Tras su traumática salida de Del Plata, el conductor se prepara para el debut de La venganza será terrible en AM 750, el próximo viernes. En esta jugosa entrevista, Dolina hace un profundo análisis del medio y la actualidad sociopolítica.
Por Emanuel Respighi
Alejandro Dolina seguirá vengándose de la opresiva realidad material, cada medianoche, como lo hace desde hace 30 años. La venganza será terrible, el clásico ciclo radiofónico que acompaña el insomnio de muchos, quitándole horas de sueño a tantos otros que lo escuchan a diario pese a la fuerza siempre victoriosa del cansancio, aterrizará en la AM 750. Desde el viernes 16, el programa más escuchado de la medianoche cambiará de dial pero no resignará ni un ápice de ese espíritu que alimentó la imaginación de oyentes de todas las edades y de los más variados pensamientos, durante las últimas tres décadas. Junto a Patricio Barton y equipo, Dolina seguirá estimulando la imaginación y el pensamiento de quienes lo sintonicen en la 750 de lunes a viernes.
No está contento, ni emana el entusiasmo que suele atrapar a quien comienza una nueva etapa. Es que las circunstancias de este inesperado pase radial, a mitad de año, no permiten mayores celebraciones. Al fin y al cabo, el arribo a la 750 es consecuencia de la deuda económica que Del Plata –la emisora que lo contuvo hasta el miércoles a la medianoche, cuando anunció al aire su despedida– había contraído con el equipo de La venganza… Entre la abrupta salida de Del Plata y la vertiginosa llegada a la 750, Dolina charla con Página/12 sobre la radio, su economía y sus desafíos, sin dejar de dar su parecer sobre la política argentina.
“Cambiar de radio por problemas económicos no es nunca una buena noticia”, remarca Dolina, aún atascado entre las dos emisoras. “Hemos tenido que abandonar una emisora que era interesante desde el punto de vista de su programación y su diseño, aunque no en sus condiciones de trabajo”, detalla. “Se hizo tan intolerable que no fue posible continuar. Ahora vamos a ver de qué manera cobrar todo lo que nos deben. No podíamos continuar porque el equipo no tenía como solventar su día a día, ya que no le pagaban el sueldo. Así de sencilla y dramática era la situación. Un cambio obligado produce negociaciones de apuro y desventajosas, con situaciones no muy convenientes para nosotros”.
–¿La llegada a la 750 es mucho más, entonces, que un cambio de dial?
–Es un cambio en muchos sentidos. Por primera vez, el programa no tendrá público en vivo. Haremos La venganza será terrible desde el estudio de la emisora.
–¿Esa “novedad” predispone a pensar al ciclo de otra manera?
–No. En lo que refiere a nuestras presentaciones en otras ciudades, ya que tenemos diseñados encuentros negociados por nosotros con municipios y clubes, en esas ocasiones se va a mantener el viejo formato, con público presente. Incluso en teatros grandes. Venimos haciendo presentaciones desde hace años, en Salta, Tucumán, Córdoba, Rosario, Montevideo y ciudades pequeñas. Allí se va a mantener la escénica del público, pero en el día a día en la ciudad de Buenos Aires, ya no. No vamos a tener esa posibilidad porque la radio no ha dispuesto los recursos necesarios. Estamos muy agradecidos a la 750 porque nos ha permitido conservar el trabajo y mantener el programa al aire en tiempos complicados, en una continuidad de comunicación con el oyente que siempre nos produce un enorme placer.
–Desde una mirada optimista se suele decir que toda crisis es una oportunidad. ¿Usted percibe a esta nueva etapa sin público como un desafío artístico para el programa?
–No creo que haya necesidad de repensar nada. No creo que los formatos sean más importantes que los contenidos. El contenido, el pensamiento y el recurso artístico para mantener vivo un programa deben pensarse todos los días. Lo deseable es tener a disposición del programa los recursos técnicos y económicos más positivos para desarrollarlos. No creo que haya que buscar dificultades operativas para ver si a uno se le ocurre algo. Hay que aspirar a tener a disposición los mayores recursos técnicos. De cualquier manera, estamos contentos porque hemos podido preservar el programa al aire, con todo lo que esto implica.
Todo cambia, todo se transforma
–Parece claro que la manera en que se dio su salida de Del Plata es sintomática de la situación económica y artística que vive la radio argentina.
–Sin dudas. Debe considerarse que el negocio radial es casi inviable. Únicamente puede sostenerse merced a sacrificios, recortes y medidas ingeniosas, como ocurre en este caso. Hay un gran esfuerzo de ambas partes para que el programa pueda mantenerse. Estoy agradecido por el esfuerzo que ha hecho la 750. Pero la situación general de la radiofonía argentina es cada vez más difícil.
–¿Se ha puesto a pensar por qué se llegó a esta situación?
–No lo sé. Tengo la sensación de que, desde hace mucho, la radio es un negocio bastante poco explicable. Si tuviera algún dinero y quisiera ganar más, no pondría una radio. Si tuviera ganas de prosperar económicamente, no me compraría una radio con el afán de hacerme rico, porque me parece que eso no sucede. Hay otras maneras menos éticas pero más eficaces para hacerse rico. Hoy en día, tener una radio es casi un afán benéfico para que personas como yo puedan tener trabajo.
