Por Antonio Elio Brailovsky
Queridos amigos: Quiero compartir con ustedes mi preocupación por la forma con que las autoridades argentinas están haciendo frente a la epidemia de gripe AH1N1, también conocida como gripe porcina.
Lo primero que se hizo fue acomodar los ritmos de la epidemia a las necesidades electorales. La anterior Ministra de Salud pidió postergar las elecciones por el riesgo que significaban. Nos enteramos del pedido después que se realizaron. Le dijeron que no, sin que ningún comité de epidemiólogos revisara esa decisión. La Directora de la Organización Sanitaria Panamericana lamentó «que se mezclen las pandemias con los procesos electorales». El que tengamos varios dirigentes políticos con esta enfermedad sugiere que se contagiaron en las reuniones masivas de su actividad electoral.
Un conocido infectólogo (Daniel Stamboulian) manifestó a principios de junio que esta gripe «es una enfermedad leve que se cura sola», por lo cual había que hacer la vida normal. Y agregó como comparación que «las muertes anuales por gripe estacional en el país son entre 1000 y 3000 casos». Es sugestivo que si tenemos entre 1.000 y 3.000 muertes al año por gripe estacional no estemos haciendo nada para prevenirla y aceptemos con naturalidad esta situación. Para dar un sólo ejemplo, es la misma cantidad de víctimas que la que provoca la delincuencia.
Un mes más tarde, el mismo médico pedía suspender las reuniones y aplicar antivirales aún en casos en los cuales la antes leve enfermedad no estuviera comprobada. No se trató de la incoherencia de una persona, sino del clima generado por quienes debieron conducir la situación. En una emergencia, se necesita una cabeza que defina una estrategia. Sin esa cabeza, los esfuerzos aislados pueden contradecirse mutuamente.
Ante una epidemia, lo primero es declarar la emergencia sanitaria en todo el país. Había motivos para declararla a principios de junio y así lo pidieron muchos especialistas y legisladores. Sin embargo, cuando escribo esto, aún no se ha producido dicha declaración. Cada jurisdicción declara su propia emergencia, con criterios que pueden ser muy distintos de los de sus vecinos.
En esa situación, muchas personas sanas se lanzaron a buscar antivirales, con la idea de que, en caso de enfermarse, no los encontrarían a tiempo. Al no encontrarlos, fueron a buscarlos al Uruguay, generando situaciones de acopio, sobreprecios y mercado negro.
Se supone que en una epidemia hay que suspender las clases, pero se dejó la decisión librada a cada jurisdicción, en abierta violación de los principios más elementales de seguridad. Al mismo tiempo, la suspensión de las clases fue acompañada de la recomendación de «evitar las aglomeraciones», pero sin ordenarlo.
El resultado es que los niños de vacaciones fueron a ver «La era del hielo 3» y los adolescentes se encontraron en los locales bailables y centros comerciales, haciendo inútil la prevención de cerrar los colegios.
Asimismo, miles de aficionados al fútbol pasaban la noche de invierno a la intemperie para conseguir entradas para ver a su cuadro favorito. Si existe un alto riesgo de contagio durante el día en la cancha, ese riesgo se multiplica por los enfriamientos. No se trata sólo de los irresponsables que no comprendieron el mensaje de la emergencia, sino que cada enfermo puede contagiar a su familia y compañeros de trabajo. ¿No se le ocurrió a las autoridades sanitarias? ¿Por qué es tan difícil de entender que si el contagio se potencia con mucha gente junta, entonces hay que evitar que se junte mucha gente?
Tenemos al país en estado de pánico por la epidemia, a la que descuidaron para no alarmar a la población, hasta que se disparó mucho peor que en otros países que tomaron medidas a tiempo, sin interferencias políticas. En este momento, México reporta cero casos de esta gripe
He hablado con unos cuantos médicos y todos coinciden en que se estuvo subestimando la epidemia para no afectar el clima electoral. Especialmente epidemiólogos que me decían que no hay directivas ni estrategias para actuar frente a la enfermedad. Y que los que deberían conducir actúan por respuestas antes que adelantarse a prevenir algo, según los ritmos esperables de una epidemia.
El subregistro de casos es muy grande, ya que en las instituciones de excelencia los profesionales tienen tiempo de llenar la ficha, pero en los demás lugares prefieren atender un paciente más antes que llevar la estadística.
A riesgo de decir una vez más lo obvio, sería bueno recordar lo que hace falta para enfrentar una emergencia:
- Una conducción nacional unificada a la que todos reporten. Esto requiere declarar la emergencia nacional, que es muy distinta de la suma de emergencias provinciales y municipales. En especial, esto permitiría transparentar el gasto que se efectúe y evitar que se asigne más dinero a los sitios gobernados por amigos del poder.
- La unificación de los criterios para enfrentar la epidemia. Hemos visto información hecha circular espontáneamente (por falta de información oficial) que afirmaba que las mujeres embarazadas no eran un grupo de riesgo en esta epidemia. Por supuesto que sí lo son. Mientras algunos municipios clausuran todas las actividades culturales, deportivas y comerciales, en otros sitios se invita a la población a «autoaislarse», dejándolo librado a la iniciativa individual. O, por ejemplo, el Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires consideró que el antiviral debía darse a todos los pacientes con algún síntoma de gripe, mientras que su colega de la Ciudad de Buenos Aires sigue el criterio de las autoridades brasileñas, de darlo sólo en casos graves, para evitar generar cepas resistentes del virus. Desde el miércoles pasado, los médicos no le hacen caso al Ministro y le están dando el antiviral a todos.
- Tiene que haber un plan de contingencia publicado y conocido por todos. Qué es lo que hay que hacer en qué momento y por qué razón. Hemos visto funcionarios afirmar por televisión que «en esta etapa de la epidemia no corresponde hacer el hisopado a los pacientes». Era una simple mentira. Lo cierto es que los laboratorios estaban desbordados y por eso no lo podían hacer. Lo mismo, las informaciones contradictorias sobre el uso de barbijos y otros elementos de prevención.
- Un procedimiento de circulación de información confiable, que no esté sujeto a intereses políticos. Lo peor que puede hacerse en una emergencia es ocultar información «para no alarmar a la población». Los rumores y las versiones alocadas que esto provoca serán siempre peores que la más dramática de las realidades. Un buen ejemplo es la circulación de los mails con información basura que atribuyen la epidemia a un acto genocida planificado por algún siniestro poder político y económico internacional.
Argentina admite ahora 100.000 posibles casos de nueva gripe
La cifra convierte al país en el más afectado por el virus H1N1.- La presidenta asegura que solo hay 2.800 contagios confirmados
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ – Buenos Aires – 03/07/2009
«Si tose y tiene fiebre, pida un barbijo (mascarilla)», dice un cartel bien grande a la entrada del hospital. Un par de enfermeros distribuyen las mascarillas e intentan que los posibles pacientes de gripe no se mezclen con otros. Es bastante inútil, porque la inmensa mayoría tose como un perro y lo más probable es que tenga gripe y, muy posiblemente, la nueva gripe. En menos de una semana, lo que va desde el día antes de las elecciones, el pasado domingo, a este viernes, los casos oficiales de gripe A han pasado de 1.587 a 100.000, lo que coloca a Argentina como el país del mundo con más infectados. La cifra la ha dado el ministro de Salud, Juan Manzur, quien ha afirmado que, en lo que va de año, se calcula que los contagiados por la gripe común son 320.000 y de estos unos 100.000 serían por el virus H1N1. Unas horas después de las declaraciones del ministro, la presidenta del país, Cristina Fernández de Kirchner, aseguraba, en un intento de calmar los ánimos, que estas cifras son previsiones no confirmadas y que los laboratorios encargados de los análisis solo han comprobado 2.800 casos. «Decir que hay 100.000 afectados solo ayuda a difundir el pánico y no a combatir la enfermedad», manifestaba.
La epidemia, en cualquier caso, está completamente descontrolada en Argentina y en Buenos Aires especialmente, y los ciudadanos empiezan a creer que las autoridades han actuado irresponsablemente. «Parece mentira. Fueron muchísimo más serios los mexicanos que nosotros. Esto es un desastre», se queja María Elena, enfermera del centro sanitario. «Le decimos a la gente que compre alcohol en gel y se lave continuamente las manos y que use barbijo si tiene que coger transportes colectivos, y resulta que no hay alcohol en prácticamente ninguna farmacia y que los barbijos se han agotado». Nadie parece haberse ocupado de organizar un aumento de la producción ni nada por el estilo. «Yo llevo recorridas ocho y ya desisto», confirma Rubén Mateo, a la puerta de una farmacia que ha colgado un cartel anunciando que el alcohol no llegará, probablemente, hasta la semana que viene.
Los argentinos empiezan a darse cuenta ahora del alcance de la epidemia de gripe A. Oficialmente se reconocen 44 muertos, pero la mayoría de los medios de comunicación hablan ya de 55 (hace una semana eran 28). Como parece imposible que los casos hayan pasado de mil y pico a cien mil en seis días, la mayoría empieza a pensar que las autoridades han estado ocultando la información. «Ha sido una desgracia: el estallido de la epidemia ha coincidido con la campaña electoral de las legislativas y todo el mundo ha estado más preocupado de los resultados electorales que por lo que estaba pasando en los hospitales». La ministra de Salud, Gabriela Ocaña, intentó incluso que se aplazaran las elecciones pero, por lo que se ve, la miraron como si estuviera loca. Ocaña dimitió al día siguiente de los comicios. Y el nuevo ministro tardó cuatro horas en reconocer cien mil contagiados.
De prisa y corriendo se lanzan ahora medidas de contención, una tras otra. Este viernes, decenas de empleados de la municipalidad pegaban carteles por toda la capital pidiendo a la gente que se lave las manos, se tape la boca si tose, se quede en casa y llame al médico si se encuentra mal. La decisión más importante ha sido la de cerrar todos los colegios durante un mes. ¿Y qué harán los padres que tienen que ir a trabajar? Los argentinos funcionan con una cosa que se llama «flexibilidad». Lo explicó muy bien el subsecretario de Relaciones Laborales, Álvaro Ruiz: «Si tienen hijos menores de 14 años y nadie que pueda ocuparse de ellos, se pide a las empresas que tengan flexibilidad». «Si hay alguien enfermo en la familia y hay que cuidarlo, se pide a las empresas flexibilidad». Lo único claro es que las mujeres embarazadas, los enfermos oncológicos y diabéticos, y quienes padecen enfermedades respiratorias crónicas podrán pedir quince días de vacaciones pagadas. Por lo demás, no está claro en qué consiste la flexibilidad para las empresas privadas, ni cómo se van a recuperar tantos días lectivos perdidos.
¿Hay que cerrar cines, teatros, centros comerciales, gimnasios? Pues no se sabe. Unos ayuntamientos, como el de Quilmes o los de algunas capitales de provincia, han decidido echar el cierre total. Otros, como el de la capital federal, simplemente «aconseja» que no se acuda a lugares con alta concentración de personas. El Gobierno de la nación, que intenta sacudirse la parálisis anterior, ha encontrado una fórmula estupenda: recomienda la «autorreclusión». Es decir, que la gente se quede en casa todo lo que pueda.
Una vez más, la sociedad argentina se enfrenta a un problema serio por sus propios medios y los ciudadanos adoptan las decisiones que mejor les parecen para salir del atolladero, sin instrucciones claras por parte de las autoridades. Unos conductores de autobús o del metro llevan barbijo, otros no. Algunas dependientas de los supermercados intentaron colocarse una mascarilla o guantes para manejar el dinero (gran vector de contagio). La inmensa mayoría, no. «Yo no creo que tengan que ponerse mascarilla», explica Juan Ruiz, encargado de un súper en el elegante barrio de Recoleta. «Si se lo ponen, los clientes creen que están enfermas y se asustan». Las clientas hacen sus compras a cuerpo gentil sin taparse la boca y manejan también el dinero sin la menor precaución. «Actuemos con responsabilidad», pide el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Lo curioso es que lo dice en un acto de inauguración de unas obras públicas en las que se han juntado dos centenares de personas, bien apiñadas, para aplaudirlo.
Parece que el miedo ha empezado a correr tanto como la enfermedad y, por primera vez, empiezan a verse bares y restaurante semivacíos. Los dueños aseguran que han alejado las mesas para que los clientes estén más separados entre sí, de acuerdo con las instrucciones que ha repartido el gremio, pero la verdad es que no se nota mucho. Los irreductibles, los porteños que no saben vivir sin el café ni la charla en el bar de la esquina, intentan resistir sentados en las terrazas al aire libre. En Buenos Aires no llueve desde hace días y el invierno está siendo muy suave.
«Este fin de semana ayudará a tranquilizar algo las cosas», confía el nuevo ministro de Salud, Juan Manzur, aunque reconoce que la epidemia está en plena expansión, sin controlar, y la situación es «muy delicada», sobre todo porque los hospitales están desbordados. Afortunadamente, todos los centros sanitarios, privados y públicos, disponen de suficientes antivirales como para tratar sin problemas a toda la población enferma. «No descartamos tomar otras medidas más drásticas. Veremos». De momento, el domingo hay fútbol, la final del torneo de clausura (media liga) entre el Vélez y el Huracán, y el estadio estará a tope. Eso sí, la mayoría de los equipos han suspendido las concentraciones previas y los jugadores esperarán en sus casas. Y los responsables del club anfitrión dicen que si hace falta distribuirán alcohol y barbijos. Pero, ¿alguien se imagina a los integrantes de la barra brava del Huracán con mascarilla?