Por Antonio Elio Brailovsky
En el comienzo de la Cumbre del Clima, Argentina acaba de rechazar todas las propuestas de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Lo hizo poniendo en marcha una empresa estatal que se encargará de administrar una mina de carbón con destino a la producción energética.
Lo sugestivo es el enorme apoyo político a la iniciativa. Todos los sectores que confunden crecimiento económico con desarrollo hablaron de la cantidad de dinero invertido, del ahorro de divisas, del camino hacia el autoabastecimiento energético, de la creación de fuentes de trabajo y de las conquistas logradas por los trabajadores.
Argumentos sin duda ciertos, pero que atrasan más de medio siglo. Evaluar los proyectos sólo en términos de dinero, sin contemplar el daño que puedan hacer al ambiente es, por lo menos, una irresponsabilidad.
El principal objetivo de la Cumbre del Clima es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y hay amplio consenso de que las peores de ellas son las emitidas por la quema de carbón.
El ocaso del carbón
El mineral negro impulsó la riqueza de Europa y su unidad política. La amenaza del cambio climático ha propiciado el declive de esta fuente de energía altamente contaminante
El tiempo pasa y el capitalismo 3.0 triunfa con sus ejércitos de frikis de la tecnología. ¿Cómo es posible que los gueules noires[caras negras, mineros], símbolo de un mundo casi desaparecido, sigan vigentes en la memoria de Francia, Reino Unido, Polonia o Alemania? Sin duda porque antaño extraían un recurso prodigioso —el carbón— que hizo posible que el Viejo Continente iniciara su desarrollo, que estructuró su historia social y asentó los cimientos de la construcción europea… antes de convertirse en la bestia negra de los movimientos de defensa del medio ambiente. El mineral negro será el principal objeto de debate en la Conferencia Mundial sobre el Clima que se celebrará entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre en Le Bourget, cerca de París.
El carbón ha conocido días mejores. “¿Qué nación no ha sentido celos de esos inmensos bancos de hulla, de esas Indias negras de Reino Unido, verdadera fuente de su poderío industrial y comercial?”, decía un alto funcionario francés en 1837. Por entonces, ese país era el escenario, desde hacía ya medio siglo, de la primera revolución industrial, marcada por el auge de la siderurgia y el textil, antes de que la electricidad y el petróleo condujeran a Europa a una segunda revolución. Las grandes cuencas industriales se establecieron sobre las minas, o cerca de ellas, como si estuvieran conectadas por un rico y largo filón subterráneo: Escocia, Gales y norte de Inglaterra, Bélgica, norte de Francia, el Ruhr alemán, la Alta Silesia polaca. El carbón favoreció el desarrollo de canales para su transporte, de fábricas que quemaban coque para producir acero, vital para el despliegue de las vías férreas y, más tarde, para el de la electricidad.
La mina dio pie a un imaginario social forjado a base de sufrimiento humano y luchas colectivas. Las imágenes remontan a la superficie desde el pasado: buscadores de cinco años, esclavos blancos empujando por las galerías unas vagonetas cargadas de hulla, mortíferas explosiones de grisú, arengas sindicales ante la bocamina. En Europa (como en EE UU), las huelgas de mineros fueron más frecuentes, más largas y más duras que en otros sectores.
La industria contribuyó a la emergencia de la democracia, según el historiador y politólogo Timothy Mitchell
Lo que impulsó la riqueza económica del Viejo Continente impulsó también su historia política. La industria del carbón contribuyó a la emergencia de la democracia en el siglo XIX, pues los mineros pudieron utilizar el arma de la huelga, e incluso del sabotaje, para defender sus reivindicaciones sociales y políticas (salarios decentes, representación sindical, jubilación, sanidad…), sostiene el historiador y politólogo norteamericano Timothy Mitchell enCarbon Democracy (Verso, Londres-Nueva York, 2011). “El flujo y la concentración de la energía permitieron aunar las demandas de los mineros con las de otros trabajadores y dar a sus argumentos una fuerza técnica que no podía ser ignorada fácilmente”, escribe. En 1890, asustado por sus huelgas en Alemania, el emperador Guillermo II convocó una conferencia internacional para establecer normas sociales en las minas, especialmente la limitación del trabajo de mujeres y niños.
Todavía hoy, el 85% del mineral es consumido en el país de extracción, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). A partir de 1945, el petróleo hizo retroceder la dinámica social impuesta por el carbón, señala Mitchell: recurso menos ávido de mano de obra, transportado a través del planeta y alejado de los lugares de consumo, el oro negro es la energía de la globalización, que ha permitido debilitar la capacidad humana para perturbar la actividad económica.