–¿Y cómo cree que afecta lo económico a lo artístico?
–Noto a los contenidos radiales más vivos que nunca. La radio que acabamos de abandonar y a la que hemos llegado, por ejemplo, tienen una actividad de contenidos en cada programa muy interesantes. Son programaciones muy buenas, con buenos conductores, buenos periodistas y artistas. Todos ellos viven momentos difíciles. No están prosperando económicamente. Están sosteniéndose con enorme dificultad. En Del Plata, casi todos los conductores están en situaciones parecidas a la mía. Llego a una emisora en crecimiento, si se quiere más austera. No es una emisora que quiera establecer un star system, sino más bien está tratando de conformar una programación con la mejor calidad posible, con recursos que no son ilimitados. Ahora, en el orden de los contenidos, la radio posiblemente está mejor que otros medios. Es el refugio de la palabra, y la palabra es el instrumento de la inteligencia. En más radios que canales de TV hay mensajes y pensamientos interesantes circulando.
–¿No comparte la idea de que las limitaciones económicas puedan atentar contra la creatividad radiofónica?
–No, porque la radio es más barata. Con muy poco uno está en el aire. En radio uno no tiene derecho a decir que el mensaje es flojo porque no tiene escenografía. No hace falta la escenografía sino la inteligencia y la creatividad. Uno con un micrófono puede hacer cosas maravillosas. El asunto es que uno esté preparado. En nuestro caso, podría decir que es un ciclo que tiene un contenido más bien teatral, ya que necesita del público, y el público necesita un espacio para ser recibido, quien lo acomode, y eso es un gasto. Pero en general la radio es un medio barato: nos sentamos frente al micrófono y pensamos y decimos cosas con recursos relativamente poco onerosos. En la TV se necesita de más dinero, y eso entraña una trampa. Suelo razonar lo siguiente: si la TV es costosa no podemos darnos el lujo de no hacer éxitos, tenemos que ser muy seguros en todo lo que hagamos, para ser redituables y recuperar la fuerte inversión. Entonces, en ese sistema no podemos ser experimentales ni demasiados complejos, para no ahuyentar a la mayoría de la audiencia. Si la competencia necesaria para ver un programa es haber leído la mitad de las obras de Nietszche, bueno, entonces estamos en un problema, porque el público potencial se reduce notablemente. Por eso en la TV prevalece lo que es sencillo, lo que es tradicional y lo que es previsible.
–¿Y usted cree que merced a sus condiciones más económicas la radio no se enfrenta a ese problema?
–En la radio no es así. Hay mucha complejidad y experimentación. A veces no, desde luego. Pero hay un número suficiente de veces en los que uno escucha búsquedas artísticas e intelectuales interesantes en el dial como para registrarlo. No hay tantos costos que recuperar. Aun siendo barata, el país está en dificultades y la radio está en una transición tecnológica que no se sabe muy bien cómo se solventará. Están en ciernes aplicaciones tecnológicas cuya rentabilidad todavía no ha podido descularse. Y la manera tradicional de escuchar la radio ha dejado de ser tan rentable.
–¿Pero cree que esa transición digital y económica puede provocarle a la AM, por ejemplo, una herida de muerte?
–No creo. Por el contrario, creo que la radio está renaciendo de otras maneras. La radio online es una realidad, pero todavía no es una realidad comercial. El viejo modelo de vender avisos todavía no se superó. Sin embargo, no existe en el empresariado argentino la costumbre que tenían hace 30, 40 años de publicitar en radio. Y tampoco en TV. La comunicación, en el sentido comercial, ha sufrido muchos cambios. Cuesta imaginar que grandes empresas solventen grandes emprendimientos artísticos. “Yo soy un artista General Electric”, decía uno en la década del ‘50, en un show con orquestas y cantantes auspiciado por la marca. El arte popular contaba con empresas que solventaban todo eso. En este momento esa ecuación no funciona.
–¿Porque no interesa más la cultura o porque solo se busca la eficacia?
–El efecto de la publicidad ha cambiado y está en tela de juicio, al igual que la metodología de hacer un programa en el que los cantantes nombraran a la General Electric para mejorar la venta de heladeras. Ya nadie está tan seguro de que si un artista dice que tal producto es bueno así será. Ahora hay otras maneras más económicas y segmentadas, como las redes sociales y las aplicaciones en Internet. Algunas de las cuales han convertido en cenizas grandes negocios. Vender discos, por ejemplo. ¿Para qué comprar un disco si uno puede obtener la misma canción apretando un botón de su computadora? La salida de un disco ya no funciona como antes, cuando ni bien nos enterábamos que salía uno que nos gustaba íbamos a la disquería, lo comprábamos, lo poníamos en casa y lo leíamos y mirábamos durante varias horas, como quien estrena algo.
–Pero la experiencia de tener el disco en la mano, de escuchar radio a través del aparato radiofónico que se tiene en el living, ¿no es un atributo irremplazable?
