Por Juan Alberto Poteca
Los episodios de intolerancia y violencia que viene sufriendo el fútbol local no sorprenden.
Es más, sorprendería si no sucedieran. No opinaré sobre los acontecimientos recientes, porque no he sido testigo presencial de los mismos, sin embargo uno está en conocimiento de ellos, por la cobertura de los colegas. Respetando esas informaciones, nos damos cuenta que nada ha cambiado de cuando hace un poco más de un año, este cronista iba a las canchas. Impedido de hacerlo por mí problema de salud, paulatinamente en superación, espero volver y quisiera hacerlo con otro presente y me pregunto ¿será posible?
A la luz de los hechos vividos, no queda otra interpretación que entender que las culpas son compartidas, desde el más alto peldaño al último. Nadie escapa a las culpas. Y sino, observemos los comportamientos mostrados por las partes, a saber: dirigentes y delegados convertidos en hinchas al estilo barra brava; entrenadores destemplados, trasladando su iracundia hacia sus dirigidos; los jugadores, siempre propensos a perder los estribos por » las pulsaciones del juego»; el entorno y de manera dramáticamente triste, en el entorno familiar de los pibes, tanto en infantiles como en inferiores.
Cuando íbamos a cubrir nuestras transmisiones radiales, lo hacíamos bien temprano para sextas y reservas. Allí nos encontrábamos con juego brusco y mal intencionado, en una precocidad de mala conducta que nos hemos cansado de comentar y de manifestárselo a los entrenadores, toda vez que los entrevistamos. Ellos puedan dar fe de lo que decimos, porque con la mayoría hablamos sobre esta constante dañina para los propios jugadores. Y que decir de los desaforados padres, cuyo ejemplo no es el mejor, alentando en muchos casos desde la agresión verbal, al hecho consumado de la agresión física. El último suceso en Lobería es un claro ejemplo, pero con antecedentes de una final de cuarta hace dos temporadas atrás y de hechos de la anterior. Ni hablar, de los sucesos alarmantes de violencia de juego entre los mayores.
La situación es compleja y alarmante, porque no se puede ver el futuro en forma positiva. Es más, tiende a agravarse porque la intolerancia está arraigada en la sociedad como si fuera un quiste imposible de extirpar.
Un párrafo aparte para los árbitros. Ellos no están ajenos a este despropósito. Sin justificar para nada las agresiones que han sufrido, muchas veces hemos sido testigos de sus nerviosas reacciones, al sancionar una falta o sacar una tarjeta. Pueden tomar cualquier medida que ampare el reglamento, pero la forma en que lo hagan, deberá estar sujeta a los buenos modales. Y un tema no menor, capacitarse técnicamente y cuidarse físicamente.
De la dirigencia, no toda, la obligación de despojarse del hincha y asumir el rol que los compromete en sus responsabilidades de conductores.
El maestro Ulises Barrera nos decía: » con la palabra se instruye, con el ejemplo se educa». El ejemplo viene de cada hogar, de cada grupo familiar y esa responsabilidad se ve reflejada en la conducta de los chicos. Por ahí tendremos que recomenzar a formar mejores ciudadanos y en consecuencia, mejores deportistas. Todo tendrá que venir de cada casa. Las palabras que utilicemos los periodistas, caerán en saco roto, si ese principio elemental no funciona.