Tras la II Guerra Mundial, la roca negra seguía siendo la primera fuente de energía en Europa, por delante del petróleo. No es casual que fuera la primera herramienta de su unificación. El 9 de mayo de 1950, París propuso una Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) entre Francia, la RFA, Italia y los tres países del Benelux, dotada de una autoridad supranacional para pilotar dos sectores claves. De este modo, Robert Schuman pretendía hacer la guerra “no solo impensable, sino materialmente imposible”. Mediante un apoyo masivo a estas industrias, también quería “permitir que se modernizasen, optimizasen su producción y redujesen sus costes”.
China e India tendrían que dejar de explotar el 70% de su carbón, África el 90%, EE UU el 92% y Europa el 78%
Pero lo que ayudó a Europa a alcanzar tiempos de bonanza económica puede ser ahora su perdición debido a la amenaza del cambio climático. Se empieza a estigmatizar a los grandes países carboníferos (Polonia, Alemania) que continúan explotándolo y quemándolo en sus centrales. “Estas críticas tienen más eco a partir del momento en que los proyectos piloto de captación y almacenamiento de dióxido de carbono, apoyados por Bruselas, han resultado decepcionantes”, señala el climatólogo Jean Jouzel, vicepresidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Clima (GIEC). Aunque los industriales dominan bien la captación, no han resuelto la cuestión del almacenamiento. Esas tecnologías son caras y los municipios rechazan que se entierre carbono cerca de sus casas.
La OCDE reclama el fin de las subvenciones al carbón. Ante la presión de la opinión pública y la amenaza de una tasa al carbono, los gestores de fondos soberanos, banqueros, aseguradores e industriales se desvinculan del sector. Hasta el papa Francisco, que ha afirmado que las energías fósiles, “sobre todo el carbón”, deben ser sustituidas “sin tardanza” por energías renovables. ¿Es realista, teniendo en cuenta que un estudio reciente publicado por la revistaNature revela que para limitar el calentamiento del planeta a dos grados, China e India tendrían que renunciar a explotar el 70% de su carbón, África el 90%, EE UU el 92% y Europa el 78%?
Sin embargo, ningún continente ha llevado a cabo su transición energética mejor que Europa: actualmente, solo es responsable del 5% de la producción mundial de carbón (7.800 millones de toneladas en 2014) y de menos del 10% de su consumo. Aún cuenta con 280 centrales y el cierre de minas no rentables obedece más a la necesidad económica que a la virtud ecológica, como bien saben los mineros británicos inmersos entre 1984 y 1985 en el conflicto más largo y violento de su posguerra contra el cierre de los yacimientos de hulla. Las dos últimas minas del país cerrarán en diciembre, últimos estertores de un siglo XIX que no termina de morir.
Jean-Michel Bezat es periodista de Le Monde.
Debemos esperar más eventos climáticos extremos
Los fenómenos climáticos que se vienen sucediendo en los últimos años tienen en alerta al mundo, y la ciudad de Buenos Aires como otras grandes capitales del mundo, no es ajena a ellos. Hace unas semanas, dos grandes tormentas generaron caos y desesperación, y dejaron bajo el agua a varios barrios porteños. Consejo mantuvo una extensa charla con uno de los especialistas en temas ecológicos más destacados del país.
El encuentro tuvo lugar en una de las esquinas más porteñas de la ciudad: San Juan y Boedo. A primera vista, hablar de ecología en una mesa del café Homero Manzi resulta bastante extraño, aunque empieza a tomar sentido si nuestro interlocutor es Antonio Elio Brailovsky y, aún más, si la conversación transita por los carriles de los efectos del cambio climático en la capital argentina.
CONSEJO ¿Qué podemos esperar del clima?
ANTONIO ELIO BRAILOVSKY Lo que podemos decir es que el clima es extremadamente variable, pero que tenemos una tendencia hacia este fenómeno que actualmente llamamos “calentamiento global”.
El origen del clima se produce por el Sol que calienta la superficie terrestre, que está compuesta por diferentes materiales. Estos materiales tienen distintas respuestas a la acción del Sol; esto hace que haya zonas que se calientan más y otras, menos. Esto provoca que se generen vientos que en definitiva son la compensación de esas diferencias de temperaturas. Si las temperaturas son distintas, los vientos van a ser distintos y, por ende, las lluvias también. Entonces, cuando uno dice “calentamiento global”, está diciendo la causa, pero también puede significar que algunas zonas se enfríen.
Al contrario de lo que dicen las palabras que conforman el concepto.
Claro. Por ejemplo, si el cambio de temperatura es suficientemente elevado, la corriente marina que nace en el Golfo de México y va hacia las islas británicas tal vez no llegue. Y si no llega esta corriente, Inglaterra va a sufrir un enfriamiento. Son fenómenos extremadamente complejos y por ello es preferible hablar de “cambio climático” que de calentamiento global.
¿Cómo nos va a afectar ese cambio climático?
En principio, lo que se espera son mayores eventos climáticos extremos y que se acentúen los que ya teníamos: más inundaciones en las zonas que se inundan y más sequías en las zonas secas.
¿El hombre tiene alguna manera de luchar contra este cambio climático o sólo está en situación de adaptarse a él?
Cuando se logre que se deje de contaminar y de enviar a la atmósfera gases de efecto invernadero, vamos a tener que esperar un tiempo de más o menos medio siglo hasta que se empiecen a ver algunos resultados, de modo que la estrategia es adaptarnos.
¿El cambio climático potencia los errores urbanísticos?
Claro que sí. Década tras década, le dijeron a la gente de los balnearios de la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires que lo peor que se podía hacer era construir con la arena que sacaban de las playas, pero lo hicieron. Y la playa tiene un médano que forma parte del sistema, es decir que no es algo rígido, sino un sistema de equilibrio compuesto por olas suaves que depositan arena y olas fuertes que la retiran. El cambio climático está significando que existan más olas que arrasan arena que las que depositan, y eso se traduce en la pérdida de playas.
En los últimos años se ha puesto de moda la frase “tropicalización del clima” en Buenos Aires. ¿A qué se debe?
Hay que tener en cuenta que, para medir una tendencia del clima, un verano o un invierno no cuenta. La tendencia es que llueve cada vez más, casi el doble que hace un siglo. Ahora, los desagües están pensados para un siglo atrás y también lo está el diámetro de los caños de bajada de los pluviales de los edificios. Lo que se construye en la actualidad se hace bajo un código de edificación que no se cambió. Algún arquitecto con buen ojo lo puede adaptar más o menos a la necesidad actual, pero sin hacerle caso al código de edificación. Tenemos un código pensado para un clima de hace 100 años. Por eso no sólo se inunda la avenida Juan B. Justo, sino que se inundan departamentos ubicados en un quinto o sexto piso, porque la bajada del pluvial no aguanta.
¿Si cortamos inmediatamente las emisiones de carbono a la atmósfera, el problema del cambio climático se solucionaría?
En realidad no lo sabemos, pero mejoraría, obviamente, pero después de aproximadamente medio siglo. La inmensa polémica científica está dada en si el fenómeno se origina por causas naturales o por causas humanas. Si el fenómeno es cien por ciento natural, lo que hagamos para evitarlo no sirve para nada. Obviamente que una compañía petrolera o una minera van a sostener que el fenómeno es natural.
Hace algunas semanas hubo un desprendimiento de hielo en la Antártida que causó gran expectación en el mundo científico. ¿Este episodio está relacionado con el calentamiento global?
Es improbable que eso hubiera ocurrido sin el calentamiento global, porque al mismo tiempo tenemos grandes desprendimientos de hielo en el Polo Norte. Creo que corremos el riesgo de decir que es algo que pasa lejos, porque hay cosas que están pasando acá y ahora. El cambio climático potencia los errores. Yo no haría minería en San Juan, porque consume mucha agua o por lo menos no haría el tipo de minería que se está haciendo. Me parece que cada provincia tiene que establecer prioridades con respecto al uso del agua y garantizar primeramente el abastecimiento a las ciudades. Creo que en zonas como Cuyo deberían priorizar también el tema del riego; por ello, es razonable el criterio de los mendocinos respecto de que no se instalen grandes proyectos mineros en la provincia.
Inclusive Córdoba tuvo emergencia hídrica antes del verano pasado.
En Córdoba deberían haber declarado la emergencia hídrica un año atrás y no en el momento en que la declararon, cuando no se podía hacer nada. No hay un sistema de ahorro de agua que signifique declarar una emergencia hídrica permanente. Debemos asumir que, así como Buenos Aires se tropicaliza, Córdoba se aridifica. Tampoco es que la humanidad se va a extinguir, ni que el suelo se va a hundir, pero no tenemos que mirar hacia otro lado, sino que debemos reconocer el problema y tomar medidas.
¿Cuánto puede afectar este cambio climático a las economías regionales de las provincias?
Todas las economías se verán afectadas. La soja se expandió aprovechando un ciclo húmedo. Si empezamos a tener sequías prolongadas en zonas donde se hizo soja desforestando el bosque nativo, vamos a empezar a tener suelos desnudos, porque la soja necesita agua. Hay un costo económico enorme en este tema de dañar suelos. Creo que la Argentina y unos cuantos países del tercer mundo no están valorizando su capital natural. El hecho de que no les estemos asignando valor económico a los recursos naturales significa que estamos perdiendo el suelo como factor de producción para muchos siglos.
¿La pérdida de la fertilidad del suelo en manos de la soja es un mito o es realmente cierto?
La soja es un cultivo para hacer en la zona cerealera. Una cosa es cultivar soja en Pergamino y otra en los valles salteños. Una cosa es soja en un suelo horizontal y otra muy distinta es una plantación de soja en un suelo con pendiente, donde vamos a tener una impresionante erosión.
El suelo trabajado con soja se puede recuperar, y es más: hay suelos que los agrónomos llaman “suelos con vocación agrícola”, que sirven para ello. Antes las rotaciones con ganadería permitían que el suelo recuperara su fertilidad Pero, insisto, si se dañan los recursos naturales el país pierde.
¿Existe algún tipo de combustible que no afecte el medio ambiente?
Lo que necesitamos es un modelo energético distinto, porque esta fantasía que tenemos los hombres de cambiar una pieza para que cambie todo en las cuestiones ambientales no funciona. Hubo una enorme publicidad de los biocombustibles en general. Es un hecho que, si hacemos andar los autos con nafta mezclada con alcohol, emitiremos menos gases. Pero al mismo tiempo debemos tener en cuenta que ese alcohol que vamos a emplear se hace con cereales, y, si uno utiliza alimento para darles de comer a los autos, ¿qué les damos de comer a las personas? En vez de tener tanto gasto energético y de materiales para crear autos individuales, tendríamos que preocuparnos por tener un eficiente sistema de transporte público.
¿Qué podemos esperar para los próximos años, teniendo en cuenta que la ciudad se inunda, que el número de autos cada vez es mayor y que, para colmo de males, tenemos que convivir con el río más contaminado del mundo?
Yo creo que lo primero que hay que hacer es fijar estrategias de adaptación. La fantasía de la solución definitiva de los problemas creo que no existe, porque la ciudad fue construida en el alto y, una vez que se saturó ese espacio, se empezó a construir en tierras más bajas y cada vez más personas empezaron a habitar zonas de riesgo de inundación. En este contexto hay que afrontar que estamos ante un problema.
¿Es posible un saneamiento definitivo del Riachuelo?
Primero hay que actuar sobre el curso de agua: vertederos de cloacas y residuos industriales. Después, hay que tener en cuenta que el fondo está lleno de residuos que se han ido depositando y es mejor no tocarlos porque, si se mueve algo, corremos el riesgo de que se vayan hacia el Río de la Plata. Es probable que ese fondo no se pueda sanear nunca y que ese barro contaminado se vaya tapando por barro limpio.
¿Cuál es su balance de la larga serie de Cumbres del Clima?
En las reuniones internacionales está cantado lo que va a pasar antes de que pase, porque tuvieron los dos años anteriores a la reunión para sentarse y negociar. Pero, si llegan sin nada preparado porque en dos años no pudieron ponerse de acuerdo, en parte es culpa de los políticos, porque ninguno está dispuesto a hacer una inversión que se va a ver dentro de 50 años.
¿Qué opinión tiene acerca de los mercados de carbono?
Si hay un mercado de carbono, creo que hay que aprovecharlo y en eso no estoy de acuerdo con los cubanos, que, por una cuestión de ideología, se niegan terminantemente. Si hay fondos para algo útil, hay que usarlos. Ahora, tenemos que ser conscientes de que son permisos que se pagan para contaminar. En definitiva, son empresas que lo hacen para quedar bien con el mercado o con la sociedad, y que contaminarían igual gratis o pagando. Hasta ahora no se ha disminuido la contaminación y los proyectos que se apoyan con esos fondos a escala del planeta Tierra son proyectitos.
¿Cómo era hace 30 años la lucha contra la contaminación y a favor de la ecología?
Aparecía como una curiosidad. Digamos que éramos vistos como un grupo de personas que tenían mucho tiempo libre para ocuparse de cosas poco importantes. Y en este momento hay un abismo entre lo que piensa la sociedad y lo que piensa la clase política.