Por Forja
Luego de esperar un tiempo prudencial consideramos necesario aclarar nuestra posición respecto a los legisladores que, en ejercicio de su mandato, deciden cambiar de espacio político.
Este tipo de maniobras, tan arbitrarias como reprochables, reduce en términos numéricos al sector para el que fuera elegido, afectándolo en sus funciones.
La solidaridad como valor social y la ética como principio rector de las acciones que llevan a los hombres a destacarse entre sus pares, son cualidades fundamentales para desarrollarnos, de manera íntegra, en todas las actividades de la vida.
Ser electo para ejercer un cargo público, establece un acuerdo que no debería ser alterado. Esa representatividad siempre exige la defensa de una causa, el compromiso en común y necesariamente las buenas prácticas políticas.
Cuando la estructura partidaria se utiliza como medio para alcanzar intereses personales, evidencia la falta de honestidad ideológica del individuo que lleva a cabo la acción y revela su desprecio por el mandato popular.
Traicionar el pacto con quienes lo votaron pone en riesgo el sistema de valores, principios e ideas que debemos cuidar y sostener, fundamentales para el desarrollo de una sociedad representada de forma plena.
Hipólito Yrigoyen afirmaba “Si aquellos mismos que siempre han llevado la bolsa de buen grano de las mieses futuras, vacilan hoy: ¿quién sembrará mañana el campo de las multitudes?” Entonces habremos de reflexionar y considerar respecto a quien es quien en este presente y con quienes seremos capaces, como militantes del campo nacional y popular, de sembrar este suelo sin vacilaciones.
Viene a la memoria, cuando a nivel local, en 1983, dos concejales que encabezaban la lista de la perdidosa Unión Cívica Radical, una vez electos, presentaron sus renuncias al cargo para irse a puestos que les ofrecieran fuera de la ciudad. Eran los electos concejales Horacio Di Nápoli y Pedro José Azcoiti, que muy poco les importó el voto popular