–La experiencia es fuerte, pero en el caso del disco la gratuidad es tentadora. Y en el caso de la radio, ahora las posibilidades de escucharla son muchísimas. Lo que no se hace es publicitar en radio; la radio se escucha tanto o más que antes. Se la escucha de otra manera. Posiblemente haya hoy tantos o más radioescuchas que antes. Lo que no hay son grandes empresas que hagan inversiones y ayuden a la industria artística.
Oyentes y/o compañeros
–¿Ha cambiado el oyente en sus 30 años de La venganza…? A veces da la sensación de que los oyentes ya no buscan programas artística y sonoramente armoniosos, sino espacios en los que quienes los encabecen le reafirmen sus ideas sobre el mundo.
–No en mi programa. Evidentemente, hay un parecido entre el consumidor y el artista. Es muy probable que la mayoría de las personas que escuchan La venganza… se acuesten del mismo lado que yo. Pero no hay una elección automática del tipo que el oyente dice lo que yo quiero decir, por ser el humor y el pensamiento artístico un poquito lejano y lunar. Las cosas que circulan por La venganza… no tienen un color inmediatamente perceptible. Distinto es cuando se trata de programas periodísticos. Una persona de izquierda no va a ver el programa de Lanata y un partidario del gobierno no va a ver el ciclo de Navarro. Ahí sí hay una identificación casi partidaria, como quizás nunca hubo en la historia argentina.
–¿Nunca hubo tanto peso político en las elecciones del público como en la actualidad?
–No. El público y los periodistas son como correligionarios. O compañeros.
–Esa tendencia a no salirse del discurso propio, a la falta de ejercicio del intercambio de opiniones sobre determinados temas, ¿afecta al debate político?
–Creo que sí, lo afecta. Pero como, de todos modos, el debate político no existe en Argentina, no se ve algo que pueda ser destruido. No creo que en el país se discuta de y sobre política. Nuestra guerra entre el mundo neoliberal y el mundo progresista, por describirlo en trazo grueso, es muy violenta y no permite el debate. Solo permite manipulación, difamación y encono, pero de ningún modo un debate. Tampoco sé si sería conducente, porque tal como se da el escenario político en el mundo y en América Latina no es posible debatir. Son bandos que tienen estrategias de manipulación muy fuertes. Tengo la sensación de que ninguno de los bandos necesita el debate. Y algunas personas, progresistas, que con muy buenas intenciones creen que pueden convencer mediante la razón, considero que se equivocan. La realidad política de Argentina, especialmente el contexto discursivo del gobierno o de la conjunción de partidos que están en el poder, no es argumentativo, no es saludable. Es de intimidación, manipulación de fuerza…. No va a ser destruido por un tipo brillante que se ponga enfrente y le demuestre con argumentos que el alcance del Estado debe ser tal o cual.
–¿Esta dinámica habla de un problema democrático?
–Habla de una gran comprensión de lo que es la lucha por el poder y las formas de hacerse con él. A mí me parece que no lo hacen por mediocres sino por astutos. No me parecen que sean tan tontos como algunos creemos. Somos un poco ingenuos cuando creemos que no se dan cuenta de que el obrero, cuando hay menos oferta de trabajo, no sólo pierde su empleo sino también baja su salario. ¡Claro que se dan cuenta! Lo que está planificado es una transferencia de recursos de un sector a otro. Han venido a gobernar para un sector de la población, porque les parece que está bien que ese sector se constituya en clase dominante y se apropie de la mayor parte de los ingresos. Ellos creen, o les gusta creer, que esto es mejor para todos.
–¿No cree que las políticas económicas del gobierno sean un error de novatos?
–No, claro. Tampoco me parece que alguien se pueda sentir traicionado por este gobierno. No creo que haya gente que haya creído que el gobierno iba a gobernar para los pobres o para los desposeídos… Están haciendo el gobierno que prometían hacer y que todos sabíamos que íbamos a tener.
–¿No es optimista, entonces, con el futuro del país?
–No, no soy optimista con el futuro del mundo. Pero tampoco conviene enojarse tanto. Hay que intentar ser un poco más astuto, también, y ver de qué manera uno puede convencer a una sociedad que está perturbada, muy enfervorizada por ciertos odios, por el resultado de cierta acción preexistente de los medios, que te va minando, trabajando con informaciones falsas o verdaderas, difamaciones o lo que sea. Y también perturbado por torpezas de los propios. No solamente por el accionar de los que piensan diferente, sino también por el torpe accionar de los que piensan igual.
–¿Hay responsabilidades políticas compartidas para haber llegado a esta situación social y económica?
–Como siempre. Cuando uno mira el mapa del mundo se da cuenta de que es un momento en el que el modelo a seguir es de gente que no quiere que le metan la mano en el bolsillo, que no está dispuesta a hacer ninguna clase de reparto; gente que tiene un arma en su casa, que no quiere saber nada de inmigrantes, que cree que todo subsidio es una dádiva a personas que se lo gastan en pavadas… Esa es la ideología que predomina en el mundo.