Por Carlos Raimundi*
La actualidad replica el escenario regional de tres décadas y media atrás. Esperemos que sirva para aprender de nuestra historia reciente.
El presente replica el escenario regional de tres décadas y media atrás. En 1971, el presidente norteamericano Richard Nixon decretó la inconvertibilidad del dólar. A partir de allí, comenzó el desacople entre los recursos productivos y los recursos financieros. Era el inicio de la “financierización” de la economía. Algunos meses después, se declaró la “crisis del petróleo”: una rebelión de los países productores de combustible que impactó fuertemente en las economías desarrolladas y generó una etapa de recesión en todo el mundo. Para salir del estancamiento, había que encontrar energías alternativas, acelerar la revolución tecnológica y pasar de una economía industrial a una de servicios. Alguien tenía que pagar ese proceso: lo pagaron los países árabes a través de los “petrodólares” y lo pagamos los latinoamericanos con la deuda externa contraída por las dictaduras apoyadas por la CIA y el Departamento de Estado y ejecutadas por marines adiestrados en la escuela de West Point.
Otra parte de la humanidad vivía un proceso de romanticismo revolucionario. La descolonización afroasiática, el II Concilio Vaticano y la Teología de la Liberación , Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, Martin Luther King y el reclamo de igualdad para los afroamericanos, los Beatles y el recital de Woodstock, la Primavera de Praga y el Mayo Francés, Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular en Chile marcaron una puja por los recursos económicos y por el poder político, que finalmente fue ganada por los sectores conservadores.
Tres décadas y media después, el aumento irrefrenable del precio del petróleo y la eclosión de la burbuja financiera generan una nueva etapa de recesión mundial. A esto se suma la disputa por recursos naturales como la biodiversidad, el agua potable, los alimentos y la energía. En América Latina existen muchos gobiernos que, con sus luces y sus sombras, no están alineados sin más con el poder mundial.
Paradójicamente, en el aniversario del 11 de septiembre, al igual que en Santiago de Chile en 1973, la desestabilización rondó en torno al flamante presidente de Paraguay, Fernando Lugo, y en Bolivia reaparecieron los fantasmas de un escenario muy similar al de casi cuatro décadas atrás. Para el poder que fue el causante de la recesión mundial y de la escasez de recursos naturales, alguien –como en los 70– tendrá que pagar esta crisis.
Esperemos que estos años de intentos por avanzar en la integración regional sirvan para aprender de nuestra historia reciente, fortalecer la Unión de Naciones Suramericanas y el Banco del Sur, independizar el comercio argentino-brasileño respecto del dólar, y lograr que miles y miles de latinoamericanos salgan a las calles para evitar un nuevo despojo.
* Diputado nacional por el Bloque Solidaridad e Igualdad. Miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados.