Eso dice uno de los personajes de la obra de teatro de John Guare «Seis grados de separación». Es una máxima que ha llegado a definir nuestra idea sobre el alcance de las redes sociales, y hay algo de verdad en ella.
El promedio de amigos-de-amigos que lo conectan a usted con cualquier otra persona puede no ser exactamente seis pero es un número pequeño cercano a ese.
Pero, ¿ha sido el mundo siempre tan pequeño?
Es tentador pensar que sí. Los músicos de jazz a principios del siglo XX estaban unidos por apenas tres grados de separación. Mucho antes, los científicos en el siglo XVII mantenían una red social densa a través de cartas, como lo hicieron los eruditos humanistas del Renacimiento.
Sin embargo, esos eran grupos especializados. Puede que las élites intelectuales y aristócratas a lo largo de la historia se conocieran entre ellas pero ¿fue el mundo igual de pequeño para la gente común?
Estudiar esas redes sociales es difícil pues las relaciones de la persona promedio que vivía en la era preindustrial rara vez eran documentadas. Sin embargo, podría haber una forma indirecta de dilucidarlas: mediante el estudio de la propagación de una enfermedad.
Pocos grados de separación
La concepción moderna de las redes sociales que achican al mundo ha sido posible en gran parte a partir de experimentos en vivo.
Guare se inspiró en experimentos llevados a cabo a finales de 1960 por el científico social Stanley Milgram y sus compañeros de trabajo de la Universidad de Harvard.
En un estudio, trataron de enviarle cartas a un corredor de bolsa de Boston mandándoselas a personas escogidas al azar en Omaha, Nebraska. Las cartas no tenían la dirección, sólo el nombre y la profesión del destinatario y el hecho de que trabajaba en Boston. A los que les mandaron las cartas les pidieron que las renviaran a alguien que conocieran que pudiera ayudar a que le llegara a la persona indicada.
La mayoría de las cartas no llegaron. Pero las que sí, habían hecho un promedio de seis viajes antes de hacerlo.
El experimento se repitió a una escala mayor en 2003 usando correo electrónico y el resultado fue casi idéntico: la longitud de la cadena de mensajes que le llegaron al destinatario deseado era de entre cinco y siete.
Más recientemente, otros investigadores han asegurado que en la era de Facebook estamos sólo a cuatro grados de separación.
Sin cartas ni emails
Por supuesto, no es posible llevar a cabo experimentos epistolares para deducir cómo eran las redes sociales en otros siglos.
No obstante, según Mark Newman de la Universidad de Michigan y su equipo, hay otras formas averiguarlo.
Las redes sociales no sólo comunican las noticias, la información y el rumor, sino también cosas que son decididamente menos agradables, como la enfermedad.
Muchos bichos se pasan entre individuos a través del contacto directo y a veces íntimo. ¿Podría la propagación de una epidemia reflejar la red de relaciones humanas en la que tiene lugar?
Newman y sus colegas reconocen que la propagación de la enfermedad es una representación aproximada de las redes sociales. La enfermedad puede ser transmitida por las ratas, pulgas o extraños, por ejemplo, en lugar de entre amigos o conocidos.
Aun así, el equipo sostiene que antes de la Revolución Industrial, la transmisión de patógenos reflejaba aproximadamente la naturaleza del contacto humano. Las ratas y las pulgas nunca viajaban mucho a menos de que lo hicieran con seres humanos y, como muchas personas vivían en pequeñas comunidades, conocer a extraños era menos frecuente que en la actualidad.
Volverse viral
Los investigadores proponen que la propagación de la peste negra en el siglo XIV ofrece algunas pistas sobre las redes sociales de la época.
Tomó al menos tres años para que la enfermedad se extendiera por Europa, Escandinavia y Rusia en el siglo XIV, empezando por el Levante y los puertos del Mediterráneo. Los investigadores argumentan que el punto crucial no es la velocidad de la propagación de la enfermedad, sino su patrón.
Los documentos históricos muestran que la peste negra se movió a través del mundo occidental como una mancha de tinta se extiende por un mapa de Europa: un avance constante del «frente de la enfermedad», cual ejército invasor.
Uno de los documentos de las simulaciones y cálculos informáticos del equipo muestra que ese tipo de propagación sólo es posible si la gente en la red social no estaba tan bien conectada como hoy; en otras palabras, si el mundo no era tan pequeño.
El patrón de la propagación de una enfermedad hoy en día no es una sola mancha grande sino varias más pequeñas pues los nuevos brotes ocurren lejos de la región infectada inicialmente.
Si bien los especialistas de Michigan no calculan un número específico de los grados de separación, es claro que esencialmente no habían «atajos» que vincularan a individuos geográficamente remotos, de manera que la gente debía tener más de seis grados de separación.
Así que si el mundo seguía siendo «grande» en el siglo XIV, ¿cuando se volvió «pequeño»?
Newman y sus colegas esperan que otros datos epidemiológicos puedan revelarlo.
Sospechan que sucedió con la llegada del transporte a larga distancia en el siglo XIX, que parece también haber sido el momento en el que las epidemias de rápida propagación aparecieron. Siempre hay un precio que pagar por el progreso.