que caían y de las personas desesperadas que se precipitaban desde lo alto, ante el temor de un colapso total del edificio reducido a un esqueleto, trajeron a la memoria las terribles escenas de la tragedia de las Torres Gemelas de Nueva York, que en aquel caso sí fue obra del terrorismo.
Las últimas llamas continuaron ardiendo durante todo el día, a pesar del continuo trabajo de los bomberos. En tanto, el balance del horror todavía es provisorio.
Scotland Yard informó que cantidad de muertes puede elevarse, ya que de los 34 heridos que fueron hospitalizados, 18 están muy graves.
Lo que también pesa es la cantidad de desaparecidos, debido a que los bomberos no podían abrirse camino en alrededor de 120 departamentos en la torre.
Tampoco se sabe con exactitud cuántos de los residentes encuestados, entre 400 y 600, estaban en su casa la noche del martes.
A estas alturas, los incendios más duraderos parecen ser los de las polémicas y los interrogantes acerca de la seguridad.
La Grenfell Tower, inaugurada en 1974, había sido sometida el año pasado a una obra de remodelación de casi 10 millones de libras esterlinas (más de 12 millones de dólares) por la compañía privada que lo administra, la Kensington and Chelsea Tenant Management Organisation.
Pero, más temprano que tarde habían llovido las acusaciones contra la empresa. Un combativo grupo de ciudadanos, bautizados como el Grenfell Action Group, había denunciado la falta de sistemas anti incendios eficaces, tras un incidente análogo en el sur de Londres en 2009 y otro que tuvo lugar en el edificio Grenfell en 2013.
Además, habían señalado que los materiales originales de la construcción eran decadentes y que el revestimiento aislante de plástico colocado en las fachadas era inflamable y por lo tanto peligroso.
Pero las inspecciones habían culminado con total tranquilidad y con la indicación a los vecinos de quedarse atrincherados en los departamentos en caso de focos de incendios. «Es un insulto mortal», sostuvo el comité vecinal, que habló de «oídos sordos» por parte de las autoridades y se sospecha que existen intereses turbios debido al valor lucrativo de la propiedad.
El gobierno de Theresa May promete ahora realizar controles en los rascacielos. Por su parte, el líder laborista Jeremy Corbyn pidió rendir cuentas ya el miércoles en el Parlamento sobre «una política de recortes» e incentivo de la especulación inmobiliaria que corre el riesgo de pagar un precio muy caro en materia de seguridad.
El planteo podría no ser tan extraño frente a una catástrofe cuyas causas todavía no está claras. Pero ciertamente, el incendio no se produjo por un rayo caído del cielo.